Hace unos años conocí, por medio del ingeniero Miguel Wenceslao Quintero Guzmán, uno de los trabajos más completos que he visto sobre genealogía. Su afición por los árboles familiares y los apellidos en Colombia lo llevó a realizar una investigación que le ha entretenido toda su vida en forma paralela a su ejercicio profesional. La obra titulada “Genealogías de Santa Fe de Bogotá” de la cual es coautor y de la que poseo solamente un par de los siete tomos publicados, entre ellos el quinto, es el resultado de un gran trabajo, que aún no culmina y que merece mi reconocimiento a la disciplina de la investigación a través de múltiples documentos y archivos que solo ese olfato historiador de algunos pocos, acompañado de una memoria prodigiosa, logra encadenar para ofrecer una maravillosa presentación de nuestros antepasados a través de los herederos de los apellidos colombianos.
Recientemente conocí un ingenioso proyecto desarrollado en el Departamento de Matemáticas de la Universidad Estatal de Dakota del Norte o NDSU (North Dakota State University), titulado como “Proyecto de Genealogía Matemática”, consistente en construir el árbol genealógico de los matemáticos, pero no como podría uno imaginarse en un primer momento, es decir a través de los antepasados familiares, sino buscando los ancestros y descendientes académicos.
El ambicioso trabajo, coordinado por el profesor Harry Coonce, inició en 1996 con la alimentación de una base de datos de todos los estudiantes que se han doctorado en matemáticas en el mundo y actualmente cuenta con cerca de 250 000 registros obtenidos haciendo un exhaustivo seguimiento que permite conocer quiénes eran los directores o asesores de las tesis de los estudiantes.
El resultado es una incomparable y divertida herramienta que detalla el linaje científico de todos los matemáticos. Cualquiera tiene acceso a la base de datos en línea y puede explorar el gráfico que construye el árbol genealógico con los antepasados matemáticos con solo introducir un par de datos tales como el nombre, la universidad y el año de graduación o alguna palabra clave del el título de la tesis (Ver https://genealogy.math.ndsu.nodak.edu/index.php).
Con la herramienta indicada también ha sido posible obtener unos datos sumamente interesantes, como por ejemplo conocer el número de descendientes académicos, de primera generación, de los matemáticos; así por ejemplo, se estima que cerca del 76% de los matemáticos no han continuado una carrera académica, pues no han tenido estudiantes (hijos académicos); seguramente la mayoría se ha empleado en la industria. También hay un 10% que han tenido un descendiente, 4% tienen 2 descendientes y hay también 3 matemáticos que han tenido 100 y uno que ha tenido 150.
Se acostumbra decir que el alumno siempre supera el maestro. Mi caso es un evidente contraejemplo de tal afirmación, pues por curiosidad, al usar esta herramienta para conocer mi propio árbol genealógico académico descubrí ancestros insuperables que me llenan de orgullo y a los que siempre he admirado, sin saber de estos nexos con mi pequeño yo. En efecto, el resultado encontrado así lo muestra la imagen que les comparto a continuación:
Mi director de tesis de doctorado o Doktorvater, el profesor alemán W. Börsch-Supan, tenía tal capacidad para los cálculos numéricos, que en una ocasión, al revisar el listado de los datos que arrojaba el programa que yo mismo había creado para dar solución aproximada a un sistema de ecuaciones diferenciales, me dejó absolutamente “descrestado”, pues mentalmente fue capaz de interpolar con una precisión de tres cifras decimales y además tuvo el acierto de indicarme en cuál rutina debía estar el error que yo no lograba encontrar. Como su alumno, jamás podré superarle en esas capacidades por ejemplo.
Pero el mensaje que quiero transmitir es sobre la responsabilidad que tenemos quienes hemos tenido el privilegio de culminar la formación académica al más alto nivel, obteniendo el título de doctor. Éste no es un logro cualquiera y tiene un peso que no solo sirve para estimular la vanidad, pues el ejercicio académico y profesional debe estar a la altura de esos ancestros académicos a quienes debemos honrar, enorgullecer y no avergonzar. Por eso un doctorado nos debe pesar en todo el sentido amplio de la palabra y cuanto más reconocidos sean nuestros ancestros académicos, mayor debe ser el peso del título.
Ojalá esta iniciativa para determinar las familias académicas matemáticas se extienda a otras áreas y podamos tener unos trabajos de genealogía académica que facilite también la detección de falsos doctores y falsos títulos. En Colombia por ejemplo, donde se gradúan tantos abogados, bien valdría la pena realizar un trabajo que, como el mencionado al principio, permitiera conocer la genealogía jurídica colombiana.
@MantillaIgnacio