¿!Viste el video!? Bailando ballet descalzo. Sobre una pista de cascajo. La llovizna y los “plash” cada vez que aterriza en el charco, hacen la melodía. El telón de hierro y muros sin repello, pintados de oxido y moho. Las nubes como algodón sucio traslucen un sol lúgubre en el escenario. Escenario, decorado de canastas con botellas vacías, canecas viejas sin pintura, tablas quebradas, una antena, y las hojas de un árbol disociador. Y una señora, descamando pescado intuyo, completamente desinteresada de él; y del mundo.
Cual la mejor coreografía del Real Ballet presentada en el Royal Opera House de Londres. Cada paso, cada giro, cada salto fascina y estremece. Cada movimiento es una amenaza para su vida. Un bailarín de ballet profesional, sin tutú, sin leotardo, sin malla, sin cinta, sin zapatillas blancas, teletransportado en esta piel.
Juraba que era nuestro Fernando Montaño en su infancia, en su casa en Buenaventura. Pero no. Es Anthony de Nigeria. El espíritu encarnado de millares de niños regados por el pacífico. Con ojos iluminados, tobillos de acero, plantas callosas, retando en una danza a la inequidad y al sistema, la cultura, los conceptos, los juicios, la razón y el tiempo.
Como flor de loto. La Nenúfar africana. Germinando desde el fondo de las aguas estancadas, sin oxigeno, enlodadas; raíces de 5 metros de descendencia; fuertes rizomas carnosos, nudosos y feculentos, que ascienden nutriéndose de desechos y podredumbre; protegiéndose de depredadores, para que un día, como hoy, en la superficie podamos admirar su flor girando una sociedad decadente…