Leí la semana pasada un trino del escritor español Fernando Savater, que invita a reflexionar sobre nuestra responsabilidad, como sociedad, en la defensa de la educación por lo que ella significa. Dice Savater: “Una sociedad que abandona la educación está de alguna manera suicidándose. La educación es la forma de perpetuar aquello que nosotros queremos, aquello que nosotros preferimos respecto de nuestros valores, de nuestras ideas, de nuestros conocimientos”.
Inmediatamente recordé también la cita del escritor irlandés Edmund Burke (1729-1797) cuando afirma que: “La educación es la mejor defensa de las naciones”.
Con la experiencia del confinamiento y de la comunicación remota debidas a la pandemia, muchos de nosotros hemos estado intranquilos por el aparente abandono de la educación durante estos dos últimos años, pues no parece haber sido una preocupación prioritaria del gobierno, y si lo fue, entonces el gobierno es asintomático.
El llamado de Savater y la referencia a Burke tienen hoy una vigencia extraordinaria. Estas citas las quiero añadir a la mención que hacía Alberto Lleras Camargo a mediados del siglo pasado, con la que inicio un artículo que escribí a finales del año pasado para la Revista Cúbica (https://revistacubica.com/edicion-11-temas/). Con la debida autorización de la revista, les comparto el artículo que titulé: “Educación superior pospandemia”, para contribuir a la discusión que se da en estos días con motivo del retorno a la educación superior presencial y el significado de volver a la normalidad. A continuación transcribo mi artículo:
Cuando Alberto Lleras Camargo, como exrector de la Universidad de Los Andes, recibió de esa institución el doctorado honoris causa en febrero de 1957, expresó en el discurso pronunciado en el acto organizado para esa ocasión, lo siguiente:
“En mi opinión no existe un catálogo de prioridades en las necesidades de la república, con ser tan variadas e intensas. Por sobre todas las exigencias se encuentra ésta de la educación, antes que los caminos, que las armas, que los hospitales, que la técnica, que la comida, que la higiene y la casa, porque todas las formas de desarrollo de un país han de subordinarse al hecho absoluto de que no puede hoy haber, como sí las hubo en la Antigüedad, naciones grandes sumidas en la ignorancia”.
Después de seis décadas, esta afirmación del expresidente Lleras Camargo sigue igualmente vigente y podría agregarse que hoy hay una nueva desatención, pues no hay ningún país que haya llegado a ser desarrollado, como sí lo hubo en la antigüedad, sin una inversión significativa en ciencia.
Siendo la educación mucho más que un sector, nombre con el que se ha vuelto costumbre denominarla, especialmente cuando a ella se refieren nuestros gobernantes, y tratándose más bien del eje de todos esos llamados sectores, sería imposible abordar sus diferentes niveles y aristas a un mismo tiempo. Me limitaré entonces a la educación superior, entendiendo por ella, como lo establece la UNESCO, “todo tipo de programas de estudio y de cursos a nivel postsecundario, que tienen lugar en universidades, academias, conservatorios e institutos especializados”. Y me referiré a un solo aspecto de la educación superior como es el nuevo y urgente reto que nos ha planteado la pandemia.
Este reto de la educación superior en tiempos de pandemia y su proyección futura debería ocuparnos, más que preocuparnos, pues el momento que vivimos es la mejor oportunidad para pensar más allá de lo que ya creíamos convencional y que había sido construido sobre lo que históricamente se había ido consolidando como indispensable, bueno o de calidad. En efecto, los consensos en torno a estos conceptos empiezan ahora a romperse con la revisión de lo que se considera pertinente para tomar el nuevo rumbo que nos llevará a la educación superior del futuro, a partir de la práctica académica que el confinamiento, como consecuencia de la epidemia, nos obligó a incorporar a través de las conexiones remotas y los encuentros no presenciales.
Contrariamente a lo que se cree, pocos espacios como los universitarios son tan reflexivos, tan conservadores en sus principios y pocas otras organizaciones demoran tanto tiempo en transformarse como les ocurre a las universidades. No obstante, eso también está cambiando, pues hoy se toma el resultado de una reflexión global y rápidamente puede tener un impacto local. Es decir que se nos pone a nuestro alcance un escenario universal para que pensemos por fuera de lo convencional qué es lo pertinente en materia de educación superior localmente.
La pandemia ha sacado a la luz los problemas que ya estaban acumulados globalmente en las universidades antes de la pandemia: acceso, pertinencia, equidad, gobernanza, financiación, cobertura, internacionalización, movilidad académica. No podemos esperar un regreso a lo que entendíamos por normalidad porque esa manera como se venía desarrollando la educación superior ya no podrá volver a ser lo normal, pero además tampoco lo pertinente, por lo tanto “regresar a la normalidad”, entendido en esta forma, no deberá llevarse a cabo, ya que nadie quiere retomar un problema cuando ya ha encontrado soluciones, aunque éstas hubieran sido insospechadas.
La pandemia es la oportunidad que llegó inesperadamente para cambiar esas cosas que habíamos creído que estaban bien, especialmente porque siempre las habíamos hecho de la misma forma; así que la pandemia puede convertirse en una aliada para conseguir logros que antes parecían inalcanzables y que ahora parece que conducen más certeramente hacia una educación superior distinta, pero sobre todo más cercana a la igualdad.
Una gran enseñanza que deja la pandemia es que el trabajo en equipo puede resultar exitoso, eficiente y natural, con integrantes ubicados a grandes distancias unos de otros, siempre que lo perseguido sea un objetivo común y el interés sea acercarse a resolver el mismo problema. En unos pocos años los egresados no solo podrán tener una sólida formación técnica, también habrán aprendido a trabajar en equipos que antes no cabían en esa definición y podrán adaptarse a todo tipo de entornos multiculturales.
Más que un rígido currículo, la influencia de la nueva educación superior en la formación profesional se reflejará en la comprensión del mundo sin perder la responsabilidad local, en la utilización adecuada de las herramientas tecnológicas a disposición, en la curiosidad que despierta permanentemente la aparición de nuevos retos y que obligan a seguir aprendiendo toda la vida.
En resumen, como consecuencia de la nueva realidad y de la futura educación superior que se plantea, se logrará finalmente una formación sin fórmulas mágicas para el trabajo profesional, entendida como un entrenamiento apenas, para poder enfrentar y resolver en equipo, los problemas que aún no se han formulado.
@MantillaIgnacio