Don Ramón, psicología laboral

Publicado el ramon_chaux

¿Y YA QUE NO TODO ES DINERO, PORQUE NO APLAUDIMOS AL COCINERO?

apausos

 

Si un día el cocinero, sudado y sofocado por los humos de la parrilla abandonara por un momento su caliente y vaporosa cocina olorosa a cebolla y se asomara para ver regocijado, cómo una familia reunida en la mesa degusta sus platos…

¡Todo sería diferente!

Si un día el camionero que transporta mercancías de encomienda, después de atravesar cordilleras, carreteras llenas de neblina, en la madrugada, apurado, viera la cara de felicidad de la niña que gracias  a Él recibió su regalo…

¡Valoraría más su trabajo!

No todo es plata

Cuando un médico salva una vida recibe abrazos y reconocimientos de familiares y amigos. Cuando el pianista Chileno Claudio Arrau interpreta el concierto “El Emperador” (la obra musical más bella creada hasta ahora según mi concepto), los aplausos duran casi 5 minutos al final de la obra: (https://www.youtube.com/watch?v=CqenJBZXANw )

¿Y el resto de los mortales, ni músicos famosos ni médicos, debemos trabajar sólo por la necesidad del salario y de la capacidad de pagar las  deudas (y de comprar celulares) que el empleo nos provee?

La motivación del salario en nuestra sociedad está sobrevalorada. Es cierto que el salario nos impulsa a aceptar con resignación aquellos aspectos del trabajo que no nos agradan. La necesidad de subsistir y de pagar las deudas nos obligan a madrugar, un poco tristes los lunes y acabar cansados pero felices los viernes. Este intercambio de tiempo vital y de desgaste no lo haríamos sino estuviera de por medio el dinero.

Sin embargo, el dinero no es motivador para el trabajo. Quienes se ganan un el salario mínimo creen que cuando se ganen un millón de pesos su vida cambiará para siempre. Cuando se ganan el millón de pesos empiezan a mirar de reojo al que se gana dos y fija allí su próxima meta para llegar a la vida que “se merece”. Los que se ganan cinco millones quieren ganarse ocho y así sucesivamente.

Para no ir más lejos los súper híper multimillonarios, aquellos cuyo dinero no podrían gastarse en 50 años despilfarrando un millón de dólares mensuales, siguen invirtiendo, siguen abriendo plantas en la china, comprando el banco X, comprando aerolíneas y otra cantidad de negocios que aumenten su fortuna.

¿No les parece que cuando se trata de dinero, la mayoría de nosotros los humanos somos insaciables?

Pero estamos hablando de otra cosa: de satisfacción y de motivación por el trabajo. De la felicidad de hacer las cosas con conciencia profunda del beneficio que causará en otros u otras.

Trabajo = Beneficio

 Toda acción humana que pueda ser llamada trabajo, ineludiblemente significa un beneficio ajeno. No podemos pensar en ninguna actividad de “trabajo” que no conlleve una utilidad, un producto, un servicio, o que reporte dividendos o bienestar a otros seres. Si esta premisa no se cumple, tal vez entonces la actividad que estamos desarrollando no deba llamarse trabajo.

 Entonces, ¿por qué resulta tan frecuente que las personas no reconozcan, o al menos no tengan tan claro, que todas las actividades que desarrollan en su día a día laboral es parte de un eslabón que finalmente conllevará felicidad y bienestar a otros semejantes?

 Si logramos identificar y reconocer que nuestras acciones en el trabajo deben por lo general estar orientadas todas a garantizar algún tipo de servicio o beneficio, entonces a lo mejor pierda sentido la famosa frase de Marx sobre la alienación del trabajo. Si quien pega los botones de la camisa tiene clara conciencia de nuestra felicidad al lucirla, podemos estar seguros de que hará más motivado su trabajo, e igual con los demás ejemplos mencionados.

 El ser humano está hecho para ser trascendente. No por capricho los antropólogos han colocado la construcción de herramientas (y por tanto el trabajo) como una de las piezas fundamentales en la separación entre lo animal y humano.

