Hoy en día los centros comerciales son lugares en los que se realizan múltiples actividades. Se ha vuelto común, por ejemplo, celebrar misas y abrir parques de diversiones los domingos. Hay restaurantes de todo tipo y en algunos casos los centros comerciales son también sitios de encuentro para disfrutar de la tertulia diaria, especialmente de hombres mayores que los frecuentan en busca de amigos con quienes poder comentar el acontecer nacional, como se hacía antes en los tradicionales cafés.
Pero como es apenas natural, la principal actividad que realizamos en un centro comercial es ir de compras o ir a lo que conocemos como “vitrinear”, que también se incluye en el concepto del “shopping”. Y con frecuencia, como es mi caso, vamos únicamente como acompañantes; éste es un rol que suele ser aburrido y que causa agotamiento rápidamente o al menos un cansancio directamente proporcional a la envidiable energía de quien está comprando. Por fortuna casi siempre es posible encontrar dónde sentarse un rato para poner cara de aburrido o para revisar el celular mientras esperamos que terminen las compras.
Recientemente, en una visita a la ciudad de Medellín, descubrí una buena y novedosa alternativa en el Centro Comercial Oviedo de esta ciudad. Se trata de la disposición, en uno de sus pasillos, de una biblioteca con sillones para la lectura, con varios estantes de libros clasificados, con oferta de literatura infantil y una enorme mesa en la que también puede conectarse el computador y con sillas cómodas para sentarse a escribir.
El funcionamiento de esta biblioteca es ejemplar, si se tiene en cuenta que está basado en la confianza, esa misma que tanto nos hace falta, y es muy simple de entender: se puede escoger el libro de nuestro interés y sentarse a leer un rato o todo el día; es más, se puede llevar el libro a casa por dos semanas, anotando simplemente los datos personales. La biblioteca no tiene empleados ni vigilantes; con un par de avisos se informa cómo funciona y se invita también a donar libros o a intercambiarlos.
Aun cuando este esquema, menos abierto y menos libre de seguimiento, existe en otros lugares públicos y el sistema de préstamo de libros usados se ha llevado incluso a algunos parques de Bogotá, creo que es una gran idea poder aprovechar el tiempo en los centros comerciales, lugares que reciben seguramente más visitantes que muchos parques, para hojear o empezar a leer algún libro y no sólo para ojear las vitrinas.
Pero adicionalmente a la invitación a la lectura, debo destacar el mensaje tan importante que se está enviando a la comunidad para que aproveche cualquier pausa para leer, para escoger un libro y para disfrutarlo sin tener que llenar requisito alguno ni pagar por él. En otras palabras, a no aceptar excusas para no detenerse un momento, en confianza, a leer y a compartir.
Este sistema me ha sorprendido gratamente, pues puedo compararlo y revivir el que conocí en Alemania siendo estudiante. Recuerdo que los estudiantes de posgrado teníamos llave del edificio de la facultad para poder ingresar en la noche o en días festivos, pero también disponíamos de la llave de la biblioteca para tomar el libro que necesitáramos cuando no había servicio, así como de la sala de cómputo. Cuando se tomaba un libro prestado se le dejaba una nota en el escritorio a la secretaria encargada informándole. Nunca oí queja alguna por la pérdida de algún libro. Sólo una vez me informaron que otro estudiante también necesitaba el libro que yo había retirado y querían poder avisarle cuándo estaría de nuevo disponible.
Estoy convencido de que la confianza juega un rol muy importante en el comportamiento de las personas. He conocido también profesores admirables con esas virtudes de confianza y generosidad, que han sido felices compartiendo. Recuerdo al profesor Yu Takeuchi, quien siempre nos regalaba o nos prestaba sus libros para que puediéramos estudiar y al maestro Otto de Greiff, quien prestaba sus discos (verdaderas joyas de la música clásica) sin ningún problema, sabiendo que podían regresar rayados, pero seguro de que volverían a su poder.
Las buenas ideas, como la antes descrita de un centro comercial de Medellín, debería replicarse en otros lugares para incentivar tanto el hábito de la lectura como la confianza entre los vecinos
@MantillaIgnacio