Ya es bien conocida la legislación que sobre el acoso laboral rige en casi todos los países del mundo. Las bromas, el maltrato verbal, gritos, inequidad, etc.
Estas conductas, evidentes para todo aquel que las ve, resultan reprochables y es fácil documentarlas e incluso dejan mucha evidencia para afrontar un posible enjuiciamiento legal a quien lo causa.
Desafortunadamente existe una forma de acoso laboral que no deja huella, es casi imperceptible para los demás miembros del equipo y su efecto es letal sobre la moral y la autoestima de quien, pobre desafortunado(a), resulta víctima de sus efectos.
Hablo del ostracismo, o lo que es lo mismo, la indiferencia total, ser ignorado o no valorar tu trabajo.
Te piden un trabajo que implica grandes esfuerzos, con un tiempo limitado y que debes entregar urgente. Luego te llaman a solas a la oficina, te piden el trabajo, lo hojea y es metido en un gabinete. Jamás te preguntan nada ni observas que se use para algo. Tu esfuerzo desaparece sin rastro ninguno.
Descubres una anomalía en el proceso de contratación, notificas a tu líder quien no responde nada del asunto, como si no ocurriera. Tiempo después te enteras que tu documento, que tardaste días en construir, ha sido enviado a otros destinatarios sin ningún texto, solo con tres letras en mayúscula. “FYI”.
Pedirte trabajos que jamás se usan, darle poco valor a tus aportes. De manera soterrada y bien calculada (y sin dejar evidencias), ves que las tareas que implican retos interesantes son entregadas a otras personas y tu recibes las menos importantes. De vez en cuando pueden ocurrir “olvidos” en las citaciones a reuniones. O te avisan a última hora para asegurarse de que no llegues o arribes tarde.
El ostracismo y la indiferencia es la forma más perversa del acoso laboral. Diezma severamente la salud física de quien es víctima del mismo. Produce insomnio y depresión. Agudiza enfermedades pre-existentes y, lo peor, generalmente termina con la renuncia del empleado a su trabajo.
Pocas veces es capaz de argumentar en su carta las verdaderas causas de su retiro. No son evidentes. No han dejado huella tan cierta como para exponerla en una carta de renuncia.
Solo queda el llanto, la sensación de la injusticia atravesada en la garganta y, para los más afortunados, iniciar una nueva búsqueda de empleo.
Y como suele suceder en la gran mayoría de los acosos, suele recaer sobre personas susceptibles, los más débiles que son re victimizados por “líderes” o superiores que parecen gozar del sufrimiento ajeno.
Ser ignorado, excluido o mirado en menos es mucho más frecuente de lo que se piensa. Y mucho más doloroso y con afectación severa sobre la salud, más que el bullyng o el acoso “activo”.
Y claro, con mucha menor posibilidad de defenderse.
Dios nos libre de este mal.
Ramón Chaux