El Cuento

Publicado el ricardogonduq

De Peñalosa a Duque

Quizá porque ambos manipularon sus estudios universitarios o porque funcionarios y hasta familiares del uno terminaron en el gobierno del otro. Probablemente porque compartieron a Gustavo Petro como archirrival, o tal vez porque tienen el beneficio de haber hecho un primer gobierno con buena favorabilidad –el uno propio y el otro del mentor–. Es posible que por todo esto a muchos se les parezca tanto Enrique Peñalosa a Iván Duque, pero la verdad es que los parecidos razonables, como ahora se le dice, no están necesariamente en lo anterior, sino en el cambio de sociedad que les toca enfrentar a los dos como gobernantes. La de hoy en Bogotá no es la misma de final del siglo XX y la de Colombia es muy diferente a la del unanimismo de la Seguridad Democrática.

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Por: Ricardo González Duque

En Twitter: @RicardoGonDuq

Por estos días, sin que Iván Duque aún se haya posesionado como presidente de Colombia, las comparaciones de sus opositores con el político más desprestigiado del país, el alcalde de Bogotá, Enrique Peñalosa, pueden parecer apresuradas. Además, porque a pesar de algunas manchas, de entrada el gabinete que anunció el presidente uribista parece guardar algo de independencia sobre su jefe máximo. Sin embargo, previendo las tormentas de descontento social que tendrá que enfrentar el nuevo gobierno, es probable que las similitudes con la administración de Liévano se hagan más evidentes, no tanto por el estilo de gobierno, sino por la sociedad activa que tiene en frente.

La sociedad colombiana a la que hoy se enfrenta cualquier mandatario, desde local hasta nacional, es muy diferente a la que cerró la década pasada. Sin sobrevalorar el papel que han jugado las redes sociales, pero sí dándole el papel que se merece la penetración del internet móvil en el país que es superior a la de los países en desarrollo –El 58% de los colombianos están conectados a la web, mientras el promedio mundial es de 47.1%, según un informe de la CRC– ese hecho ha creado nuevas realidades para la ciudadanía, desde la posibilidad de estar más informado, hasta la de participar mucho más.

Hasta antes de 2011, el año en que estallaron las protestas mundiales en complicidad con las redes de Internet, en Colombia se vivió cierta hipnosis de unanimidad que no solo se vivía en cada escenario social (familia, trabajo, amigos) sino que se reflejaba en las encuestas. Esa era estuvo marcada por la figura del expresidente Álvaro Uribe, quien al terminó sus ocho años de gobierno con una imagen positiva del 80% y apenas una negativa del 10% en julio de 2010, cuando el Gallup Poll lo midió por última vez como jefe de Estado. Después de entonces, para finales de 2011, el país entró en una era de la división por la combinación del ya citado avance tecnológico, alentado por el impresionante golpe de opinión que significó los diálogos de paz con las Farc.

Enrique Peñalosa como alcalde de Bogotá, ha vivido esos dos períodos. En su primer mandato en la ciudad entre 1998 y 2000, tuvo índices de apoyo del 70%, contra un 22% de quienes rechazaban su gestión, según el Gallup que mide la gestión de los mandatarios desde 1994. Salvo un corto período en el que la imagen negativa de Peñalosa se disparó, esa alcaldía terminó con el respaldo que parecía llevarlo directo a la Presidencia. Pero no fue así.

Ahora, durante le etapa Peñalosa II, la realidad es bien diferente, pues el alcalde que llegó con el apoyo de Cambio Radical, no ha tenido un solo día de luna de miel. Según la misma encuestadora, desde un 55% de imagen negativa con la que empezó, llegó a estar en niveles históricos de rechazo del 80%, aunque “mejoró” hasta el 68% de desfavorabilidad que registra actualmente.

Probablemente el alcalde bogotano se estrelló con una ciudad o unos ciudadanos que ya no conocía. Gobernar la capital del país a final del siglo XX ya no era lo mismo que hacerlo cuando estamos a punto de finalizar la segunda década del siglo XXI. La idea de urbanizar la reserva Van der Hammen, el engaño con sus títulos universitarios, sus desafortunadas y a veces clasistas expresiones, su terquedad contra el metro e insistencia con TransMilenio y una inseguridad que cada día es más palpable en fotos y videos que se hacen virales, por solo citar algunos ejemplos, aterrizaron a Peñalosa para mostrarle la ciudadanía activa de hoy.

En las viejas teorías de la comunicación, se decía que había un modelo primario en el que el emisor enviaba un mensaje y el receptor lo recibía tal cual, sin controvertirlo, sin cuestionarlo, dándolo por hecho y siempre aceptándolo. Una especie de aguja hipodérmica. Un siglo después, esa idea no solo quedó mandada a recoger, sino que ahora el receptor además de rechazar el mensaje, es capaz de crear uno nuevo. A Peñalosa, pero también a Santos casi desde el inicio de su gobierno, les tocó gobernar una sociedad híperconectada que para ponerlo en términos coloquiales “no traga entero” y en la qu es casi imposible lograr el unanimismo.

El reto lo enfrentará ahora el presidente Duque. Es cierto que detrás tiene a un monstruo de las comunicaciones como el expresidente Álvaro Uribe, quien siempre ha sabido acercarse a “la comunidad” para generar un “Estado de Opinión”, que a su juicio es “un mandato superior”. Sin embargo, el teflón del que tanto se habló en sus ocho años de gobierno también se empezó a desgastar y del 80% de imagen positiva en 2010, quedó reducido a casi la mitad en el último Gallup Poll: un 43% favorable, contra un 52% desfavorable, el más alto en su contra desde que es medido.

Con esta nueva realidad, Duque estará lejos de cabalgar en los índices absolutos de aceptación con los que gobernó su mentor, que pudo hacerlo gracias a que tenía un enemigo nacional común al cual vencer: las Farc. Hoy ellas ya no están y por eso desde la campaña electoral que acaba de terminar, apelando a Venezuela, se intentó crear un monstruo de mil cabezas para que el presidente electo pudiera construir una base de favorabilidad, pero la ciudadanía activa no se comió el cuento. O por lo menos no todos. Los 8 millones de votos del 17 de junio por Petro –que no son todos de él– demostraron que hay una revolución silenciosa, un león dormido, con el que ahora el presidente deberá gobernar.

De Peñalosa a Duque hay mucha distancia, es evidente. El segundo es mucho mejor comunicador, más carismático y quizá más preparado para ponerse las botas y meterse al lodo de los problemas. Sin embargo, con Uribe detrás –para bien y para mal– lo que se viene desde el 7 de agosto es un pulso entre esa ciudadanía y el nuevo gobierno, que no podrá desconocer el descontento social que hay en el país si no quiere que vuelva el unanimismo, pero esta vez en forma de oposición.

UN PUNTO DE GIRO:  ¿Habrá mayor incoherencia que la de un abogado que con una mano escribe que hay que matar al dictador Maduro y con la otra defiende a Álex Saab, uno de sus socios económicos en el cuestionado programa de alimentación CLAP? Como lo había dicho hace unos meses, el de Abelardo De la Espriella es el negocio socio.

 

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