Hace algunos años, un colega amigo me comentaba su actual relación fuera del matrimonio. Tenía con esta otra mujer una relación de mucha complicidad, y como vivían en países diferentes se veían unas tres veces al año, generalmente coincidiendo en congresos de su área de trabajo en común. Cuando termina con su apasionado relato, remata con una frase: “soy infiel, pero me siento leal”. Claro, los sexólogos tenemos esa habilidad para desarrollar explicaciones que nos dejan siempre bien parados. No obstante, me dejó pensando y le di cierto crédito a sus palabras. Pienso que más allá de que su hipótesis le permitía vivir esta aventura libre de sentimientos de culpa, tiene una lógica. La infidelidad, tal como es pensada habitualmente, se refiere a las relaciones sexuales –que a veces se tornan amorosas- con alguien que está fuera de la pareja. Ya sabemos, y está hiper-probado, que los seres humanos –hombres y mujeres- portamos un deseo sexual que no tiende a la exclusividad, sino más bien a la variabilidad. Pero así y todo las infidelidades duelen, hacemos lo posible por pensar que constituyen un acto cuasi-delictivo, y les damos el mismo valor en todos los casos. Pero no es así.
Una vez estaba dando una conferencia sobre este tema, y un médico que pretendía boicotearme me preguntó la diferencia en el psicoanálisis entre infidelidad y traición. Le respondí que mi enfoque terapéutico no era ese, y que por lo tanto no podía ayudarlo… él arremetió y me dijo si a mí me daba lo mismo que mi esposa se acueste con un desconocido o con mi mejor amigo (enseguida entendí adonde apuntaba su diferenciación de conceptos). Ante la sorpresa del público, lo contraataqué: “prefiero que sea con mi mejor amigo, así todo se queda en familia…”. Psicología inversa que le dicen. Más allá del debate, me quedé reflexionando una vez más en el hecho de que a veces una infidelidad es una situación puramente sexual, pasional, pero realizada de modo tal de evitar las consecuencias negativas en la pareja, dentro de lo posible. Esto implica un lugar seguro, una persona alejada de los ámbitos cotidianos de la pareja, protección ante las consecuencias no deseadas de esa relación sexual, y siempre anteponer su relación estable frente a cualquier otra. Por el otro lado, cuando por ejemplo utilizas la relación paralela como una “terapia” para criticar a tu pareja, o la otra parte es una persona cercana o muy conocida de ambos, o no te proteges –ante lo cual podrías tener un embarazo o una infección de transmisión sexual que luego vas a llevar a tu relación estable-, incluso si tienes muchos más detalles bonitos con él/ella como si se tratara de tu vínculo más importante… entonces atención, estás poniendo en peligro a tu pareja, o quizás en el fondo busques precisamente eso: castigarle o impulsar una manera inmadura de que todo se termine.
Que se entienda, no impulso las relaciones simultáneas a la pareja, pero simplemente pienso que si alguien lo va a hacer debe tener sus recaudos y evitar deslealtades. Por cierto, hay muchas deslealtades que nada tienen que ver con una infidelidad sexual: engaños, sabotajes, incumplimiento de acuerdos, degradaciones. Pero como no está en juego el llevar la genitalidad a otra parte, se toleran. Creo que aún tenemos mucho que reflexionar acerca de las relaciones sanas de pareja.
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