El 11 de agosto de 2021 le dije adiós al ser que me dio la vida. Cuatro años después, en su aniversario, me levantécomo cada año con esa sensación de estar reviviendo aquel día.
El 11 de agosto de 2021 le dije adiós al ser que me dio la vida. Cuatro años después, en su aniversario, me levantécomo cada año con esa sensación de estar reviviendo aquel día.

Por: Ornella Suárez Vidal
El 11 de agosto de 2021 le dije adiós al ser que me dio la vida. Cuatro años después, en su aniversario, me levantécomo cada año con esa sensación de estar reviviendo aquel día. Sin embargo, esta vez se sumó una noticia que me golpeó aún más, ver a un niño, casi de la edad de mi hija, despedirse de su padre.
Yo tuve que decirle adiós a mi madre a causa de una enfermedad. En el caso de Alejandro, él perdió a su padre por una causa tristemente normalizada y repetitiva en nuestro país: la violencia y la intolerancia.
Los días siguientes fueron más amargos para todos. Escuchar las palabras del padre y de la esposa de Miguel nos apretó el corazón como pocas veces en la vida. Era una mezcla de frustración, impotencia y tristeza absoluta. El día del entierro fue inevitable no pensar en ese pequeño y ver en él a mi hija. Esa inocencia que llevan todos los niños de su edad me recordó que, aunque mi despedida fue dolorosa, tuve la fortuna de compartir muchos años con mi madre y hasta cuidarla durante su cáncer. Qué cruel es, en cambio, que un niño se despida con tanta ternura y sin una verdadera conciencia de lo que significa la pérdida, frente al féretro de su padre.
A Alejandro le arrebataron algo invaluable, la oportunidad de crecer junto a su papá. Lo pienso y me cuesta imaginar un solo día sin besar a mi hija, sin darle las buenas noches o llevarla al jardín. Esos momentos únicos que solo los padres conocemos se los arrebataron a Alejandro para siempre, junto a su padre.
Como él, muchos otros niños han sido víctimas de la violencia, dirán algunos. Pero lo cierto es que ningún niño de cuatro años debería enterrar a su padre por el simple hecho de expresar y defender sus ideas. Dejemos a un lado las miradas obtusas que buscan cuestionar lo incuestionable,hoy Colombia está de luto. Más allá de las diferencias ideológicas, lo que ocurrió fue el asesinato de un líder político que creía en el juego limpio. Con su muerte, también se asesinó la posibilidad de hacer política desde las buenas formas, y ese eco ensordecedor transmite a los jóvenes un mensaje equivocado: que en Colombia no hay espacio para quien piensa distinto.
Todas las vidas valen. Todas las víctimas de la violencia nos duelen. Pero sobre todo, duele seguir repitiendo la misma historia. Me niego a creer que un líder político con un futuro prometedor, el senador más votado del país, disciplinado, juicioso en su ejercicio político y ejemplo para otros jóvenes haya terminado como su madre a la misma edad, silenciado por el odio y la criminalidad. Y más aún, que le hayan arrebatado la posibilidad de perseguir su sueño de convertirse en presidente de Colombia.
El magnicidio de Miguel Uribe me hace reflexionar profundamente como ciudadana, pero sobre todo como madre: ¿qué futuro les espera a nuestros hijos en Colombia? No quiero pensar que ese futuro está fuera del país, porque sería el triunfo de los tiranos, de los enemigos de la libertad, de quienes insisten en vivir de la criminalidad y de los que, directa o indirectamente, la fomentan.
El futuro de los niños de Colombia, como el de Alejandro, está en nuestras manos. El mejor gesto de solidaridad con él y su familia es mantenernos firmes y con convicción para defender la democracia. El debate de las ideas no se gana incitando al odio o silenciando a quien piensa distinto, sino en el pleno ejercicio democrático: en las urnas, respetando la soberanía popular.
Lo que le hicieron a Miguel no puede quedar en el olvido. El mensaje a las nuevas generaciones debe ser contundente, debemos defender los valores y jamás justificar la violencia, porque así como las armas, las palabras nos están sepultandoy no están llevando a lo equivocado, a poner las ideologías por encima de la vida. Cuando se trata de defender la existencia, hay que aprender a despojarnos de la camisetapolítica y en esa desnudez actuar como humanidad.
Porque si permitimos que la violencia siga dictando el rumbo de nuestra historia, no solo estaremos enterrandolíderes, también estaremos condenando a nuestros hijos a repetir la misma historia y a enterrar el futuro de Colombia.
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