El laberinto colombiano

Van hacer ya tres meses que estoy aquí y confieso que sé muy poco de Colombia. Es normal, no se puede conocer algo de la noche a la mañana. Pero es que he leído como un cabrón y cuanto más sé, más me desconcierta este país.

Uno empieza a leer sobre política y no termina nunca. Algunas democracias se han quejado porque tienen una historia muy tranquila, con períodos de tensión, pero que se mantiene a lo largo del tiempo. Estúpidos. No saben lo que tienen.

Los colombianos están hartos de la violencia. Y no es para menos. Primero contra los españoles y después entre ellos mismos. Esta tierra lleva desangrándose desde hace más de dos siglos, con períodos de extrema violencia. Con la guerrilla más antigua de Sudamérica, un estado cooptado por los paramilitares y un ejército con graves manchas en su expediente. Y, por supuesto, la droga, un ingrediente fundamental en los últimos treinta años.

En todo este lodazal, me pierdo. La alianza entre el ejército y los paramilitares, entre los paramilitares y los narcotraficantes, entre los narcotraficantes y los políticos, entre los políticos y la guerrilla. Y vuelve a empezar el círculo cuando no cambian las alianzas. Es una locura. Leo los libros de la Fundación Arco Iris y más me pierdo. Leo sobre Víctor Carranza y el comercio de gemas; más de lo mismo. Sobre Plazas Vega y el asalto a la Corte Suprema, igual. Gaitán, La Patria boba, los afrocolombianos, la masacre de las Bananeras, la UP… Es un auténtico laberinto.

Espero que con algo más de tiempo y tranquilidad pueda asimilar toda la historia de este país. Aunque no sea de forma detallada, por lo menos llegar a hacerme una idea más o menos esquemática y razonable. No tengo claro que lo logre, pero por lo menos lo intentaré.

Metido ya en esta ciénaga, me hago la pregunta que se hacía Barricada en una estrofa de No hay tregua, una canción sobre el conflicto vasco: “Esto empieza a ser un laberinto,/¿Dónde está la salida?”