No se puede vivir con miedo a morir.
Mi colega Myriam Muñoz ha padecido, como pocas personas, los más severos retos frente a un extraño síndrome que se ha ensañado en poner a prueba, repetidamente al límite y sin tregua, su capacidad y fortaleza para soportar, desde hace más de cuatro décadas, la enfermedad que cada vez padecen más personas en el mundo: el cáncer.
Su vocación docente le ha despertado un interés especial por compartir su experiencia para inspirar, contribuir y enseñar cómo sobrellevar la vida luchando enferma, no contra uno, sino contra varios cánceres. Y aunque su intención inicial era hacer llegar solamente a sus amigos y familiares su conmovedor relato, es imposible guardar esta historia de vida ejemplar, que despierta mi admiración, sin compartir más ampliamente su testimonio.
Sería egoísta guardar para solo un reducido grupo este maravilloso testimonio que será de gran utilidad para los lectores; por eso, con la autorización de Myriam, he decidido publicar en cuatro entregas, su historia.
DE LA OSCURIDAD A LA LUZ
Primera entrega
Myriam Muñoz
Era el 30 de agosto de 1981, diríamos que fue en el milenio pasado, ese día nació nuestra hija. Ese es nuestro punto de partida en mi historia personal con el cáncer. Fue un día memorable, desde muchos puntos de vista; estábamos iniciando una nueva vida en Colombia, en Bogotá; después de siete años había podido dar a luz por segunda vez, pues ya teníamos a nuestro hijo, pero debido a la dificultad del primer parto no había logrado embarazarme nuevamente y en dos semanas iniciaría mi trabajo como profesora asistente en el Departamento de Matemáticas y Estadística de la Universidad Nacional de Colombia.
Primero una pequeña reseña de mi vida anterior.
Nací en Zetaquira, un pueblito de Boyacá, cuando ya había comenzado la violencia después del 9 de abril de 1948, luego de la muerte de Jorge Eliécer Gaitán, caudillo que aspiraba a la presidencia de la república. Yo fui la quinta de seis hermanos.
Muchos meses más tarde, en el gobierno de Laureano Gómez, nos convertimos en desplazados por la violencia, claro que con la suerte de que un tío nos acogió en su casa en Tunja hasta que pudimos conseguir una vivienda.
Mi papá consiguió trabajo en la fábrica de Licores de Boyacá, él trabajaba en estadística. Aunque yo no tenía tres años, recuerdo que él trabajaba a una cuadra de la casa y yo lo esperaba todos los días en el camino, cuando él venía para almorzar y él me regalaba unas pequeñas cajitas de cartón.
Luego los recuerdos se convirtieron en ver a mi papá siempre enfermo, a veces pasaba largas temporadas en el hospital y se fugaba para visitarnos, pues a nosotros los pequeños no nos permitían entrar al hospital; finalmente fue operado y murió de cáncer de estómago. Papá tenía 45 años. A mi papá al operarlo le quitaron parte del estómago y luego tuvo metástasis. Allí empezó mi contacto con el cáncer. Aunque era muy pequeña cuando murió mi papá, en este momento sentí que fue una gran pérdida; fue muy difícil para mí, pues él nos quería mucho y yo pienso que siempre hace mucha falta la figura paterna. A pesar de mi corta edad, sentí que la muerte de mi papá me marcó. Yo todavía recuerdo algunas vivencias con mi papá desde que tenía dos años. Siempre he pensado en la influencia que tiene la parte psicológica en el desarrollo de las enfermedades, sobre todo del cáncer. Quiero resaltar acá que mis padres eran familiares en segundo grado de consanguinidad.
La violencia para mí había quedado en Zetaquira, aunque yo apenas tenía un año cuando fuimos desplazados, pues en Tunja creo que no se escuchaba mucho al respecto. Más adelante oiría de mis compañeros de colegio y de universidad, todos los desmanes ocurridos, sobre todo en el Tolima, aunque también en Boyacá. No voy a entrar en detalles acerca de la violencia que se vivió en aquella época, pues se han escrito muchos libros al respecto, pero aunque no hablamos de ella, de alguna manera quedamos marcados.
