Las ciencias dedicadas al estudio del cerebro investigan cada vez más sobre la incidencia del trauma en el desarrollo de los individuos. Según el prestigioso psiquiatra holandés Bessel van der Kolk las vivencias traumáticas durante la infancia son la raíz del trastorno de personalidad conocido como borderline (o trastorno límite de personalidad), el trastorno afectivo bipolar y de muchos casos mal diagnosticados como TDAH o déficit de atención.
El trastorno traumático del desarrollo, o del trauma temprano, puede iniciarse en el útero y hasta aproximadamente los tres años. Es esta la etapa en que las personas son más vulnerables. Esta fase es preverbal y anterior a la memoria explícita, lo que quiere decir que el sujeto no recordará sus experiencias conscientemente ni podrá referirse a ellas.
El trauma temprano siempre se enmarca en el contexto de una relación. No hay un incidente traumático específico, sino que se trata de un proceso relacional continuo fallido. Es diferente del estrés postraumático (TEPT), donde hay un hecho detonante, por ejemplo, una violación sexual o una herida de guerra. El trauma temprano está engranado en el tejido cerebral y visceral de quien lo padeció, sin una causa evidente. Su origen son los inconvenientes que se presentaron en las relaciones entre el niño y sus cuidadores primarios, con los cuales “debía” formar el apego.
Las víctimas de traumas del desarrollo presentan síntomas como: dificultades para concentrarse o para regular sus sentimientos; ira crónica, miedo y ansiedad, desprecio y agresión hacia sí mismas u otros y comportamientos autodestructivos.
Debido a que el trauma del desarrollo sucede antes de que nuestro cerebro pensante entre “en línea”, el cuerpo es forzado a almacenar todos los recuerdos como una experiencia somática, lo cual lo convierte, de acuerdo con Van der Kolk, en un organismo aterrorizado, en donde el sistema inmunológico, el sistema de hormonas del estrés y la percepción del propio cuerpo cambian.
El trauma del desarrollo se basa entonces en el nexo que se construye entre el niño y su(s) cuidador(es) primario(s). Los patrones iniciales de este vínculo dan cuenta de la calidad del procesamiento de la información a lo largo de la vida del individuo. Así, los niños segurosaprenden a confiar en lo que sienten y en cómo comprenden el mundo. Pero cuando los cuidadores están emocionalmente ausentes, son inconsistentes, violentos, intrusivos o descuidados los niños están sujetos a volverse angustiados y difícilmente logran desplegar un sentido en el que el ambiente externo sea capaz de proveerles alivio.
De este modo, los niños con patrones de apego inseguro tienen problemas para confiar en otros para ser ayudados y son incapaces de regular sus estados emocionales de manera autónoma. Como resultado, experimentan ansiedad excesiva, ira y ansia por ser cuidados. Tan extremos pueden ser estos sentimientos, que es posible que se precipiten estados disociativos o autoagresiones.
La Asociación Americana de Psicología aún no ha incluido el trastorno traumático del desarrollo en su Manual de diagnóstico y estadísticas de los trastornos mentales, argumentando que “hay poca evidencia [de] que las experiencias infantiles adversas sean un problema considerable”; lo anterior a pesar de que el Dr. Van der Kolk presentó datos de investigación de 200.000 niños alrededor del mundo para confirmar esta condición como diagnóstico.
Es posible tratar este trastorno con ayuda de un profesional calificado, y cuanto antes el padre de familia busque ayuda, mejor. La continuación a largo plazo del trauma del desarrollo podría desembocar en niveles de manipulación y violencia crecientes, amedida que el niño se aproxima a la adolescencia.
Es imperativo que los cuidadores comprendan las vulnerabilidades del niño, mientras mantienen el control de la relación, de manera que él no asuma que debe hacerlo para poder sentirse a salvo.
Virginia Rojas Albrieux
Creo firmemente en el poder de transformación que tenemos los seres humanos sobre mente y cuerpo. Me apasiona el cerebro y su magnificencia. Soy asidua estudiante de las neurociencias, la neurofisiología aplicada, y la medicina comportamental.
He asumido una misión personal de ayudar a mejorar la vida de mis pacientes mediante el neurofeedback -entrenamiento de las ondas cerebrales- e informando y difundiendo conocimiento acerca del cerebro, aplicable a la vida cotidiana y su impacto en todas las dimensiones del ser humano.
Soy psicóloga de la Universidad Javeriana, especialista en neurofeedback, certificada por EEG Info, y con Entrenamiento Clínico en Medicina Mente/Cuerpo en el Harvard Medical School.
Soy la Directora Clínica del Instituto Colombiano de Neurofeedback donde utilizamos este tratamiento no invasivo para mejorar el desempeño cerebral en niños, jóvenes, y adultos con diferentes retos de vida.
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