Como madre de tres jóvenes futbolistas y profesional dedicada al trabajo con pacientes con diversas disfunciones en la autorregulación del funcionamiento cerebral, estoy muy preocupada por la inconsciencia colectiva que existe acerca del riesgo que tiene el fútbol de producir lesiones cerebrales. Este deporte es el único donde se emplea la cabeza para golpear un balón. Y es muy posible que el repetido cabeceo de la esfera produzca una lesión neurológica a largo plazo. Las lesiones en la cabeza representan entre el 4 y el 22 % de las lesiones en el fútbol.
Recientemente este tema ha saltado al tapete con relación a otro deporte de contacto: el fútbol americano. Un jugador de este deporte, Junior Seau, perteneciente a la NFL, se suicidó a los 43 años hace pocos días. Él no es el primer jugador de futbol que muere en esta forma, y a los expertos les preocupa que esto pueda estar relacionado a repetidas contusiones generadoras de daño a nivel cerebral. Precisamente, la vida de este futbolista está marcada por varias contusiones cerebrales jugando fútbol. Ya en los últimos años había protagonizado escándalos de violencia doméstica. Esto no es de sorprenderse, ya que varias investigaciones parecen haber encontrado una correlación entre los deportes de contacto donde hay cabeceo del balón y/o frecuentes golpes a la cabeza con otros jugadores, porterías, etc. y diagnósticos que van desde atrofia cerebral hasta enfermedades degenerativas cerebrales, y encefalopatía traumática crónica.
En 1992, en el Hospital Central de Rogaland, Noruega, 69 futbolistas activos y 37 jugadores del equipo nacional noruego fueron incluidos para un estudio neurológico y electroencefalográfico para investigar la incidencia de las lesiones en la cabeza causadas principalmente por cabecear el balón. 3% de los jugadores activos y 30% de los jugadores del equipo se quejaban de problemas permanentes tales como dolores de cabeza, mareos, irritabilidad, deficiencias en la memoria y dolores de cuello. 35% de los jugadores activos y 32% de los jugadores del equipo tenían electroencefalogramas desde ligeramente anormales a anormales, comparados con 13 y 11% del grupo control, respectivamente. Definitivamente había menor cantidad de cambios anormales en el EEG (10% vs 27%) entre los que no cabeceaban el balón que entre los que si lo hacían. Los jugadores del equipo Noruego también fueron objeto de una tomografía computarizada al cerebro, un examen neuropsicológico, y un examen radiológico de la región cervical. A un tercio de los jugadores se les encontró una atrofia central del cerebro y al 81% una discapacidad neuropsicológica de moderada a severa. El examen radiológico de la región cervical arrojó una incidencia y grado significativamente mayor de cambios degenerativos que en el grupo control.
Nuestro cerebro es 85% agua y tiene la consistencia de suave mantequilla o de gelatina. Los cerebros que podamos haber visto en un laboratorio o en la televisión se ven más consistentes, porque han tenido tratamiento con formol; pero el que “llevamos puesto” es mucho más delicado. Nuestro suave cerebro reside dentro de una fuerte estructura ósea que lo protege: el cráneo. Este último está lleno de bordes y montículos bastante afilados. Cuando recibimos un golpe en la cabeza nuestro cerebro se choca contra las paredes y bordes del cráneo, rompiendo pequeños vasos sanguíneos y causando múltiples hemorragias momentáneas que a lo largo del tiempo se vuelven diminutas cicatrices.
Otra forma de lesión ocurre cuando la cabeza, o bien acelera rápidamente y luego es frenada, o girada abruptamente. Este sacudir violento ocasiona que las células cerebrales se despolaricen y disparen todos sus neurotransmisores en una cascada malsana, inundando al cerebro de sus propios químicos e insensibilizando ciertos receptores relacionados al aprendizaje y la memoria, entre otras consecuencias.
Siegfried Othmer, Director científico del EEG Institute en California afirma que, cabecear el balón de fútbol pone una tensión sobre la corteza prefrontal, los lóbulos temporales anteriores y el tallo cerebral lo suficientemente importante como para inducir síntomas de lesión traumática cerebral moderada.
En los Estados Unidos, en algunas ligas de menores se ha prohibido el cabeceo del balón. Y en algunos estados, por ejemplo en Massachusetts (2005) se pasó una propuesta legislativa donde se propone el uso de cascos para ligas de menores y equipos universitarios. Esto, bajo la premisa de que los cerebros en desarrollo son más susceptibles de lesiones. En este momento, cada liga y equipo tiene la opción de elegir si exige o no el casco a sus deportistas. Y al parecer, según el Boston Globe, la mayoría no lo está haciendo.
El uso de casco en el deporte más popular del mundo no solo protegería a los jugadores en el momento de cabecear, sino de colisiones entre estos, y de los choques con los postes del arco, que son las causas más frecuentes de lesiones a la cabeza.
No respetamos la fragilidad física del cerebro. Este grandioso órgano puede ser fácilmente estropeado. No necesariamente se pierde el conocimiento después de tener una lesión cerebral significativa. E incluso las lesiones “suaves” marcan a la mayoría de las personas que las padecen (aún cuando a veces los médicos no le den importancia). Muchos investigadores se refieren a estas lesiones cerebrales como una “epidemia silenciosa”. Según la Academia Americana de Neurología, “no existen contusiones menores”. Toda lesión en la cabeza resulta en importantes cambios en el metabolismo cerebral y puede tornar a las víctimas más susceptibles de daños más serios frente a un segundo golpe, como en una especie de daño acumulativo. Según estadísticas, luego de que una persona ha sufrido una contusión, está expuesta cuatro veces más a padecer una segunda.
A pesar de que a menudo no se presentan síntomas inmediatos luego de una contusión, y que una resonancia magnética no muestre nada irregular, sí se dan cambios sutiles. Luego de semanas o meses un individuo puede tornarse lloroso, furioso, irritable, puede tener dificultad para pensar con claridad o para concentrarse, o sufrir dolores de cabeza, sentirse confundido, presentar visión borrosa, pérdida de memoria, nauseas, o más aún, sufrir cambios de personalidad, de carácter, tener pensamientos oscuros, dificultad para expresar sus emociones o para comprender a otros, etc.
Nuestros hijos (y nosotros mismos) deberíamos siempre utilizar el cinturón de seguridad dentro de un vehículo, y utilizar casco para montar bicicletas, patinetas, etc. Y, ojalá, pronto, se tome conciencia del peligro que representa para nuestros cerebros el cabecear balones en el fútbol y la no utilización de cascos protectores para este deporte.
Que viva el arquero del Chelsea, Petr Cech, que luego de haberse fracturado el cráneo tras una colisión con otro jugador en un partido, hoy en día utiliza casco! Cuánto tiempo más se tomará la FIFA para exigir que en este deporte se uitlice casco como parte del uniforme?