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La Tenaz

A Bogotá se le solía conocer como la Atenas suramericana por su refinamiento cultural; hoy, en cambio, se le debería decir la Tenaz por el caos que se respira. 

Andrés Palpati

Por: Andrés Palpati 

El viernes 17 de octubre, desde las 14:01 hasta las 14:32 p.m., en la calle 63, entre las carreras 28 y 17, fui testigo del agobio de vivir en la capital. Acababa de despedirme de mi papá, a quien le fue muy difícil conseguir un taxi que aceptara transportarlo hasta la Terminal de Transporte con unas maletas pesadas.

Empecé a caminar, tenía que llegar a la 17 porque ahí tomaba el SITP. Los carros pasaban con calma, hasta que vi que una moto de la Policía circulando velozmente hacia la carrera 30. Luego pasó otra, y otra. La gente se percató y muchos alzaban la cabeza como suricatos para entender lo que sucedía. Del otro sentido de la calle 63, también se encendió la sirena de una patrulla. El agente que la manejaba gritaba para abrir paso, casi se estrella en el semáforo y por poco se lleva a una muchacha en muletas que intentaba cruzar. Consiguió el espacio, giró en U y se perdió a toda velocidad. De seguro era una persecución, de esas cinematográficas.

No entendí lo que pasaba, así que seguí subiendo. Levanté la mirada y sobre la vía iba un habitante de calle montando una descuidada bicicleta. Parecía sereno, pero empezó a pedalear fuerte y soltó el manubrio. Gritaba: – “¡No se preocupen, no se preocupen por mí! Pero mírenme… sin manos. Estoy volando. ¡Mi vida, conmigo, para el infierno!”. Un show fatalista que llamó la atención de los presentes.

Ya estaba en la carrera 20, cuando un taxi que se pasó un semáforo en rojo fue impactado por un camión de carga. Se le estalló el vidrio lateral del pasajero con el retrovisor del otro vehículo. Resultado: un tráfico inamovible.

Creía haber sobrevivido porque había llegado al paradero sobre la carrera 17. No conocía el barrio La Esperanza, el bus no llegaba, comenzaba a impacientarme. Como había un accidente cercano, atribuí la demora al tráfico; pero no hay que condescender con el ineficiente sistema de transporte. Es lento y demorado, punto. Y de tanto esperar, alguien se me acercó por detrás: ­–“No haga nada y páseme lo que tiene”. Di mi celular y sin ver al ladrón, se alejó a mis espaldas.

¿Dónde estaban los motorizados que debían agilizar el tráfico en el accidente y velar por la seguridad del sector? ¿Estaban en una persecución? No. Ellos se fueron a abrirle paso a un político que pasaba entre el trancón, me contó luego mi papá que fue testigo. De todas formas, me salí con la mía porque el “celular” que me robaron era un dummy, es decir, un teléfono falso parecido a un modelo real. Menuda sorpresa se habrá llevado el ladrón con el juguete que se robó. De alguna forma hay que sobrevivir en La tenaz.

NOTA AL LECTOR: Directo Bogotá cuenta con una columna en la edición impresa de El Espectador todos los sábados. Los invitamos a leernos en ese espacio. Aquí encuentran la de este sábado, 24 de octubre.

La mujer del busetero. Por: Ana María Peñuela:

http://www.elespectador.com/opinion/mujer-del-busetero-columna-524080

 

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