Ahora, cuando se avecina la celebración de las fiestas de fin de año y las familias se preparan para reunirse y disfrutar de las comidas tradicionales, resulta interesante reafirmar la certeza de que a través de las comidas de cada región o país mantenemos algunos lazos y recordamos buenos y malos momentos de nuestra vida.
Un buen número de los colombianos que residen temporal o permanentemente en el exterior se aprestan para venir de vacaciones; ya han comprado sus tiquetes y esperan, con gran ilusión, volver a Colombia a pasar Navidad con sus familiares y amigos. Desde ya se ilusionan pensando en los platos típicos que volverán a probar; esos que tienen sabor a infancia y que no pueden prepararse iguales en otra parte.
Las comidas son elementos que nos transportan a los lugares que hemos conocido. Independientemente del motivo por el que hayamos ido a una región o país, recordamos que allí se come tal o cual plato; algunas veces exquisito para nuestro gusto y otras de no muy grata recordación. En ocasiones es el único recuerdo que guardamos de un lugar que hemos visitado.
De otra parte está también la huella que dejaron en la memoria de cada uno de nosotros esos platos favoritos que desde niños disfrutamos en el hogar y que tratamos de reproducir, muchas veces sin éxito, cuando estamos lejos de casa. Y puesto que “entre gustos no hay disgustos”, como bien señala la sabiduría popular, hay también platos que nunca nos apetecieron, aun cuando esos sean los favoritos de otros miembros de la familia.
Pero también existe el gusto compartido entre los colombianos por un buen número de productos que cada generación aprecia en mayor o menor grado, bien sea porque formaban parte de las loncheras del colegio o porque se difundieron y comercializaron cuando éramos niños y su novedad nos atrapó en grupo. Hay que observar cómo los colombianos, cuando viajamos al exterior y visitamos a un familiar o a algún amigo, acostumbramos llevarles, además del infaltable café colombiano, algo de comer que sea típico, exclusivo y muy apreciado en nuestro país. Y la lista es extensa, basta con revisar lo que se ofrece en las tiendas del aeropuerto para tener un completo inventario de los productos que más echamos de menos los colombianos en el exterior.
La experiencia a través de las comidas es también una de las mayores fuentes para alimentar la memoria. En efecto, hay hechos que recordamos asociándolos a alguna comida o bebida que consumíamos en el momento en que se produjeron; y los acontecimientos casi siempre los celebramos en torno a una comida especial.
Destaco y recomiendo una extraordinaria experiencia que viví al visitar un restaurante en Berlín, adaptado para tener que comer completamente a oscuras, sin una mínima posibilidad de ver. El lugar permite degustar un plato sin conocer su aspecto, usar los cubiertos sin verlos y emplear el tacto y el olfato al máximo. Evitar chorrearse es imposible y cortar un pedazo de carne del tamaño acostumbrado se vuelve un reto. Es un excelente ejercicio que nos concentra para poder comer y nos obliga a reflexionar sobre lo que significa estar privados de la vista. Desde entonces ha aumentado mi admiración por las personas ciegas que tienen que desempeñar cotidianamente tareas que parecen normales, pero que en realidad son todas, los retos a los que tienen que enfrentarse.
Volviendo al tema inicial, son muchos los estudiantes colombianos que hay actualmente en el exterior, nada más en Alemania, en este semestre de invierno hay 3280 universitarios matriculados. En mis encuentros con estudiantes en el exterior, cuando les pregunto qué es lo que más extrañan de Colombia, sin excepción mencionan alguna comida. A todos los estudiantes colombianos que vienen a pasar estas vacaciones les recibiremos con un familiar abrazo. A cada uno de ellos le dejo una pregunta: ¿qué será lo primero que vas a pedir que te preparen en tu casa?
@MantillaIgnacio