Ecuaciones de opinión

Publicado el Ignacio Mantilla Prada

Soy matemático gracias a las matemáticas… y otras anécdotas

Mi primera experiencia matemática con los militares es más bien anecdótica, como algunos de mis amigos me lo han escuchado decir. En efecto, en mi época de colegial, cuando se culminaba el bachillerato, los nuevos bachilleres debíamos presentarnos para definir nuestra situación militar, pero quienes lográbamos la admisión a una universidad recibíamos el beneficio de un aplazamiento hasta terminar o abandonar los estudios universitarios. Y ese fue mi caso.

Los convulsionados años en los que fui estudiante de la Universidad Nacional trajeron como consecuencia algunos cierres que fueron la causa principal por los que se prolongó la duración de la carrera; se sumó también un cierre debido a la famosa toma de la Embajada de República Dominicana por el M-19, cuya sede quedaba justo al frente del campus, y como si todo lo anterior no hubiese sido suficiente, cuando finalmente creí cumplir con todos los requisitos para graduarme, la Secretaría de la Facultad me informó que para poder recibir mi diploma de Matemático, debía antes arreglar mi situación militar aplazada.

Para adelantar el trámite requerido fui citado un lunes muy temprano al comando militar dispuesto para el examen y la entrevista de los jóvenes que teníamos sin resolver el asunto de la libreta militar, documento obligatorio exigido para poder trabajar y requisito indispensable para poderse graduar en la Universidad. 

La cita era muy temprano, a las seis de la mañana, pero yo estuve allí desde una media hora antes, dada la importancia que tenía para mí este trámite del que dependía mi grado. Muy puntualmente nos hicieron pasar a un patio donde nos reunimos unos 200 jóvenes sin libreta militar. De pronto se escuchó una fuerte voz, que sin necesidad de micrófono nos llegó a todos; provenía de un sargento que, parado sobre una silla, pidió silencio (como si el pánico que sentíamos todos pudiese producir algún ruido), alzó su brazo derecho para señalar mientras hablaba y dijo: 

 —Profesionales a la derecha. ¡Hagan una fila! Bachilleres aquí. ¡En el centro! Y soldados de la patria, allá. ¡A la izquierda!

La fila más larga era la de los “soldados de la patria” y la más corta, de unos 20, era la de nosotros, los nuevos profesionales. Después de esa distribución nos hicieron pasar ante un oficial que tenía la tarea de entrevistarnos. Yo estaba de cuarto o quinto en la fila y oía cómo, con voz fuerte y aguda, preguntaba: 

  —¿Profesión?

  —Soy químico farmacéutico —contestó uno que iba adelante en la fila—. ¡Hágase aquí y aguarde! ¡Siguiente! ¿Profesión? 

  —Soy odontólogo.

  —¡Aguarde aquí!

Así fueron pasando quienes me antecedían. Había un ingeniero civil a quien le preguntó después de conocer su profesión: 

  —¿Entonces usted sabe hacer puentes?

Cuando llegó mi turno y preguntó por mi profesión, respondí con orgullo: 

  —Matemático.

  —¡Eso no sirve para nada! —dijo el militar y levantó la cabeza para dirigirme una mirada cargada de lástima—. ¡Vaya a que le entreguen su libreta! —me dijo señalándome una puerta. Y antes de llamar al siguiente le oí decir en voz baja—: ¡Dizque matemático!

Yo estuve a punto de replicarle y demostrarle que su afirmación según la cual las matemáticas no sirven para nada era en sí misma una contradicción, pues justamente, a diferencia de la especialidad de los profesionales que me habían antecedido, era la única que resultaba útil en esa situación, ya que gracias a ella me entregarían mi libreta militar de inmediato. Por fortuna recordé esa sabiduría popular que nos transmitían en casa para ocasiones como ésta: “calladito se ve más bonito”. 

Y fue así como gracias a las matemáticas tuve mi libreta militar y gracias también a ellas me pude graduar.

Pero saber matemáticas puede ser un asunto de vida o muerte. Hay una anécdota de un famoso físico y matemático ruso llamado Igor Tamm, Premio Nobel de física en 1958, a quien las matemáticas le salvaron la vida cuando era un joven profesor de matemáticas en la ciudad de Odesa (Ucrania), según lo cuenta el divulgador científico George Gamow, también físico, nacido en esa ciudad y amigo de Tamm.

Dice Gamow que en 1919 Odesa fue ocupada por el ejército rojo y ante el hambre de su familia, Igor Tamm se vio obligado a abandonar la ciudad para conseguir comida. Estaba en un campo cercano negociando con un campesino cuántos pollos podía llevar a cambio de una docena de cucharas de plata cuando, de repente, fue capturado por un grupo de espías militares anticomunistas que hostigaban a los rojos.

La historia que cuenta Gamow narra cómo a Igor Tamm sus ropas de la ciudad lo delataron, aunque a esas alturas de la guerra ya vestía casi como un vagabundo. Al no ser reconocido como uno de los campesinos lugareños, fue conducido ante el líder anticomunista, el Ataman, un barbudo con un gorro de piel negro y alto, con el pecho cruzado por cintas de cartuchos de ametralladora y un par de granadas de mano colgando de su cinturón, quien tras echarle una ojeada al prisionero le gritó:

  —Usted es un agitador comunista que está minando nuestra madre Ucrania. ¡El castigo es la muerte!

  —No, no —respondió Igor Tamm—. Yo no soy más que un profesor de la Universidad de Odesa y he venido aquí a comprar algo de comida.

  —Basura —dijo el Ataman—. ¿Qué tipo de profesor es usted?

  —Enseño matemáticas —respondió temblando de miedo Igor Tamm.

  —¿Matemáticas? —se burló el jefe y luego le sorprendió—. Entonces usted debe ser capaz de decirme cómo se estima el error que se comete al truncar una serie de Taylor en el n-ésimo término. Si usted no lo sabe, ¡lo fusilamos!

Igor Tamm se quedó sin aliento al oír esa pregunta de las matemáticas que él enseñaba, de este jefe militar. Con mano temblorosa, y bajo el cañón del arma de fuego que le apuntaba, Tamm pudo escribir y presentarle una respuesta.

  —¡Correcto! —bramó el Ataman—. ¡Dejadlo en libertad!

Este relato de su amigo George Gamow termina mencionando que años después, siendo ya Premio Nobel, Igor Tamm contó personalmente esta anécdota y dijo que nunca llegó a saber ni a averiguar quién era aquel extraño jefe con conocimientos matemáticos, pero que su anécdota la recomienda para que los profesores de matemáticas tengan otra respuesta a la pregunta: “¿Para qué sirve esto?”.

Para quienes lo hayan aprendido y olvidado y para quienes no lo sepan, vale mencionar que las series de Taylor se usan para aproximar una amplia clase de funciones matemáticas. Una serie de Taylor es una serie de potencias que se desarrolla a partir de las derivadas de una función en un punto. Cuando el punto elegido es el cero, se llama serie de Maclaurin. Al truncar la serie en el término n-ésimo se obtiene un polinomio de grado n. Los polinomios de Taylor-Maclaurin son usados para realizar aproximaciones polinómicas de funciones que son n veces derivables en un punto.

Espero que la anécdota de Igor Tamm les deje la inquietud de investigar ahora mismo cuál es el error debido al truncamiento en el término n-ésimo de la serie de Taylor y espero también que las matemáticas en Colombia sean mejor valoradas y aprovechadas hasta en el servicio militar.

@MantillaIgnacio

Comentarios