Baila con la pelota al pie indicando que en la cancha quiere libertad, con cada majestuosa jugada hace crecer la irracional devoción de muchos creyentes y engrandece la desconfianza de muchos intelectuales. Sus gambetas son una caricia al balón, son las culpables de echar a pique el equilibrio de sus rivales; elude uno, dos, tres y sigue contando; cuenta con aquellos que sin importar el triunfo o la amargura de la derrota le ofrecen entre aplausos el apoyo para dejar de lado sus incontables desdichas.
Asiste a la fiesta a reír y sudar, con osadía roba el aliento de los que lo están mirando expectantes del orgasmo llamado gol, un grito al que se le da rienda suelta. Amarra de su pecho el amarillo, azul y rojo soñando durante noventa minutos que es el mejor en un intento por espantar la tensión, la guerra y para siempre los hijos de la sangre.
Él y su fútbol anestesian la conciencia de un pueblo “que piensa con los pies”, pero que escapa durante unos minutos de una realidad que puede ser bella o perversa para abrazar un balón. A su instinto animal se le impone la razón y, en el sofisticado mundo humano eso es malo.
Él y su patria inmarcesible están atados al grito de victoria, identidad y deseo reprimido de ser campeones. Quiere alzar la copa, luego beber de ella embriagado de un júbilo inmortal. Y al final del partido cuando todo termina se queda vacío el estadio, los hogares entran en el calor agradable de la calma y él…, regresa a la melancolía similar a la de un amor cuando se acaba.
Él, es mi país, el más valioso. En el que con orgullo nací y el que me hace un nudo en la garganta cada vez que digo Colombia, una palabra y un sentimiento que representa lo mejor de nosotros mismos.
Por favor vamos a alentar nuestros deportistas colombianos y que la celebración sea sin violencia y sin más muertos.
Por: -Andrés Felipe Osorio-
@pipemagenta