Tuve una niñez más o menos normal, nunca me molestó el que fuéramos pobres, siempre había comida balanceada en nuestra mesa, pues mi mamá era una trabajadora incansable, quedó viuda a los 38 años, tenía 6 hijos que educar y que alimentar, ella trabajaba en la contraloría las 8 horas legales, 5 días a la semana, en las noches cosía y junto con la empleada del servicio y la señora de la lechería hacían deliciosas panelitas de leche que nosotros distribuíamos. Tampoco nos faltaron los regalos en Navidad, puesto que en los árboles de navidad de las casas de algunos tíos maternos siempre había regalos para nosotros.
Desde muy niña tuve problemas digestivos; recuerdo que muy pequeña jugaba con un camello de goma y decía que tenía colitis y le cortaba la cola, pienso que debido a mi débil salud, una de mis primeras palabras fue colitis. Mi mamá contaba que de bebé tuve disentería. También recuerdo que a los cuatro años fui al dentista pues tenía mal los molares y lo que hacían en aquella época era sacar las piezas con caries, los molares que me extrajeron dejaron los sitios hasta que me salieron los nuevos molares a los 15 años, creo que desde entonces tenía deficiencia de calcio y la mala dentadura influye en los problemas digestivos. Estas enfermedades me molestarían a lo largo de mi vida, era muy delicada de salud, tuve anemia, era muy delgada, muy calmada para una niña de mi edad, tal vez era demasiado seria y no tomaba nada a la ligera, además era muy intelectual, me gustaba estudiar, leer y hacer manualidades, era buena alumna; no me agradaba que se rieran de mí (creo que a nadie le gusta), en particular nunca me ha gustado que se burlen de nadie.
Como éramos seis hermanos jugábamos siempre juntos, los mayores nos enseñaban y jugaban con nosotros los pequeños, mi hermano mayor fue como un padre para nosotros. Desde 4. de primaria decidí que quería estudiar matemáticas puras, mi hermano mayor había estudiado licenciatura en Matemáticas y Física para poder trabajar y ayudar a mamá, después de un tiempo entró a estudiar Matemática Pura en la Universidad Nacional y lo aceptaron en segundo año en la carrera de Matemáticas Puras. Así que en la atmósfera machista se dijo: tu hermano tan inteligente y habiendo hecho una licenciatura lo recibieron en segundo año, es mucho atrevimiento que tú pretendas estudiar Matemática Pura en la Universidad Nacional. Pero mi hermano mayor dijo: yo sé que ella puede, yo me la llevo. Así fue como después de tres días de exámenes de admisión, entré a estudiar a la Nacional, allí me convertí en “la hermanita de Chepe”.
Cuando estaba en la universidad, a veces sufría de unos cólicos terribles que me mantenían en cama por tres días, pero nadie supo la causa. Es posible que tuviera un colon irritable y la presión del estudio y del trabajo me causaban tanta tensión que llegaba a estos estados de dolor. Yo estudiaba Matemáticas Puras en la Universidad Nacional de Colombia, tenía un grupo de estudio y entre semana todos los días estudiábamos hasta las dos de la madrugada, para luego estar lista a las seis, ya que a partir de sexto semestre yo era monitora y en octavo semestre enseñaba dos cursos en otras carreras y era monitora de análisis en la carrera de Matemáticas, además de las seis materias que cursaba; sin embargo los fines de semana casi siempre festejábamos, había mucha camaradería con mis compañeros y fuimos muy buenos amigos, con algunos de ellos aún conservamos esa amistad.
Siempre fui muy rebelde, no me gustaba que me mandaran, por eso tuve muchos roces con la familia, así que tomé la determinación de irme del país y empecé a buscar becas para posgrado, presenté papeles en ICETEX para una beca a Alemania, tuve tres oportunidades de beca, Alemania, Francia y Austria, pero la beca para Alemania era la mejor, por eso me preparé para ésta y la logré.
Mientras se llegaba el tiempo de mi partida, trabajé primero en la Universidad del Valle, en ese año empezaron los problemas estudiantiles y estuvimos 6 semanas en la Universidad Del Valle, pero la cerraron y entonces empecé a trabajar en la UPTC en Tunja pues así como me había prometido, no viviría en Bogotá.
