Hay mucha gente que no le gusta el trabajo, reniega de el todo el tiempo. A mí me gusta trabajar pero no tanto por la plata sino por hablar. Es que en el trabajo habla uno con mucha gente, se olvida de las noticias, de los problemas y se enfrasca en otros problemas que no son de uno, que no son propios. Entonces así es más fácil salir de allí (del trabajo) y olvidarse de todo lo que ha hablado. Cuando uno sale de la oficina siente que vuelve a la vida de verdad. Vuelve a pensar en la comida, en el perro. Se acuerda del recibo de la luz y del teléfono.
En el trabajo uno habla con mucha gente y entonces se olvida de los problemas. Eso es lo bueno. Y aparte cada tanto tiempo te dan tu cheque y con esos pagas tus cuentas. Eso es importante, pero es más sabroso cuando uno conoce personas y habla con la gente. Y es que hay unos trabajadores que venden su glucosa en sangre, sus energías físicas. A esas personas les toca cargar cosas, llevar pizzas en bicicleta o taladrar carreteras. A la gente de oficina nos pagan por hablar….todo el día hablando. Cuando no hablamos con la boca lo hacemos con los dedos, escribiendo correos o haciendo documentos que otros van a leer, que es casi lo mismo que hablar.
Uno trabajando conoce mucha gente. Eso es lo rico de trabajar.
Una vez conocí a mi jefe nuevo que me llamó a la oficina y me hizo cerrar la puerta mientras con la mano me hacía señas discretas para que me acercara. “Ramon, como diablos se mueven esos cuadritos de la pantalla, que yo veo que la gente mueve los dedos y esos cuadros se llenan de números o letras…”. Ahí fue donde entendí el secreto y porque nadie debía saber de lo que hablaba. Lo que me estaba mostrando era su Excel, recién instalado. Le enseñé como con las flechas del teclado podía moverse entre los cuadritos. ¡Ah! Y además le encimé la enseñada del “Enter”. Con este jefe no sólo hablaba, sino que le enseñaba, que no es poca cosa.
Y es que uno conoce bastante gente trabajando, muchísima. Claro, no todos los jefes son buenos. Una de mis primeras jefes era familia de una famosa reina de belleza y tenía una oficina como con 20 empleados y empleadas. Era muy sexista la señora. No dejaba que los hombres hiciéramos un poco del aseo… ¡Teníamos que hacerlo todo! Claro que yo no era aseador. No. Yo tenía un cargo de atención al público pero debía llegar, junto con todos los de mi sexo, es decir los hombres, media hora antes en la mañana para hacer el aseo en las oficinas y así cuando llegaran las mujeres encontraran sus puestos y toda la oficina limpia. Al medio día los hombres teníamos media hora menos de descanso en el almuerzo porque igual debíamos llegar a hacer el aseo antes que llegaran los clientes (y las mujeres).
A la semana de empezar a trabajar como que le gusté a la señora o al menos le generé confianza, supongo yo, porque me llamó y me dijo, “Ramón, yo creo que usted puede funcionar muy bien en la caja”. Yo acepté con gusto ser quien recibía el dinero pero igual no me salvé del aseo, entonces el ascenso no sirvió pa´ nada, o sólo para tener que quedarme una hora más que el resto mientras se hacía cuadre de caja. Un día, recién abierta la oficina después del medio día estaba yo atendiendo la caja que ya tenía una cola como de 10 personas para pagar. A mi jefe, la misma que era familiar de una reina de Colombia, le dio por revisar si mi puesto y alrededor estaba bien aseado. Pasó un dedo por entre las esquinas de un guarda polvos y el dedo le quedo todo ensuciado…por el mismo hueco por donde yo recibía la plata de los clientes metió la mano y puso su dedo casi en mi nariz: “Ramon, el aseo le está quedando mal hecho”. En un acto soberbio y haciendo uso de mi pensamiento más rápido que pude, salí corriendo, deje la gente tirada en la cola con la plata en la mano y me dispuse a limpiar el guardapolvo del piso. La señora, perdón la doctora, me gritó y me dijo que soltara el trapo y que atendiera la caja… ella pensó que yo lo hacía por obediencia revuelta con un poco de estupidez pero la verdad era que mi acto estaba lleno de ironía. Recuerdo que ese mismo día por la noche, después de cuadrar caja, me acerqué a su oficina y le dije que yo le respondía por la plata pero no por el aseo del local. La doctora me dijo que lamentaba que “me quedara grande el puesto” y ahí mismo ordenó que me pagaran y que me fuera. Yo no extrañé el trabajo. Al otro día que me levanté sin trabajo extrañé fue la gente: ya no tenía quien me hablara, quien me preguntara. ¡Ni siquiera quien me regañara! De verdad, no pensé en la plata sino que había perdido mis compañeros(as) de trabajo, pues en ese tiempo no necesitaba tanto la plata a no ser que fuera para cerveza.
