El closet de Dick

Publicado el elclosetdedick

Yo También (#MeToo)

Hace dos años, en febrero de 2016, vi Spotlight. Me impactó su ritmo narrativo, sus actuaciones limpias, precisas, y su manejo cuidadoso y respetuoso del tema del abuso por parte de sacerdotes. En mi mente quedaron grabadas dos imágenes… dos de las víctimas, contando cada uno desde su mirada, cómo fue para ellos haberlo vivido, y qué fue de sus vidas a partir de ahí. Luego vino la columna de Adolfo Zableth, y, por supuesto, me identifiqué plenamente en cada párrafo con ella. Yo también tenía miedo… tanto que tuve que esperar un año más para aceptar ante mí mismo que eso ocurrió, y otro largo año más para tener el valor de escribir sobre ello.

¿Qué puede decirse, que no haya sido expresado antes por esa impecable composición? Mucho. Lo reducido del espacio de una columna, hace que quien escriba tenga la fijación de la síntesis. Transmitir en el menor espacio, la mayor cantidad posible de mensajes. No creo que los detalles sean importantes, porque son casi los mismos en casi todos los casos. Un familiar, un amigo, alguien cercano que en algún modo logra entrar en tu mundo, te elige y cambia tu vida para siempre. Las consecuencias, en mi caso, fueron similares a las de Adolfo, o a las de otros miles. Un patrón de conducta errática, el caos en mi vida académica, laboral y afectiva. Los continuos reclamos a mi familia, que no logra comprender que a los 43 años, aún espero secretamente que ellos intuyan que algo está pasando y que acudan en mi rescate. No ocurrió a los 8, cuando fui abusado por primera vez, y es apenas lógico que ellos no hayan desarrollado poderes mágicos en los últimos 35 años que les permita satisfacer mi anhelo.

A partir de la columna de Claudia Morales, fui uno de quienes se opusieron a su manera sibilina de contar lo que le pasó. Le critiqué por no haber hecho una denuncia frontal, o por haber deslegitimado la esperanza que ella misma podía haber significado para cientos de miles de víctimas. Si su interés no era llamar la atención sobre el victimario, pudo entonces centrar la columna en ella, en su experiencia, su dolor, y cómo vivió el proceso terrible y doloroso de reparación personal, que casi nunca logra completarse.

No  midió ella, ni ninguno de sus defensores, el mensaje que se está dando a víctimas y victimarios. Si una mujer profesional, exitosa en su carrera, con incontrovertibles privilegios, no puede articular la verdad, ¿Quién puede entonces? No sabe, seguramente, la señora Morales, que en este país de millones de desplazados, las mujeres de la zona rural han llevado la peor parte, como botín de guerra. Perseguidas, atosigadas, obligadas por la fuerza del poder que otorgan las armas a abrir las piernas, o aceptar la muerte. Muchas, abrieron las piernas, y eso no impidió que después fueran asesinadas, desmembradas, desaparecidas… Si una mujer que está en la élite de la sociedad colombiana, no puede delatar a quien presuntamente la atacó, ¿Quién puede entonces? El mensaje a las víctimas es amar el silencio, honrarlo y hallar alguna decorosa virtud en él. A la inversa, la persona que abusa se siente protegida por el temor que sabe, aún inspira en su víctima. No sólo le resuelve un problema práctico, sino que incluso alimenta su rapacidad, al demostrarle que años después, aún es “él” quien tiene la última palabra.

No sólo las mujeres están expuestas al abuso y al acoso. Los hombres estamos tan expuestos como ellas, con el agravante de que una mujer puede hablar de lo que le pasó, y eso no le quita su condición de mujer, en absoluto. Un hombre abusado, como bien lo dijo Zableth, queda aún más roto, condenado al silencio de una sociedad en la cual pareciera que existiera un pacto entre víctima, victimario y el público circundante. Todos callan, y quien lleva la peor parte es el abusado. Los abusadores están agazapados en cada rincón de la sociedad, observando desde la protección de su anonimato, cuál será su próxima presa. Saben que un hombre no puede admitir un abuso públicamente, porque eso te rebaja, menoscaba tu dignidad hasta el límite de lo tolerable, ensuciando tu capacidad de creer, de confiar, de perdonar. Un hombre abusado queda prisionero de por vida de eso que llamamos “hombría”, imposibilitado de la oportunidad necesaria y sanadora de expresar lo que vive. ¿A dónde caminar cuando se tiene el alma tan golpeada, y al parecer nadie lo nota? Para nosotros la resiliencia no es una opción, es la única.