Siempre he sido optimista y las cosas me salen bien sin pensarlo, el día anterior al viaje mis amigos me dieron serenata y luego nos fuimos al apartamento de una de mis amigas, dentro de las personas que los acompañaban estaba un muchacho que acababa de llegar de Alemania y había dejado novia en Frankfurt, él me dio el teléfono de ella y me trajo un regalo para que se lo diera. La idea era que ella me ayudara mientras me iba para Boppard a donde iniciaría el curso de alemán. Yo había estudiado dos años de alemán; en aquella época los estudiantes de matemáticas debíamos aprender inglés o francés y alemán o ruso y yo había escogido inglés y alemán. Al llegar a Frankfurt la llamé y ella tan amable me recogió del aeropuerto y me instaló en su cuarto por los 4 días que yo debía esperar para ir a Boppard. Ella era francesa y tenía amigas inglesas, suizas, etc. fue muy agradable haberla conocido, fue mi primera buena impresión de Alemania.
Puesto que lo que interesa en este escrito es mi contacto con el cáncer, resumiré mi vida en estos años. En Alemania estuve 7 años, conocí mucha gente, me casé con un ciudadano turco y tuvimos allá nuestro primer hijo. En Mainz hice mi Diplom Mathematiker más tarde hice el doctorado y luego emigramos a Turquía, en donde estuvimos dos años, trabajé como docente en la Universidad Tecnológica del Medio Oriente en Ankara, pero según mi criterio fueron los años más difíciles que ha vivido Turquía en los últimos tiempos: una anarquía reinante, una devaluación galopante, una inflación diaria.
La situación cada vez era más insegura, yo salía a trabajar a la universidad y mi esposo y mi hijo se quedaban con la incertidumbre de si yo regresaría a casa sana y salva, puesto que diariamente había atentados y luchas entre izquierda y derecha y la universidad donde trabajaba a pesar de haber sido construida por los americanos, era netamente izquierdista. Con tanta incertidumbre decidimos emigrar a Colombia. Mi esposo tenía que prestar servicio militar, por lo que yo me vine adelante con mi hijo.
Siempre es difícil el cambio. Yo llegué a Bogotá y a la semana hubiera querido devolverme; después de nueve años en el extranjero yo era casi una extraña hasta para mi familia y amigos. Claro no encontré el sitio que había dejado. Sin embargo con la suerte de siempre a los 15 días de mi llegada ya tenía trabajo en la Universidad Nacional y había logrado que a mi hijo le recibieran en el colegio Andino, en donde me ofrecieron también trabajo, pues necesitaban con urgencia un profesor de matemáticas, mi hijo pudo entrar entonces al colegio Andino al grupo de los alemanes, a pesar de que no había presentado el examen de madurez, el niño no hablaba español, entró con matrícula condicional pero como era tan buen estudiante, nadie se volvió a acordar de dicha matrícula. Puesto que necesitábamos dinero, ya que en Turquía no habíamos podido ahorrar y sólo trajimos los libros y las alfombras, yo trabajé arduamente.
El cambio fue no sólo de país, también las costumbres, el idioma, los hábitos de alimentación, pues me había acostumbrado al Abend Brot, o sea en la noche una comida muy liviana con pan y té. En Colombia y en mi familia se comía completo tanto al almuerzo como en la noche, también me había desacostumbrado a las salsas.
Por otro lado, la separación física de mi esposo nos afectó mucho a mi hijo y a mí. Para los niños pienso que es más sencillo, el profesor de su curso era hombre y él hizo transferencia de la falta de su padre al profesor, pero yo me sentía muy sola a pesar de tener tanto trabajo: dictaba 34 horas de clase a la semana. Aun estando con la familia, me sentía extraña y no tenía con quien compartir mis angustias y mis afanes. En ese entonces no existía el internet, el correo era muy demorado y hablar por teléfono con Turquía era casi imposible.
Sin darme cuenta, empezaron los malestares digestivos, pero con tanto trabajo y algo de ignorancia respecto de la salud, no le di importancia, pero tenía diarreas frecuentes y la comida en la noche me caía mal, pero como a veces no alcanzaba a almorzar bien, comía mejor en la noche para compensar.
Quiero dar importancia a no dejar pasar los malestares que no se habían sentido anteriormente.