Y es que el trabajo es como el colegio de los niños grandes: uno se levanta y sale con pereza pero cuando llega y habla con las compañeras y compañeros la pereza se le pasa. Es lo mismo que cuando de niño lo llevaban a uno a la escuela: puede que llore cuando lo levanten, y se viste y desayuna de mala gana, pero ya cuando se encuentra uno con los compañeritos en el transporte, cuando ya uno empieza a hablar y a reírse, se le pasa.
Por eso es que es bueno, ya de grande, trabajar.
La gente en el trabajo le habla a uno, le escribe, le pide cosas. Unos le dicen Ramon, otros “doctor” y alguna que otra “Ramoncito”. Y cuando deja de trabajar eso es lo que se extraña. Uno aprende fácil a no pagar las cuentas. Uno se adapta a no comer más en restaurantes y a no comprar celulares. Lo más difícil es dejar de hablar y de conocer personas.
¡Es que uno en el trabajo sí que conoce gente! Una vez tuve una jefe (pero no la familiar de la reina, sino otra) que tenía muy mal genio. Yo era de los pocos hombres que trabajaba en esa oficina y esa señora un día entró y dijo “es que a estas viejas no les sirve esa cabeza sino pa´ tener piojos”. Yo me sentí alegre porque el agravio no me tocaba a mí pero me dio pena con las compañeras. Ellas se reían. Eso es lo bueno del trabajo. Si fuera en la casa con sus maridos o novios habría una tragedia pero como era en la oficina, todas se reían. Un día esa señora se fue para Europa como tres meses a pasear. Como a los dos meses de estar por fuera nos mandó una tarjeta que todos teníamos que firmar con “recibido”. La tarjeta solamente decía: “Saludos a todos. Por favor trabajen muy duro que por acá la vida está muy cara”. Después de que todos la firmamos la encargada la colocó en cartelera en el sitio más visible. Y la gente va a pensar que estoy loco y que me lo inventé, pero no. ¡Puedo jurar por mi mamá que es la verdad! Así sucedieron las cosas lo cual me confirma una vez más que eso es lo bueno de trabajar: Que conoce uno gente y además tiene con quien charlar y hasta pelear.
Yo no sé para que la gente quiere ser independiente, para que sueña con ganarse la lotería y con dejar de trabajar. Lo único malo es madrugar pero una vez llega uno desde que saluda al vigilante el mundo empieza a cambiar: Tiene uno problemas con que entretenerse. Pero problemas no graves, solo cosas que resolver. Imagínense cada situación a resolver como un puzle, un crucigrama. Entonces le pagan a uno para que con otras personas juegue a resolver cosas. Cuando se cansa de resolver cosas pasa la estudiante de fisioterapia que hace las pausas activas y entonces te ponen a bailar a las 10 de la mañana en la oficina, a mover la nuca y a estirar las manos como en la clase de educación física de la escuela. Y al medio día tienes compañeras con quien almorzar.