 Por otro lado, la sensación de que nuestro trabajo no es valorado lo suficiente es una de las insatisfacciones más comunes y la causa secreta de porqué tanto empleado abandona su puesto de trabajo. En la norma laboral aparece como forma de acoso laboral, pero su forma de aplicación es tan infame que es de las más difíciles de demostrar.

 Más allá del dinero, más allá de la necesidad de subsistir por un salario, está –unas veces clara, otras veces escondida–, la necesidad de ser importante y de ser reconocido por el servicio que prestamos, por nuestra profesión o por lo bien que hacemos tal o cual cosa.

 Así las cosas, resulta necesario replantear la forma como transmitimos (o asumimos) nuestro trabajo diario. El albañil no pega ladrillos, construye hogares. El motorista no conduce un bus, garantiza que cientos de personas lleguen a un feliz destino de manera segura. Un médico no recibe a un paciente, garantiza salud y una mejor calidad de vida. Un gerente no aprueba presupuestos, consolida recursos para que la organización funcione eficientemente. Y así los ejemplos podrían ser interminables.

 Bajo esta concepción, seguramente nos comprometeríamos más con el trabajo y estaríamos más dispuestos a ir más allá de nuestra propia responsabilidad, teniendo presente que mi función, por humilde y aislada que parezca, al final aporta para que el beneficio, servicio o producto, conlleve la comodidad y la satisfacción esperada.

 ¿Se ha preguntado usted, al final del día, cuál fue el beneficio aportado como para justificar que sacrifique su descanso y se prive de jugar y ver crecer sus hijos?

 ¿No convendría preguntarse, a cada tarea realizada, cuál es la parte que estoy construyendo dentro de mi papel como trabajador y, por ende, como productor de beneficios?

 Esas cuatro horas de junta, dos horas en elaborar un acta, noventa minutos leyendo y contestando correos y dos horas firmando documentos… ¿tienen al final un claro propósito en la producción de bienestar?

 Mi experiencia: el trabajo en la oficina 

 A medida que el trabajo es más operativo, resulta mucho más fácil identificarse con el resultado final. Los botones pegados, el pollo correctamente deshuesado y el regalo transportado y entregado en las manos de la niña son evidencias claras y concretas del aporte realizado a la satisfacción de un semejante.

 Dentro de mi trabajo “de oficina”, o mejor llamado  “administrativo”, no son pocas las veces en que he vuelto a casa con la sensación de que no he aportado mucho a la producción de bienestar. En los peores casos, después de un sueño intranquilo y una mañana fría y lluviosa, me ha asaltado la sensación de la valía de sacrificar la calidez de mi morada y enfrentar un tráfico pesado para llegar a … para llegar a … ¿a producir qué? Hay que asistir a una reunión, tenemos pendiente una cita con alguien y un informe que entregar. Pero, ¿y cuál es el bienestar que voy a producir? ¿Cuál es el sentido último de las acciones que den consuelo a mi cansancio, justifiquen mis ojeras y den aliento a mi desánimo?

 Que no entre el desaliento. Podemos empezar por proponernos al comienzo del día un propósito útil para el mismo. Podremos preguntarnos, antes de cada acción, cuál es el propósito último y cuál será el bienestar que sobre otros habrá de llevar el producto de nuestras acciones.

 Podremos, incluso, preguntarnos: ¿estaría dispuesto a desprenderme de una suma igual a mi salario para que otro haga lo que yo hago?

 Empleados: Si el trabajo está hecho bajo el principio de las relaciones humanas y todo acto laboral conlleva un beneficio a un tercero, hagamos bien las cosas. El salario es importante, pero las personas también, eso nos animará a entregar lo mejor de nosotros en el trabajo. Si no actuamos así, tendremos menos ADN de Australopithecus y más de robot (y de paso gastando nuestro tiempo infelizmente)

 Empresarios: Si usted es de los que piensa que el buen desempeño no se debe reconocer o premiar porque “para eso está pagando” o si el cuadro del mejor empleado del mes está vacío y en la oficina de disciplina hay un empleado en descargos, usted es un… son las 6 AM, me llegó la hora de subir el blog y no encontré la palabrita…

 ¿Me ayuda con el adjetivo?

¡Hasta pronto!

 

Ramon Chaux

Psicólogo Organizacional

Comentarios