Se realizó el domingo pasado el examen de admisión a la Universidad Nacional, una jornada que se lleva a cabo cada semestre desde 1939, cuando la Universidad Nacional tomó la decisión de seleccionar a sus nuevos estudiantes mediante una prueba de clasificación basada exclusivamente en las condiciones académicas de los aspirantes.
Las cifras envían un mensaje inequívoco que se repite cada seis meses; en efecto, esta vez se han presentado 62 000 aspirantes, de los cuales 42 600 están en Bogotá. En esta inevitable competencia solo uno de cada 10 ganará un cupo; esto significa que la Universidad Nacional se ve obligada a rechazar a una población cercana a los 56 000 aspirantes; es decir, una comunidad que es mayor que todos los estudiantes de pregrado y posgrado que tiene la Universidad Nacional.
No quiero en esta ocasión referirme al modelo de selección a través de un examen o a la pertinencia de la prueba, pues independientemente del mecanismo que se use para seleccionar a los nuevos estudiantes, aún haciéndolo mediante un sorteo, la Universidad no puede recibirlos a todos y se ve obligada a rechazar a 56 000.
Siempre nos dedicamos a estudiar estadísticas y a hacer análisis de cifras sobre cobertura, graduados, calidad y deserción entre otros aspectos que se miden en la educación superior, pero con bastante menos frecuencia o casi nunca nos preocupamos por esos rechazados que solo se cuentan como números absolutos para indicar que el acceso a la educación superior debe mejorar.
Son numerosos los trabajos que destacan la diversidad de factores que intervienen en el ingreso a la universidad y la mayoría de estudios coinciden en que el factor socioeconómico tiene una preponderante influencia en el acceso, así como en el rendimiento académico para la permanencia y la culminación exitosa de una carrera. Sin embargo es mediante un conjunto de características regionales, académicas, económicas, sociales y culturales de aquellos que lograron ingresar a la universidad que se infiere quiénes son los que se han quedado por fuera y no parece haber estudios ajenos a esta extrapolación que se hayan enfocado en analizar las condiciones y trayectorias que han seguido los aspirantes rechazados.
El debate sobre el ingreso a la universidad no puede limitarse, por lo tanto, al examen de admisión, pues llegando incluso a eliminarlo como requisito de ingreso a los programas académicos, no se aumentaría la cobertura.
Las familias de los rechazados hacen su mayor esfuerzo económico para que sus hijos no se queden sin ir a la universidad. De acuerdo con la capacidad económica familiar, se les apoya financiando sus estudios en instituciones privadas, desde las universidades de élite hasta las menos costosas. Otros logran un crédito a través del Icetex o simplemente desisten y algunos intentan hacer una carrera mientras trabajan. Si viven en regiones con poca oferta no hay más opciones.
Un cupo en la Universidad Nacional es un bien escaso y ganar un cupo en esa Institución es para muchos la única opción. La competencia que se establece entre los aspirantes conduce a otra de las estrategias más comunes entre estos jóvenes y sus familias como es la inscripción en cursos de preparación para los exámenes de admisión.
En México sucede algo similar con la admisión a la UNAM. Allí solo el 45% de los cupos está ofrecido a aspirantes que no provienen de los sistemas de bachillerato a su cargo y proporcionalmente las cifras de los rechazados es similar a la de los nuestros en la Universidad Nacional. Desde 2006 se creó el Movimiento de Aspirantes Excluidos de la Educación Superior (MAES) y el Movimiento de Estudiantes No Aceptados (MENA) que agrupan a miles de jóvenes rechazados. Su voz y la de sus familias se ha hecho oír a través de algunas movilizaciones y ahora el presidente López Obrador anuncia su deseo de eliminar los exámenes de admisión; medida que no tendría un mayor efecto para mejorar la cobertura, pues solo excluye a otros. No obstante, combinada con la intención de crear nuevas universidades sería una excelente solución que bien podría enviar un mensaje de esperanza para Colombia.
El fenómeno que estamos viviendo en Colombia es muy interesante: por una parte las universidades privadas se resienten por la caída de sus matrículas y la justifican afirmando que se trata de un fenómeno mundial porque los jóvenes no quieren ir a la universidad; pero el evidente contraejemplo es lo lo que pasa en las universidades públicas y en particular lo que está pasando con la gran demanda de cupos en la Universidad Nacional. Estas son cifras que refutan contundentemente esa teoría y más bien exponen con toda claridad las consecuencias de las políticas equivocadas de los gobiernos, que después de López Pumarejo, en su mayoría, han desatendido la educación superior pública.
No puedo imaginar una solución a la exclusión de tantos estudiantes, que sea diferente el aumento real, serio y responsable de la cobertura con planes de inversión y desarrollo de largo alcance. Incluso podría lograrse más rápidamente con la participación de las universidades privadas, pero ésta es una responsabilidad del Estado y debe ser un compromiso de los próximos gobiernos. Es una dura tarea que no dará frutos inmediatos, pero que debe comenzar pronto para que la meta no sea cada vez más lejana.
@MantillaIgnacio