Y lo más bueno, lo más sabroso de trabajar es que cuando tienes un problema de verdad generalmente hay alguien más cercano, más amigo(a) en el trabajo al que le puede uno contar su problema y desahogarse. Puede uno gastar una o dos horas (o toda la mañana) en esa tarea que igual en la nómina eso no te lo van a descontar. ¡Esa es una de las grandes ventajas de trabajar!
La plata no es importante. Lo mejor es tener con quien hablar, con quien intercambiar cosas: yo te doy esto y tú me debes esto. Uno siempre está dando cosas, informes, correos, o explicaciones. Pero también uno se desquita pidiéndole cosas a otros… ¡jajá eso es lo sabroso de trabajar! Es como un juego de monopolio pero en la realidad.
Por otro lado no hay cosa que se disfrute más que los puentes festivos. Desde el mismo día que te dan tu calendario de la empresa te fijas en ellos, en cuantos caen seguidos. Otro placer inmenso de trabajar son las vacaciones: ¡tienes tus 15 días más felices del año! En cambio, quienes no trabajamos con horarios todos los días se parecen horriblemente uno al otro y la única diferencia entre domingos y lunes no pasa más allá del nombre…
Si van a dejar de trabajar o si están soñando con dejar de hacerlo piensen bien antes de llegar a tan cruel realidad: nadie más te va a pedir cosas con la seriedad y con la “urgencia” que se acostumbra en el trabajo. Se acaban las reuniones, las celebraciones de cumpleaños, los regalos de amigos secreto y las fiestas de diciembre. Es que cuando uno no trabaja en oficina empieza hasta a extrañar los regaños de los jefes. Casi recuerda uno con alegría y con lágrimas en los ojos de melancolía el día que trasnochaste porque el gran jefe estaba bravo y se necesitaba que el informe amaneciera listo. No, no… eso de no tener a nadie quien te pida cosas es muy bravo de soportar.
Y es que yo en mis comienzos trabajé en investigación de mercados. Sucede que mi jefe de ese entonces había hecho un diplomado con Philip Kotler y entonces pensó: “Yo necesito alguien que me maneje investigación de mercados” y ahí fue cuando llegué yo. Ese jefe duró poco y al que llegó nuevo no le interesaba un pito la investigación… estuve esperando tres meses para que me echaran pero eso no pasó. Y es que eso es lo bueno de trabajar, las sorpresas y los ires y venires de la vida. Cosa curiosa del destino permitió que la misma semana que yo iba a salir sucedieron dos robos con identidad falsa en los formularios. Toda la investigación al final concluyó que se necesitaba alguien que hiciera llamadas de verificación a los ingresos y como me habían visto que yo trabajaba con teléfonos (haciendo llamadas para la investigación, no confirmando datos), me endilgaron la tarea de hacer llamadas de verificación. Duré dos años en esa tarea…
¿Un psicólogo dos años confirmando datos telefónicamente? Pue si, y la gente no me creerá. Lo bueno de trabajar es que uno también puede inventar y hacerle cruces a las desdichas. Resulta que una vez obligado a hacer las llamadas me dije a mi mismo: ¿Por qué no hacer una mini-investigación en el mismo momento en que estoy verificando los datos, o justamente después?. Empecé a publicar los resultados y al poco tiempo mi producto ya era de interés para la gerencia financiera ¿Ven lo agradable que es trabajar? Entonces me empezaron a pedir el informe y así me volví famoso y me di mis trucos para después desprenderme de la llamadera que me hacía doler la oreja y que casi no me dejaba hacer lo que más me gustaba.
Y es que lo bueno de trabajar es que interactúas y haces intercambios todo el tiempo con los demás. Es casi como jugar.
Se acordarán de mi cuando dejen de trabajar.
¡Hasta pronto!
Ramon Chaux
Psicólogo Organizacional