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El taxista salsero

Por: Miguel Ángel Pineda Cupa*

Un viernes del pasado julio asistí a la inauguración de un bar salsero, la segunda sede de El Templo de la Salsa. Bailarines profesionales, de dos o tres pasos y gente como yo, hipnotizada por la cadencia de las parejas, pero torpe en la pista, disfrutábamos de la noche. Un traguito por aquí, un cruce de palabras con un amigo por acá, al fondo sonaba el Joe y su En Barranquilla me quedo. Ya eran las 3:00 de la mañana y como debía estar a las 2:00 en casa, me despedí presurosamente. Bajé las escaleras que dan a la calle con un señor de escaso cabello blanco y rostro pálido, que con un tarareo y ‘meniaito’, se subió a un taxi, pero en la parte del conductor.

Se me hizo extraño que taxista entrado en años estuviese a esas horas en un bar, y más de salsa. Volví a mirar el reloj a la vez que vibraba mi celular: mis padres buscándome. Rápidamente me dirigí al conductor y mientras se secaba el sudor le pregunté si me llevaba hasta la 127 con séptima, a lo que me respondió:

―Venga,  mi hermano, pues súbete porque ya va a empezar el bembé de la amanecida.

De inmediato me preguntó mientras cogíamos la Avenida Boyacá:

―Estaba sabrosa la rumba, ¿no?

Respondí condescendiente que sí y no pude evitar preguntarle qué hacía él en el Templo.

―Panita, lo que tú estabas haciendo: sandunguear un ratico. Es que aquí donde me ves, llevo casi 15 años yendo al Templo, trayendo y llevando gente y, eso sí, pegándome mis bailaditas.

Conocido como ‘don Andrés’, es el taxista más rumbero de Bogotá, pues en sus ratos libres los dedica no solo a frecuentar este lugar, situado en calle 72 con carrera 78, sino que allí mismo ofrece cursos de baile en las tardes. No paraba de decirme que como él no había otro bailarín y que si no hubiese sido por la crisis económica de los 80, estaría dirigiendo una academia.

Cuando llegamos a mi destino, en su radio empezó a sonar una canción ―que luego supe que se llamaba Con la punta del pie― don Andrés se emocionó. Miró el taxímetro, se detuvo y me hizo bajar del taxi como si nada. Al otro día me gané tremendo regaño, pero en mi billetera conservaba los $25.000 de la carrera.

* Los autores de esta columna son estudiantes de periodismo y reporteros de la revista Directo Bogotá de la Facultad de Comunicación y Lenguaje de la Javeriana (http://directobogota.com/revista/?page_id=178),

 

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