Al llegar a la presidencia de los Estados Unidos, en 1969, Richard Nixon pidió a su futuro consejero de seguridad nacional, Henry Kissinger, que le preparara un documento con las opciones que considerara debían ser tenidas en cuenta para terminar con la guerra de Vietnam.
Kissinger, recién salido de las aulas universitarias, donde había brillado como profesor, elaboró con ayuda de calificados asistentes un memorando sobre esas opciones, dentro de las cuales parecía privilegiar la una retirada pronta y completa de las tropas estadounidenses del sudeste asiático.
La sorpresa del catedrático y su equipo fue mayúscula cuando, al presentarle el escrito a su jefe, este le expresó su admiración por la sofisticación de su contenido, pero observó que allí no aparecía la opción que él de verdad prefería. Esta opción era la escalada de las acciones militares de los Estados Unidos, en lugar de la retirada que se le proponía.
Con la anterior posición, el presidente alteraba el sentido en el que se había manifestado a lo largo de la campaña electoral, que no era otro que el de retirar a los Estados Unidos de una guerra inútil en un lugar del mundo que nada tenía que ver con la realidad cotidiana de sus ciudadanos. Postura que sin duda jugó un papel importante en su elección.
Nixon le dijo entonces a su jefe de gabinete, Harry Robbins “Bob” Haldeman: “Yo llamo esto la Teoría del Loco, Bob. Necesito que los norvietnamitas crean que soy capaz de hacer cualquier cosa para ganar la guerra. Simplemente les daremos el mensaje de que ‘por Dios, Nixon está obsesionado con el comunismo; no podemos contenerlo cuando está enojado, y tiene la mano en el botón nuclear’, y el propio Ho Chi Minh estará en París en dos días rogando por la paz”.
Había nacido la “teoría del Madman”, el hombre loco. Para entonces la sigla MAD, que significaba “Mutually Assured Destruction”, era por su cuenta un tremando argumento disuasivo, cuya adjudicación a una persona con el botón nuclear a su alcance lo convertía en amenaza muy preocupante.
Desde entonces adquirió nombre y fuerza el argumento de la verdadera o falsa condición mental alterada de gobernantes que, en su afán por ganar una guerra, o cualquier escaramuza política interna o exterior, dan la impresión de ser impredecibles y peligrosos, en cuanto de ellos se puede esperar cualquier reacción inusitada de uso del poder que tienen o creen tener en sus manos, para conseguir a cualquier precio lo que desean. Así el deseo sea simplemente el de darse el lujo de “prevalecer”, que no es otra cosa que la satisfacción del impulso irrefrenable de un ego desmedido y fuera de control.
La “teoría del madman” ha hecho las delicias de inventores de subteorías conspirativas, así como de académicos que se han tomado el trabajo de plantear interesantes discusiones sobre los alcances verdaderos de la teoría y los riesgos de su aplicación, que en muchos casos puede pasar la línea de la efectividad preventiva y desembocar en fracasos estruendosos que traen la pérdida de credibilidad.
Los “administradores” del argumento, que son los emisarios del supuesto “madman”, han de calcular muy bien, a la hora de formular estrategias y entrar en negociaciones, el alcance de sus amenazas para que sean creíbles. Algo mucho más arriesgado en el caso de gobernantes que tienen en sus manos la opción de hacer uso de armas nucleares que, desde la época de Nixon, pueden desatar una escalada que lleve a la destrucción total de propios y extraños.
El problema se agranda cuando, fuera de juego, no ya como artificio o estrategia negociadora sino como realidad posible, el depositario de poder destructivo no se está haciendo el loco, sino que reúne condiciones dignas de preocupación por su desconocimiento de las reglas establecidas, de la geografía, la historia, la economía y las diferencias culturales entre civilizaciones, o por su egolatría irremediable o una condición de deficiencia o deterioro mental por la causa que fuese.
Así, la apelación al argumento del “hombre loco”, falso o verdadero, es muy peligrosa, pues nunca se sabe a ciencia cierta la condición del personaje a quien se le atribuya, pues entre la realidad y el artificio puede haber una zona gris que lleva a confusiones aún a los voceros del argumento, que al usarlo se enfrentan a los riesgos que puede traer su uso en controversias y negociaciones.
