Ecuaciones de opinión

Publicado el Ignacio Mantilla Prada

Nada más permanente que lo temporal

Es posible que la pandemia nos deje algunas costumbres que pueden ser benéficas para todos en el futuro, como es el uso del tapabocas en ciertos lugares cerrados y congestionados, medida que también puede contribuir a la disminución de la transmisión de otras enfermedades contagiosas que aparecen con cierta frecuencia, diferentes al Covid 19. Pero hay otras disposiciones que ya no tienen justificación alguna, como por ejemplo la prohibición de entrar al aeropuerto El Dorado para acompañar o esperar a un pasajero, tal como lo comentaba Juan Esteban Constaín en su columna de El Tiempo de esta semana.

Hace unos días fui a esperar a un familiar que llegaba a la media noche en un vuelo procedente de Nueva York. Mientras la persona que yo esperaba hacía los trámites propios de migración y recogía su maleta, tuve que esperar un poco más de una hora, o sea hasta la 1 de la madrugada aproximadamente, afuera, en un andén, aguantando un frío intenso y resguardándome de una fuerte lluvia. 

Está prohibido ingresar y esperar adentro, en los sitios dispuestos para tal fin; tampoco es posible entonces tomar alguna bebida caliente o sentarse mientras dure la espera. Pero además tuve que aguantar la llamada de atención de un agente de policía que en tono enérgico me impedía acercarme a las puertas de salida para observar a los pasajeros que llegaban, en mi afán por poder reconocer a la persona que yo esperaba. 

A pesar de que me esforcé, tampoco pude leer desde afuera las distantes pantallas internas que anuncian las llegadas de los vuelos, que solo se pueden ver fácilmente adentro, y cuando me acercaba más a los vidrios del corredor para intentarlo y conocer en qué banda, al menos, recogería la maleta y así reconocer la persona y enterarme de cómo venía vestida o si ya pronto yo debía estar alerta observando y tratando de adivinar por cuál de las puertas saldría, un guardia de seguridad me indicó que debía retirarme de ahí porque obstaculizaba el paso. 

Finalmente, haciendo uso solo del azar y confiando en la suerte, pude decidirme y milagrosamente acertar la puerta de salida correcta en la que debía esperar, eso sí, lejos de los mejores puestos para protegerme de la lluvia, porque inexplicablemente y con la anuencia de la policía, a esa hora estos están ocupados principalmente por los conductores que ofrecen un concierto con la música que produce el sonido de las llaves de sus carros agitadas en lo alto mientras anuncian “taxi, uber, taxi, taxi, uber…”, como ocurría en los viejos tiempos, en el antiguo aeropuerto.

No creo que, con la excusa de la pandemia, deba mantenerse esta medida que prohíbe esperar a un pasajero o acompañarlo en un lugar apropiado. En Colombia nos hemos acostumbrado a que las prácticas que se adoptan temporalmente durante alguna emergencia o por alguna situación preventiva, prevalecen en el tiempo, aunque ya sean innecesarias.

Heredada de otras épocas queda aún la costumbre en algunos lugares, de revisar el baúl del vehículo al ingresar o al salir. Se trata de una incómoda sospecha, pues ingresamos como posibles terroristas y salimos como probables ladrones. La verdad es que esta medida, aunque ofrece una fuente de empleo más e impone horarios de trabajo a algunos perritos, es tan inocua que cualquier observador pensaría que el encargado, al abrir el baúl solo quiere determinar si se trata de un carro o de “una carra”.

Ingresar a un supermercado tampoco nos libera de estas mismas prácticas y sin excepción un vigilante al salir revisa la factura para comprobar que los productos que se llevan en el carrito fueron debidamente cancelados. Pero antes, en la caja, hay que dictar el número de documento. Presencié hace poco el drama de un extranjero que no podía pagar porque su documento (su pasaporte) no era aceptado: el sistema no acepta letras, solo números, explicó la cajera.

Con todo, Colombia ofrece ventajas en otras materias. Como anécdota les comparto que recientemente en un viaje que realicé por Alemania, en una parada de la autopista en la que detuve el vehículo para tanquear, aproveché para ir al baño. El costo del uso era de 70 centavos, pero la máquina no recibía monedas, solo podía se pagar con tarjeta y así lo hice. Y ahora pienso que jamás imaginé que llegaría el día en que tendría que pagar una entrada al baño con tarjeta de crédito y diferida a 24 meses.

@MantillaIgnacio 

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