Hasta hace algunos años era una obligación razonable aprender de memoria unos cinco números telefónicos y otros números tales como el de la cédula, la dirección de la casa y algunos pocos datos adicionales, que nunca cambiaban. Pero hoy en día, que a duras penas retenemos nuestro propio número de celular, cada esfuerzo por memorizar un nuevo número nos desconcierta y desanima cuando debemos cambiarlo, como ocurre periódicamente. Ni siquiera vale la pena recordar el número del pasaporte, pues cada vez, más rápidamente, lo tenemos que cambiar o renovar.
Sin duda todos nos hemos tenido que enfrentar con alguna frecuencia, también cada vez mayor, al aterrador anuncio: “Le recomendamos cambiar su clave”. Y a veces tenemos suerte y logramos superar la tarea haciendo caso omiso, lo que es motivo de alegría y satisfacción. Hasta nos ufanamos de lo listos que somos cuando logramos hacer una transacción exitosa sin hacer caso. Pero a la próxima no hay escapatoria y el anuncio ya no es una advertencia, es una orden que viene con la sentencia condenatoria que no nos deja avanzar: “Para continuar debe cambiar su clave”. Algunas veces intentan ilusionarnos haciéndonos creer que se trata de una tarea agradable, fácil y amable, tuteándonos, como si existiera algún grado de confianza personal con una pantalla que nos provoca con un recuadro que titila a la espera de nuestra reacción.
Cuando esta afrenta la recibimos en la comodidad de la casa, frente a nuestro computador, es menos traumático, pero cuando estamos en un cajero automático, por ejemplo, es angustiante: no sabemos qué clave utilizar, ni cómo guardarla para recordarla. Los números con fechas de nacimiento de los hijos, direcciones, placas, teléfonos, se agotaron; ya todos los datos, cifras y números que nos aprendemos y que somos capaces de retener se han usado antes. La transacción o retiro que pretendíamos hacer pasa a un segundo plano. ¡Qué angustia! Hasta olvidamos la tarjeta en el cajero y su recuperación, cuando la echamos de menos, causa un pánico enfermizo.
La tarea de cambiar la clave es un verdadero martirio. Los mensajes para indicarnos que no lo hemos hecho bien, no se dejan esperar: ¡Esa contraseña ya fue utilizada! Inmediatamente proponemos otra y la anotamos cuidadosamente, pero al introducirla recibimos el mensaje condenatorio: ¡La clave debe contener 8 caracteres como mínimo! Retener tantos caracteres en la cabeza, así no más, es más difícil. Entonces intentamos una nueva que nos parece muy creativa y de nuevo la anotamos cuidadosamente para asegurarnos de no olvidarla o perderla. Pero el nuevo mensaje de rechazo no se deja esperar: ¡debe contener letras y números!
Los intentos y los rechazos se dan en forma indefinida: “debe tener mayúsculas y minúsculas”, “los símbolo * y / no están permitidos”, “los dígitos no pueden repetirse”, “recuerde que máximo están permitidos 12 caracteres”. Finalmente, cuando ya nos damos por vencidos y aceptamos la contraseña sugerida por el “sistema” y la hemos anotado cuidadosamente para cumplir y darle gusto al “sistema”, aparece el anuncio mortal: “el tiempo para realizar esa operación ha finalizado, por seguridad, la sesión se ha cerrado”.
Y cuando volvemos a ingresar, ya sin saber si la clave de ingreso alcanzó a modificarse o es la vieja, un nuevo anuncio nos indica que por lentos y torpes hay que pedir que nos manden otra al correo, que después debe cambiarse iniciando un proceso nuevo como el narrado, pero demostrando adicionalmente que no somos un robot y respondiendo unas preguntas “por seguridad”, que más parecen un examen de admisión a alguna asociación o a un club social, tales como: ¿En qué año Inglaterra fue campeón mundial de Fútbol? ¿En cuál colegio estudió tu primera novia? ¿Cómo se llama la mascota de Obama? ¿Cuál es tu restaurante favorito?
Es natural que a medida que usamos, cada vez más frecuentemente, los medios electrónicos para todo tipo de trabajos, información, diligencias y transacciones, la acumulación de claves de ingreso va creciendo y se vuelve una necesidad creciente la seguridad de nuestra información personal que es vulnerable y recibe nuevas e ingeniosas amenazas diariamente. Desafortunadamente la estrategia de usar la misma clave fracasa cuando hay que hacer los cambios de clave y luego ya no sabemos cuál hemos cambiado y cuál hemos conservado.
Por todo lo anterior es muy importante buscar un equilibrio entre la seguridad necesaria y la tarea de protección a cargo del usuario, quien es finalmente el afectado. En esta materia hay, por fortuna, novedosos proyectos dentro de las ciencias de la computación y las matemáticas aplicadas que facilitarán estas mismas tareas en un futuro.
Adicional al ya avanzado reconocimiento dactilar, mecanismo que ha ido sustituyendo algunas claves, se conocen importantes avances en el desarrollo de algoritmos para el reconocimiento de otros rasgos personales que sustituyan o complementen el uso de la huella digital o la memorización de claves. Dentro de éstos hay que mencionar tres principalmente: el reconocimiento de la voz, el reconocimiento facial y uno muy novedoso que consiste en detectar la forma de caminar de las personas, que es única.
Sobre este último método de reconocimiento al andar hay grandes avances y ya se ha implementado como parte de la red de vigilancia en Beijing y Shanghái.
Una de las mayores dificultades en el desarrollo de algoritmos para identificar a las personas por su silueta, voz o forma de caminar es la interpretación del paso de los años para evitar justamente lo que queremos sustituir, como es la obligación de cambiar continuamente las claves.
Seguramente en poco tiempo ya no tendremos que demostrar frente a una pantalla que no somos un robot, ni sentir angustia por los cambios de claves. Bastará poner la huella, hablar, sonreír o quizá dar unos pasos frente a una cámara o a lo sumo realizar un par de estas acciones. Pero la eficiencia debe estar garantizada antes de su implementación, pues no me imagino tener que modelar, como en una pasarela, frente a una cámara en un cajero automático, varias veces para poder ser identificado por el caminado.
@MantillaIgnacio