Detrás de Interbolsa

Publicado el Alberto Donadio

¿Golpe de pecho o de opinión?

Columna de Piedad Bonnett en El Espectador:——¿Golpes de pecho o de opinión?
Piedad Bonnett
Leer en la revista Semana la carta que escribió Jorge Arabia, vicepresidente financiero del Grupo Interbolsa, reconociendo sus errores, me produjo lástima, indignación y malestar.
Y me puso a pensar, no sólo en él como personaje de un mundo que apesta, sino en su forma de pedir perdón en tiempos en que muchos colombianos quisiéramos creer en que esta es la primera puerta para la reconciliación. Y fue sólo esa palabra, “perdón”, la que me llevó a ocuparme hoy de un texto que me parece tan banal como era su propia vida, según la califica el mismo Arabia.
Es posible que mucha gente encuentre valiente esta carta en que el autor confiesa que llegó a transformarse en “un ser despreciable”, y en la que aclara que hoy, gracias a entender el mensaje que Dios le ha enviado, es una mejor persona. Yo, sin querer hacer de juez de sus verdaderas intenciones, creo que el perdón es un proceso tan personal, difícil, hondo y doloroso, que su expresión debería ser parca, austera, y dirigida a las víctimas y no un acto mediático que sirva ante todo —y perdón por la crudeza— para crear la imagen de hombre reconvertido que se atreve a dar consejos morales a sus pares. Por el tono, es poco convincente, señor Arabia, que la carta esté dirigida a su “círculo más cercano”. Cuando hablamos para los que nos conocen no tenemos que autorretratarnos haciendo un recuento de nuestra trayectoria, ni recordarles a nuestros allegados lo inteligentes y preparados que somos, y la familia tan honesta en la que crecimos. Eso se supone que lo saben. Pero, además, ese mea culpa que era privado pero milagrosamente resultó público, con esas fotos tan posadas, es maravillosamente oportuno en un momento en que el funcionario de Interbolsa se apresta a colaborar con las autoridades y a firmar un principio de oportunidad con la Fiscalía. Jorge Arabia ya pidió perdón públicamente, es un hombre nuevo, y probablemente sólo reciba algunas multas y sanciones, como él mismo dice, porque en eso consisten los acuerdos. Y pronto será de nuevo un funcionario público o privado o un próspero empresario aquí o en el exterior, de cuyo pasado pocos se acordarán, porque en Colombia la sanción social es inexistente.
A mí, sin embargo, Jorge Arabia me produce compasión, porque tiene que ser horrible salvar el pellejo hundiendo a aquellos de los que uno fue cómplice gracias a unas leyes que le permiten convertirse en “colaborador” de la justicia, y porque debe ser horrible, también, tener que vituperarse a sí mismo de tal manera para lograr algo de credibilidad entre los que luego serán sus clientes o sus jefes o sus empleados. Y porque como personaje de ficción —el que resulta de su texto— no daría ni para una obra de fin de año escolar. Me produce también indignación, porque es la síntesis del colombiano lleno de privilegios, sin escrúpulos ni sensibilidad social, capaz de todo por poder y por dinero; un personaje que por su capacidad de manipulación y su frialdad calculadora daría, en manos talentosas, para una novela o una obra de teatro que mostrara las llagas morales y el cinismo de nuestras clases altas. Y me produce malestar, porque nos hace pensar en cómo se puede llegar a banalizar la palabra perdón, esa que ahora necesitamos que sea tan verdadera.

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