Desde cuando los voceros de la Casa Blanca echaron mano del argumento en el caso de Vietnam, la teoría de Nixon ha hecho carrera tanto en materia nuclear como en el ámbito de las relaciones políticas y económicas nacionales e internacionales, afectadas por la expectativa, el uso y el abuso del argumento del “hombre loco”, en favor de los intereses de quien se considere como tal.
La llamada en público del presidente ruso a sus subalternos, cuando comenzaba la guerra de Ucrania, para ordenar el alistamiento del arsenal atómico para castigar a quienes apoyaran a los ucranianos, es muestra reciente de la apelación a la teoría, que por un tiempo frenó la ayuda a Ucrania por parte de los Estados Unidos, además de conducir a la moderación europea. Aunque, a la hora de la verdad, americanos y europeos terminaron por apoyar política, económica e inclusive militarmente a Ucrania, y no han sido objeto del castigo nuclear.
El segundo a bordo en el Consejo de Seguridad de Rusia, antiguo presidente de la Federación, dijo hace no mucho que “el intento de volver a las fronteras de Rusia de 1991 conducirá a una guerra global con los países occidentales, con el uso de todo nuestro arsenal estratégico contra Kiev, Berlín, Londres y Washington. Y contra todos los demás hermosos lugares históricos que se han incluido durante mucho tiempo en los objetivos de vuelo de nuestra tríada nuclear”. Tríada compuesta por los misiles balísticos intercontinentales, los lanzados desde submarinos y los de bombarderos con armas nucleares. Lo mismo dijo sucedería en caso de una derrota de Rusia en Ucrania. Después habló de la opción de proveer de armas nucleares a Irán, y finalmente provocó al presidente de los Estados Unidos al punto de obligarlo a ejercer de su parte la amenaza de colocar submarinos nucleares apuntando a Moscú.
El ocupante actual de la Casa Blanca también ha dado ejemplo, dentro del sartal sinfín de sus excesos verbales, de la apelación a la teoría del hombre loco. Así, en su momento dijo que el presidente chino le respeta pues conoce bien sus locuras. Se ha sabido que, a discutir sobre un acuerdo comercial con Corea del Sur, el presidente le habría dicho a Robert Lighthizer que advirtiera a los coreanos que tenían que aceptar las propuestas hechas “porque ese tipo está tan loco que podría acabar la negociación en cualquier momento si no hacen las concesiones solicitadas”. También se hizo pública la advertencia a Corea del Norte en el sentido de que podría ser destruida con armas nucleares, bajo “fuego y furia como el mundo nunca ha visto”.
Prácticamente no pasa día sin que el gobierno estadounidense no haga alarde del manejo delirante de su poderío económico a través del juego caprichoso e interminable de subidas y bajadas de aranceles, reculadas de decisiones que parecían contundentes, amenazas y aplazamiento de sanciones económicas, además de comportamiento similar para fines políticos, como es evidente en el caso de su “orden” escrita para que se suspenda el proceso judicial contra un expresidente brasileño.
La creencia de que el adversario es loco no deja de jugar un papel en las negociaciones que se adelanten bajo esa premisa. Pero se trata de una política arriesgada de manipulación que implica riesgos para todas las partes. En el caso de Vietnam, se sabe que al menos los rusos no cayeron en la trampa de reconocer que Nixon estaría loco. Y de ahí en adelante, prácticamente en todos los casos, la vigencia de la teoría ha sido muy breve, pues los hechos vienen más bien pronto a demostrar que se trataba simplemente de maniobras alarmantes y riesgosas que terminan por dar al traste con la reputación de quienes apelen al argumento de la locura para obtener réditos a partir del miedo.
Ahora que, tanto en los escenarios internacionales como en los internos de diferentes países, se extiende la sombra de la alienación, auténtica o acomodaticia, de ciertos gobernantes, habrá que poner atención al desenlace de eventos próximos, como el del manejo del proceso que pueda llevar a la paz en Ucrania, o inclusive a la crisis inusitada de las relaciones entre Colombia y el Perú.