En 2018 se cumplieron 100 años de la aparición de la denominada “Gripe Española”, la más terrible epidemia que ha azotado a la humanidad, extendida por todo el planeta y que acabó con la vida de cerca de 50 millones de personas en tan solo un año, superando las cifras de víctimas mortales de la Primera Guerra Mundial que también llegaba a su fin en 1918.
Existen registros de cifras, unos más precisos que otros, de muchas otras epidemias que han afectado a la población humana y que aún generan temores permanentemente, tales como influenza, sarampión, viruela, tifo, sífilis, cólera, ébola, sida, chikunguña, dengue, zika, fiebre amarilla, malaria, tuberculosis, gripe H1N1, entre otras. Igualmente hay algunos registros de enfermedades epidémicas como la rabia que afecta a los lobos y en las últimas décadas se han comenzado a recoger las primeras cifras sobre números de árboles afectados por los brotes y enfermedades que atacan a los bosques.
Históricamente, aun cuando enfermedades, pestes y epidemias han existido siempre y en todo lugar, los datos y registros sobre catástrofes debidas a enfermedades epidémicas evidencian principalmente el interés en el conteo de víctimas, más que en las causas por las que se presenta una disminución inesperada de poblaciones específicas.
Uno de los primeros ejemplos de la recopilación de cifras sobre epidemias es un antiguo reporte de Tucídides, correspondiente a la Plaga de Atenas ocurrida entre 430 y 428 a.C. por la que murieron unas 100.000 personas, casi un tercio de la población. La magistral descripción, incluye datos tan precisos como por ejemplo el registro de la muerte de 1050 de 4000 soldados en una expedición, a causa de la peste.
Pero en la antigüedad los registros se usaban principalmente como valores absolutos y por lo general no pasaban de ser datos estadísticos que se recordaban cuando amenazaba una nueva pandemia. Y en materia de enfermedades mortales y contagiosas, tampoco era común aportar información sobre el número de infectados que sobrevivían a las epidemias. Hoy en día tales cifras y registros pueden ser usados de manera diferente, y es justamente sobre la forma en que podemos utilizar dicha información, con fines distintos al simple conteo e inventario de afectados, que los matemáticos nos interesamos, demostrando que el mayor valor de estos números está en el uso que se les puede dar estadísticamente para la prevención de nuevas epidemias y para determinar parámetros e indicadores que facilitan el estudio matemático preciso y predictivo del comportamiento de las enfermedades en las poblaciones infectadas o susceptibles de contagios.
Estos estudios surgieron, sin embargo, con una alta dosis de escepticismo sobre su utilidad y con mucha desconfianza sobre su veracidad en la predicción de una repetición.
La primera evidencia de un interés con un enfoque diferente al simple conteo de enfermos y víctimas se encuentra en la publicación de John Graunt (1620-1674), quien en 1662 da a conocer los resultados de una investigación que recopila las principales causas de mortalidad en la ciudad de Londres, en el período comprendido entre 1626 y 1636. Este informe, que a primera vista no se diferencia de las estadísticas de la época, incluye, sin embargo, datos sobre el riesgo de contraer cada una de las enfermedades que causan la mortalidad, con lo cual se constituye en la primera publicación de la que se tiene noticia, que muestra un enfoque distinto para estudiar el comportamiento de las cifras de una población afectada por enfermedades mortales. Posteriormente Graunt clasifica las enfermedades por grupos y presenta una tabla que contiene la causa de 229.250 muertes ocurridas en Londres entre 1629 y 1658. Pero su investigación no se limita a aportar estas precisas cifras, sino que logra también una valiosa clasificación que destaca la existencia de 81 causas distintas.
El interés que reinaba en esa época por este tipo de estudios era, como muchos ahora, económico y especialmente auspiciados por las primeras compañías de seguros de salud, dando origen también a las primeras investigaciones actuariales. Sin embargo hubo un hecho histórico que dificultó y retrasó el avance de los estudios de salud pública sustentados en modelos matemáticos deterministas, así como la investigación actuarial.
En efecto, la gran plaga de Londres, también denominada peste bubónica o muerte negra, fue una epidemia similar a la llamada “peste negra” (un virulento brote que apareció entre 1347 y 1353), y fue recordada como la “Gran Plaga”. Esta peste ocurrió en el año de 1665 y cobró cerca de 65000 muertes; es decir la mitad de la población en unos pocos meses; y hubo zonas que padecieron una devastación mayor, como la Villa de Eyam, en la que sólo sobrevivieron 83 personas de sus 350 habitantes. Al año siguiente, en 1666, el incendio denominado el gran fuego de Londres arrasó con las construcciones de media ciudad, pero también puso fin a la peste.
Naturalmente, ante estas catástrofes y fenómenos, las predicciones sobre causas de mortalidad y los estudios actuariales, estadísticos y matemáticos sobre comportamiento y riesgo de epidemias, que empezaban a desarrollarse, perdieron entonces toda credibilidad, frenando las nacientes investigaciones sobre estos temas.
No obstante, el desarrollo posterior de los modelos matemáticos para describir la propagación de epidemias (tanto deterministas como estocásticos), la aparición y desarrollo de la Actuaría, el estudio formal de la Demografía y la inclusión de los modelos matemáticos como herramienta para estudiar los fenómenos ecológicos similares, forman hoy parte indispensable de inmenso valor en la investigación científica afín a estos temas.
Como se puede deducir, estos nuevos retos ofrecen una amplia oferta de trabajo a matemáticos, estadísticos, actuarios y biólogos entre otros. Ojalá en Colombia los proyectos y las decisiones en materias tales como salud pública, reformas pensionales o protección de especies, incluyan también los importantes estudios que pueden aportar los modelos matemáticos.
@MantillaIgnacio