Ecuaciones de opinión

Publicado el Ignacio Mantilla Prada

El placer de encontrar lo que no se está buscando

Por estos días, de visita en la ciudad de Nueva York, he tenido la oportunidad de vivir lo que yo llamaría una nueva vieja experiencia; es decir una experiencia de esas que hasta hace apenas unos pocos años ni siquiera hubiéramos reconocido como especial porque era lo común, pero que al pasar el tiempo y habituarnos a las nuevas tecnologías y maneras de comunicarnos y a las novedosas (e impuestas) formas de comprar, se nos perdieron como alternativas, sin que fuéramos conscientes de ello.  

Esa fue mi impresión al visitar la Librería Strand de Nueva York. Un lugar que mantiene una oferta impresionante de libros nuevos y usados en sus estanterías. Una librería que recibe a bajo precio los libros usados que no se quieren conservar en casa y los vende también a bajos precios, y que además ofrece un amplio catálogo de nuevos de todas las áreas, algunos incluso con reseñas escritas a mano frente a ellos por algún lector que quiere compartir sus impresiones sobre el libro.

Como dirán algunos de ustedes, eso no tiene nada de nuevo; pero precisamente como si fuera una contradicción, esa es la novedad. Es redescubrir la vieja librería, el lugar en el que se encuentra lo que no se está buscando y donde se busca lo que no se nos ha perdido. Un lugar donde se puede hojear, tener contacto físico con los libros, con todas sus páginas y no solo virtualmente con algunas de ellas a través de búsquedas en internet.   

En mi caso, considero un encanto el poder adquirir libros usados. Siempre he creído que algunos libros usados hablan de sus exlectores. Quienes acostumbran a resaltar párrafos o frases, por ejemplo, nos despiertan a través de los libros que fueron de su propiedad esa curiosidad de saber por qué el texto está resaltado y nos obliga a leer con mayor atención lo subrayado. Otras veces nos deja la duda del porqué se subrayaron unas líneas que aparentemente no tienen mensaje especial alguno.

Cuando encuentro un libro usado para la venta me pregunto a quién o a quiénes ha pertenecido y por qué está allí. A través del libro usado se puede conocer o compartir con un lector anterior sin necesidad de conocerlo. Un libro es un amigo al que se vuelve cuando estamos solos y si el libro se ha vendido es seguramente porque no querían volverle a leer, en algunos casos ni siquiera volverle a ver. Tal vez por esta razón la oferta de libros usados de matemáticas, por ejemplo, es siempre abundante para fortuna de quienes nos interesamos en el área. Sin embargo, en algunas ocasiones, cuando compro un libro usado de matemáticas tengo la sensación de estar adoptando una mascota abandonada que nunca ha recibido el cariño de un amo.

Un libro nuevo entra a formar parte de nuestra vida, pero en el caso del usado puede suceder lo contrario, es decir que nosotros entramos a formar parte de la vida del libro. 

También hay quienes acostumbran guardar todo tipo de papeles, desde recortes de revistas y periódicos, recibos, cartas, notas, fotos, hojas secas de plantas y hasta billetes entre las hojas de los libros y siempre es grato encontrar en nuestra biblioteca estas sorpresas, bien sea porque nosotros mismos las habíamos guardado y ya ni lo recordábamos o porque perteneció a alguien conocido de quien lo heredamos o a alguien desconocido que se nos presenta a través de estas cosas guardadas en un libro viejo.

Recientemente dediqué un buen tiempo para tratar de entender el cálculo realizado en una breve nota escrita en un espacio en blanco de una hoja de un libro de matemáticas, frente a un corolario. La nota decía “Falso” y hacía un desarrollo de dos líneas que me resultó incomprensible. No obstante quedé con la duda sobre la veracidad del resultado y efectivamente, después de trabajarle un rato, pude comprobar que en efecto había un error. Tal vez si hubiese tenido el libro nuevo, no lo habría descubierto. 

Todavía conservo el libro de “Introducción a las Ecuaciones Diferenciales” de W. E. Boyce y R. C. DiPrima, publicado por la editorial Limusa-Wiley en 1972, lo adquirí en una caseta de la calle 19 de Bogotá cuando era estudiante. Por las notas que contiene debió tener al menos dos dueños anteriores. No tiene la pasta y está con indicaciones para poder resolver algunos de los ejercicios. Pero como éste, conservo otros. Por ejemplo uno que aprecio bastante, de Álgebra Lineal, de los que se conseguían de la editorial MIR en tiempos de la Unión Soviética, que adquirí en la calle muy barato y que me fue de gran ayuda en mi carrera.

Aun cuando hay quienes afirman que el libro desaparecerá y en muchos hogares lo primero que se suprime es la biblioteca por falta de espacio y como excusa perfecta para no invertir más en libros, he conocido muchos defensores del libro (de todas las edades). Desaparecer bibliotecas es acabar con una de las pocas cosas que más hablan de una persona. Es más, creería que en cuestionarios como el del actual polémico censo de los hogares colombianos debería incluirse el indicador de los libros. Saber si en un hogar hay libros es una buena fuente de información; más importante que saber si la familia tiene un carro.

Finalmente, volviendo al tema inicial sobre la vieja (y al mismo tiempo novedosa) forma de adquirir libros, creo que eso es lo que empieza a cambiar y a retroceder, pues a mi modo de ver, acudir a una librería que dispone de un gran catálogo, pero sin libros para hojear, con el ánimo de comprar un título concreto ya elegido o pedir un libro a través de Amazon es muy aburrido, comparado con el placer que produce el encanto de visitar una librería como la descrita y encontrar lo que no se espera. A manera de ejemplo, allí adquirí por solo 4 dólares el libro (usado) cuyo título traducido al español es “Cincuenta Problemas Desafiantes en Probabilidad”, de Frederick Mosteller. Una joya que no habría descubierto en una librería convencional moderna.  

@MantillaIgnacio

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