Por: Laura María Amaya Meneses
Mientras en Belém do Pará, Brasil se desarrolla la 30ª Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Clima donde se reúnen líderes mundiales para acordar medidas de sostenibilidad, al otro lado del Atlántico un acontecimiento aparentemente trivial encarna la contradicción del siglo XXI: la apertura de la primera tienda física de Shein en el corazón de París.
El propósito de la cumbre es ahondar esfuerzos para limitar el aumento de la temperatura global a 1,5 °C, en un planeta que ya supera límites críticos de temperatura y recursos naturales. A su vez, los países realizan la presentación de nuevos planes de acción nacionales y los avances en los compromisos financieros contraídos en la COP29.
Brasil, el país anfitrión y guardián de gran parte del pulmón del mundo, busca proyectar liderazgo ambiental mientras enfrenta sus propios retos internos: deforestación, dependencia extractiva y desigualdad. Sin embargo, la cruel paradoja se hace evidente en París, donde un comprador de la nueva tienda de Shein en el centro comercial BHV resume la tensión global en una frase demoledora: “Llegar a fin de mes es más importante que el fin del mundo”. La declaración refleja, con brutal honestidad, la jugada del magnate Frédéric Merlin, propietario del BHV, que decidió asociarse con una marca cuestionada para salvar su compañía.
Shein, gigante chino de la moda ultrarrápida, ha conquistado al mundo con precios irrisorios y miles de nuevos productos cada semana. Su modelo de negocio se basa en la inmediatez: producir, vender y desechar con una rapidez que refleja la lógica de un sistema al borde de su propio colapso. Prioriza el crecimiento constante, la producción masiva y el consumo rápido, sin considerar los límites de recursos naturales ni el bienestar humano.
Hasta hace poco, Shein operaba casi exclusivamente en el entorno digital. A pesar de sus múltiples denuncias, desembarcó en París —la capital mundial del lujo y la moda— marca, por tanto, un punto de inflexión. No se trata solo de una estrategia comercial, sino de un gesto simbólico: la entrada del fast fashion en el santuario del refinamiento y tradición artesanal. Mientras Francia refuerza políticas para reducir su huella de carbono, miles de jóvenes hacen fila para comprar prendas efímeras a precios irrisorios. La ciudad que vio nacer el prêt-à-porter (listo para usar) parece, poco a poco, rendirse al prêt-à-jeter (listo para tirar).
Desde su apertura, la tienda ha sido escenario de protestas y debates encendidos. Activistas y ciudadanos denuncian las condiciones laborales en las fábricas proveedoras, la contaminación derivada del modelo de producción y la incoherencia de una sociedad que exige sostenibilidad, pero premia la inmediatez.
No se trata solo de una marca, sino de un síntoma global. La lógica del consumo rápido perpetúa los mismos patrones que la COP30 intenta revertir: explotación de recursos, desigualdad laboral y deterioro ambiental. Ignorar este tipo de prácticas comerciales sería aceptar que el cambio climático se combate con discursos, no con coherencia. La responsabilidad no recae únicamente en los gobiernos o las empresas. Cada consumidor forma parte de la ecuación. Apostar por la moda circular, la reutilización y por los emprendimientos locales sostenibles es, hoy, una forma concreta de resistencia.
En Colombia, por ejemplo, el auge de comprar local demuestra que es posible vestir con estilo y con la conciencia de no sacrificar el planeta. También abrirnos a la posibilidad de las tiendas de segunda mano, los intercambios de ropa y los materiales reciclados ya que no son solo tendencias pasajeras, sino respuestas concretas a un modelo económico intensivo hacia uno basado en la eficiencia, la reparación y el valor duradero .
Porque el cambio climático no se detiene en las cumbres internacionales. Empieza en los armarios, en las decisiones de compra y en la valentía de mirar más allá del precio y ver el costo real de lo que vestimos.
Tres Puntos Aparte
Acá escribimos Ricardo González Duque, Cristian Romero y Francisco Yate García.
Ricardo es periodista de la Universidad de Manizales y magíster en Estudios Políticos de la Universidad del Rosario. Ha sido jefe de emisión de Blu Radio, subeditor general de La Silla Vacía y asesor político.
Francisco es politólogo de la Universidad Nacional con alma de artista y mente de ingeniero. Apasionado por descifrar las lecciones de la historia, explorar los misterios del cosmos, además de estudiar la Inteligencia Artificial desde sus fundamentos.