En la conversación diaria se repite con frecuencia la misma premisa: que nos encontramos en un país polarizado entre la derecha y la izquierda, o ahora entre el “petrismo” y el “antipetrismo”.
En la conversación diaria se repite con frecuencia la misma premisa: que nos encontramos en un país polarizado entre la derecha y la izquierda, o ahora entre el “petrismo” y el “antipetrismo”.

Por: Ornella Suárez Vidal
En la conversación diaria se repite con frecuencia la misma premisa: que nos encontramos en un país polarizado entre la derecha y la izquierda, o ahora entre el “petrismo” y el “antipetrismo”. Sin embargo, antes de la denominada polarización, Colombia ya estaba rota, y esa condición persiste. El país no está roto por las posturas ideológicas ni por la coyuntura nacional. Colombia está rota por una huella histórica de brechas estructurales en la educación, la economía, el tejido social y cultural.
En el caso de las brechas educativas, vemos cómo las oportunidades en la vida y el acceso a ellas parten desde allí. Los niños que estudian en zonas rurales casi siempre se enfrentan a una educación llena de deficiencias: infraestructura precaria, falta de transporte, ausencia de docentes, entre muchas otras carencias. Por el contrario, los niños que estudian en las ciudades acceden a una educación de calidad, con bilingüismo, instalaciones modernas y, algo muy importante hoy en día, el acceso a internet, que se ha convertido en la fuente primaria de información.
El último censo realizado por el DANE revela que la cobertura de internet en las zonas urbanas es del 70,5 %, mientras que en las zonas rurales apenas alcanza el 41,4 %. Es decir, la diferencia en el acceso entre ambos contextos es de 29 puntos porcentuales. Pero el escenario es aún más crítico si se observa lo encontrado por el Laboratorio de Economía de la Educación de la Universidad Javeriana: solo el 9,3 % de las instituciones en zonas urbanas carecen de conectividad a internet, mientras que en las zonas rurales el 79,8 % de las instituciones no tienen acceso.
La brecha educativa es una realidad conocida, pero ignorada. Es una brecha silenciosa, y a la vez la génesis de muchos de los problemas que se desencadenan en consecuencia: la persistencia del ciclo de pobreza y la marginación social. Porque lo cierto es que cuando se garantizan todas las condiciones para una educación de calidad, se abre la puerta a la educación superior y, posteriormente, al mundo laboral.
Hay otra verdad incómoda: Colombia está rota porque no conoce sus raíces. Los que llamamos coloquialmente como “bien acomodados” no saben, ni quieren saber de las comunidades indígenas, afrodescendientes o campesinas. Lejos de las posiciones políticas o ideológicas, los colombianos desconocemos, en muchos sentidos, nuestra cultura, nuestras costumbres y los saberes de nuestros orígenes. Lo que existe es una desconexión cultural que ha imposibilitado la construcción de una identidad nacional sólida. Mientras tanto, persisten el clasismo, el racismo y la discriminación generalizada.
Por otro lado, quienes sí entienden dónde radican los problemas que dividen a los colombianos, capitalizan esa fractura en la sociedad en discursos robustos que dividen más y en el fondo no trascienden en resultados concretos ni en reformas estructurales. Esta línea discursiva es tan poderosa que se camufla en una narrativa de polarización, cuya finalidad es efectiva: conecta con millones de colombianos, porque toca todos sus dolores más profundos la exclusión, la marginación, las condiciones de vida desfavorables, la violencia, la pobreza, heridas históricas que aún duelen.
Así, mantener la narrativa de la polarización sigue siendo una estrategia rentable, pero no genera un diálogo constructivo ni mucho menos fomenta soluciones a los problemas estructurales del país. Lo primero que se debe hacer es reconocer que en Colombia no vivimos divididos en dos mitades: estamos fraccionados en miles de realidades. Por eso, se hace necesario construir un diálogo honesto, lejos de partidos y posturas políticas, un diálogo que nos permita reconciliarnos y reparar las brechas. Porque de nada sirve pegar los pedazos si no se cura lo que está roto.
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