Ecuaciones de opinión

Publicado el Ignacio Mantilla Prada

El arte de revisar, esculcar y fastidiar

Por estos días, cuando pasaba unas semanas en Alemania, me he puesto a observar y comparar algunas de esas situaciones, que desde mi época de estudiante había identificado como cotidianas en Colombia, que aceptamos por costumbre, pero que estando afuera se nos revelan como notoriamente incómodas y chocantes. Ahora pude reafirmar una de las primeras grandes diferencias que encuentro en el trato que se da al cliente en establecimientos comerciales en Colombia, y el que se recibe en Alemania cuando se va de compras o cuando se ingresa a edificios públicos.

En un supermercado en Alemania, nadie nos está pidiendo que mostremos el recibo de pago al salir para revisar si el contenido de lo que llevan las bolsas se pagó en su totalidad. En Colombia se trata de un acto habitual, al que nos hemos acostumbrado sin expresar indignación alguna. Visto de cerca, es sin lugar a dudas un acto de irrespeto con los clientes, y que además es inocuo, pues la mayoría de las veces el vigilante se limita a verificar que al salir del local tengamos algún recibo, sin importar siquiera si es de ese día o si al menos es de ese mismo almacén. Naturalmente hay que reconocer que esta costumbre es una gran fuente de empleo, y seguramente pronto se exigirán algunos requisitos adicionales para poder realizar dicha labor.

Y para ingresar a algunos parqueaderos, a centros comerciales o a algunos edificios, especialmente públicos, también se nos ha impuesto un rito que ha integrado todas las malas prácticas y las ocurrencias que en algún momento de nuestra historia ha tenido algún genio de la vigilancia y la administración, y que pudieron ser inevitables durante algunos años, pero que quedaron como obligatorias. 

Al ingresar en carro, por ejemplo, se nos recibe con una impertinente pregunta: “¿me deja ver el baúl?” o peor aún: “¿me permite el baúl?” Después de levantar la tapa del baúl, en una fugaz mirada, el desconfiado vigilante logra examinar no se sabe qué, antes de autorizar el ingreso. Un colega decía, con buen humor, que era para saber de qué sexo era el vehículo: ¿carro o ‘carra’? Pero lo cierto es que sometido a ese acto de inspección siempre me he sentido tratado como sospechoso de ser un terrorista.

Hay otros establecimientos más estrictos, que obligan a apagar el motor y entonces someten a un pobre can a oler las llantas del vehículo y a saludar a los pasajeros para descartar el ingreso de explosivos. Los problemas surgen cuando el vigilante encuentra un comportamiento atípico del animal. No he logrado hacerme entender cuando explico que es porque mi perro está o estuvo de paseo en el carro, disfrutando de uno de los mayores placeres para un perro, como es el de ventanear con su cabeza al viento. 

Pero después de haber superado estos controles, y cuando ya al fin creemos haber logrado parquear, aparece otra orden: “parquear en reversa”. Esa posición es la más incómoda en la mayoría de lugares a la hora de guardar en el baúl los productos comprados; a veces incluso es necesario mover primero el vehículo para poder guardar las cosas. Y en muchos casos es más ágil y fácil, tanto para parquear como para salir, hacerlo de frente. 

Sin embargo, con gran autoridad y con un gesto que acompaña la autosuficiencia y seguridad que da el conocimiento, la respuesta que he recibido coincide en todos los casos: “es por seguridad, en caso de emergencia”. Pero nunca he podido entenderlo y acudo a algún lector que quiera compartir una explicación que sea satisfactoria, pues cuando he intentado ahondar en el significado de esta explicación me he sentido como el más ignorante de los mortales. No logro identificar las ventajas de seguridad que tiene un carro parqueado en reversa, frente a un carro parqueado de frente. En caso de emergencia, creo yo, lo mejor es no ir al carro, así como razonablemente se recomienda no usar un ascensor.

Pero volviendo a la comparación, debo decir que ya había olvidado cómo en Alemania, principalmente en los supermercados, los compradores pueden hacer uso de su morral, por ejemplo, y no necesariamente de las canastillas y carritos del almacén, y echar dentro de la misma maleta en la que se porta el computador, los productos seleccionados para luego sacarlos y pagarlos en la caja, sin ser reprendidos por algún vigilante ni ser observados con desconfianza por otros clientes. Contrasta con la revisión de los bolsos que se hace en Colombia al ingresar a algunos almacenes de cadena o centros comerciales, llegando incluso a exigir que se dejen en un casillero mientras se está en el interior del lugar.

No obstante todo lo anterior, esta vez sí me ha llamado la atención encontrar ahora en algunos grandes almacenes de las principales ciudades alemanas, como KaDeWe en Berlín, por ejemplo, vigilancia privada, que antes no había. De seguir así, es más probable que con el tiempo se asemeje más Alemania a Colombia que Colombia a Alemania.

Pero una reflexión sobre las causas de esas actitudes hostiles y de esas muestras de desconfianza hacia los clientes me lleva a concluir que es una variante de las situaciones que afrontan muchas personas en Colombia, que son señaladas culpables hasta que demuestren su inocencia, en contravía del principio universal según el cual se es inocente hasta que se demuestre lo contrario. No de otra forma se logra entender que cuando se va de compras, se entra como terrorista y se sale como ladrón. En ambos casos hay que probar que no somos lo uno (mire el baúl) ni lo otro (mire el recibo de pago).

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