Si en el caso de Morales y Zableth, ambos provenientes de familias acomodadas, el dolor llegó a corroer sus vidas como una caries, imagina entonces lector, cómo se vive en las zonas suburbanas, en las cuales el Estado es una figura difusa, y no se cuenta con acceso a instrumentos de reparación. Un colombiano de a pie, de estrato 1 a 3, no contempla la posibilidad de ninguna terapia psicológica. Cada uno debe aprender a lidiar con su dolor como mejor pueda, dependiendo de la capacidad de su bolsillo. Presumo que el hecho de que en las barriadas se consuma licor y alucinógenos en mayor proporción está originado en la incapacidad de hallar una salida a ese laberinto en el cual tus emociones son tu peor enemigo. Las condiciones de precariedad económica son el caldo de cultivo perfecto para el silencio, para que quien ha sido abusado asuma como propia la culpa y deba hacer la travesía solo, sin el consuelo de una mirada o un abrazo que le hagan sentir que no eres el único, que otros antes que tú también lo vivieron, y que si te esfuerzas, posiblemente vas a superarlo.

Las últimas noticias relacionadas con el flagelo del abuso son desesperanzadoras para los abusados. Por un lado, frente a la corriente liberadora que significa el movimiento #MeToo (Yo También), en el cual miles de personas han alzado sus voces para denunciar a sus victimarios, inspirando a otros, Claudia Morales nos invita a tener miedo, a callar, a seguir dejando que el mango de la sartén la posea “Él”… Por otro lado, un pedófilo de talla planetaria, Juan Carlos Sánchez Latorre, el “Lobo Feroz”, estuvo en las manos del Estado colombiano, y por errores en la administración de la Justicia, lo dejaron en libertad después de haber cometido varios abusos, testificados por lo menos por 6 menores. Lo dejaron libre por vencimiento de términos, y nadie volvió a interesarse por el sujeto. Por física omisión, por absoluta pereza, dejaron libre a uno de los criminales más peligrosos de la historia documentada de Colombia. Por lo menos 276 vidas -presumiblemente 500, posiblemente, muchas más- fueron dañadas de un modo irreparable por la ineficiencia del sistema judicial. Eso convierte per se al Estado en el verdadero responsable de esta absurda tragedia.

¿Qué hizo la Fiscalía desde 2008 hasta 2017, en relación a este hombre? ¿Para qué ha sido utilizada toda la información estadística de la cual disponen Fiscalía, ICBF, Medicina Legal, el Ministerio de Salud, entre otras? Si todas estas instituciones no han sido capaces de formular medidas preventivas tomando como soporte toda la información de que disponen, solo existen dos explicaciones: o no les importa todo el daño que causa la ausencia de una acción contundente de prevención de la conducta criminal, o son el aparato judicial más inepto, insensible e incapaz de todo el continente.

¿Qué medidas ha desarrollado hasta el día de hoy el ICBF para contactar las víctimas y sus familias? ¿Qué protocolos de acompañamiento terapéutico integral han sido puestos en marcha? ¿Qué medidas de reparación tiene planteadas el Estado en cabeza del Premio Nóbel de Paz para suplir en todas estas vidas la consecuencia de su ineficiencia?

El camino de reparación de un abuso sexual es largo, cruento, lleno de terribles momentos de dolor, que moldean la mentalidad de quien lo vive, y lo predispone a cientos de conductas tóxicas. Si en este momento, el Estado aún no ha iniciado un proceso concreto y verificable de ayuda a cada víctima, está siendo tan o más criminal que aquel que perpetró todos esos actos.

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