Ucrania no habría tenido cómo defenderse sola por mucho tiempo de la agresión que Rusia desató contra ella hace más de 800 días, con la idea de controlar el país en una semana. 

La sorpresiva actitud del presidente Zelensky, que no aceptó las ofertas de montar un gobierno en el exilio, sino que prefirió quedarse y resistir, le mereció el apoyo entusiasta de occidente. Después de proponerle refugio para montar un gobierno en el exilio, que no aceptó, los líderes de la OTAN pasaron a ofrecerle apoyo “por el tiempo que fuese necesario”. Tiempo que ha ido corriendo sin que se vea cerca el cierre de ese nuevo episodio de violencia inaudita en territorio europeo. 

Como el de Rusia es uno de esos presidentes autoritarios que hablan hacia el mundo con la arrogancia que acostumbran hacia sus ciudadanos inermes, advirtió que, si alguien entraba a apoyar a los ucranianos, sería objeto del castigo de su país. En uno de sus acostumbrados gestos teatrales, amenazó con atacar a quien facilitara armas a Ucrania. Es decir: a mí me dejan ese burro amarrado, para que cumpla con mi designio. Si alguien se opone, he dado la orden de que preparen el uso del arsenal nuclear.

En las capitales occidentales no entraron en retórica del mismo tono. Con prudencia, y sin aumentar el escándalo mediante proclamas incendiarias, tomaron el riesgo de hacer caso omiso de la amenaza neo-imperial del Kremlin, y fluyó un río de armas hacia Ucrania. Eso sí con la característica de que solamente le facilitaron armas para defenderse, o eventualmente para recuperar el territorio propio perdido, con la prohibición expresa de tocar con ellas el territorio ruso.  

Bajo esas condiciones Ucrania siguió recibiendo armas sin que la amenaza de castigo a sus patrocinadores se haya cumplido. Como si Rusia hubiera perdido capacidad de asustar al resto. Sensación a la cual ha contribuido el hecho de que una antigua cabeza de superpotencia no haya podido avasallar a Ucrania en los términos fáciles de su “operación especial”. Eufemismo utilizado para minimizar el significado verdadero de una agresión a otro país soberano, en violación de todo tipo de reglas y principios.  

La tragedia ucraniana es que ninguna guerra se gana solamente defendiéndose. Mucho menos frente a un enemigo con recursos enormes, que ha sido capaz, hasta ahora, de superar las barreras de las “sanciones” económicas occidentales y tiene todavía significativo potencial de reserva en materia de soldados y municiones. Así saque gente de la cárcel, contrate mercenarios, como los de Wagner, comandados por el supuestamente muerto Yevgeny Prigozhin, o use municiones en muchos casos pasadas de moda. 

Esa misma tragedia se ha convertido a ratos en indefensión, por el retardo de suministros que el presidente ucraniano reclama a diario, mientras ve morir a sus soldados. Indefensión agravada, quién lo creyera, por los republicanos del Congreso de los Estados Unidos, que demoraron en momentos clave la ayuda oportuna a Ucrania, bajo la orientación del estratega inmobiliario Donald Trump, que para efectos internacionales lo que más le importa son las sumas y restas de dólares. Con lo cual, por su parte, los Estados Unidos han perdido también confiabilidad, al ritmo de su propia derecha populista, que termina por hacerle el juego a su equivalente rusa. 

Europa ha venido así a quedar como portadora de una responsabilidad que la obliga al mismo tiempo a sostener su palabra de apoyo a Ucrania y a repensar, urgentemente, todo el esquema de su defensa. Esto último ante la perspectiva de un alejamiento aún mayor de los Estaos Unidos, bajo cuya sombrilla los europeos han estado amparados desde el final de la Segunda Guerra Mundial. Esquema que no podía ser indefinido y cuyo remplazo es bueno que vayan pensando.  

En estas condiciones, a Europa le urge tomar decisiones estratégicas por su cuenta. Circunstancia que hace recordar a muchos la situación de hace un siglo, cuando la Alemania nazi se iba convirtiendo en una sombra para la paz del continente. Otra vez una potencia europea, en este caso Rusia, se convierte en amenaza para el resto, con el argumento artificioso de que se halla bajo amenaza de un “neofascismo”, muchos de cuyos patrones paradójicamente utiliza en el manejo de su opinión interna. 

Lo mismo que hace un siglo, el liderazgo europeo está a prueba. De manera que es urgente que identifiquen a tiempo las amenazas y sus posibilidades de manejarlas a tiempo. Razón por la cual hace ahora mucha falta la señora Merkel, que llegó a ser la gran madrina de la Europa liberal, cuyo puesto nadie ha venido a llenar satisfactoriamente. Lo cual no quiere decir que nadie esté pensando en el problema, sino que a nadie se le reconocen la estatura y el peso suficientes para hacer la tarea. 

El presidente Macron ha advertido en todos los tonos que Europa está en peligro. Su actitud ha ido cambiando poco a poco, al punto que ya no solamente habla de apoyo a Ucrania sin término fijo, sino que llegó a plantear la opción de un eventual desplazamiento de tropas a Ucrania. Algo que produjo por un lado la furia del Kremlin y por el otro despertó los sentimientos de prudencia del Canciller alemán y de otros líderes de Europa. Mientras el ministro de relaciones exteriores británico, con su peso de antiguo primer ministro, se manifiesta dentro de la misma línea de endurecimiento. 

El presidente Biden, por su parte, en medio de la tormenta de una avanzada rusa que ha puesto a Ucrania a tambalear en el campo de batalla, decidió autorizar el uso de armas estadounidenses para que Ucrania vaya más allá de la simple acción defensiva, tal como estaba concebida hasta ahora. Pero, si bien dichas armas se pueden usar hacia afuera del territorio ucraniano, solamente se pueden dirigir contra instalaciones militares rusas utilizadas para atacar a Ucrania. Límite que, por supuesto, resulta difícil de aplicar bajo la lógica misma del fragor de una guerra. 

Reunidos en Praga, los ministros de exteriores de la OTAN trataron, entre otros, el tema de un uso diferente del armamento suministrado a Ucrania. Alemania se sumó con una autorización similar a la de Estados Unidos. Polonia, Finlandia y los Países Bajos, apoyaron esas decisiones. Y, otra vez, el presidente francés fue más allá y reiteró que “no se descarta ni se debe descartar ninguna opción”, como la del envío de tropas a Ucrania. 

Es posible que los allí reunidos sepan cómo a estas alturas la guerra ha podido hacer mella en los recursos de Moscú para sostenerla. También habrán hecho cálculos sobre la forma en la cual, llegado el caso, podrían enfrentar a los rusos. Por lo cual Jens Stoltenberg, secretario general de la OTAN, manifiesta no temer a las ya conocidas amenazas rusas de retaliación, y proclama el derecho de Ucrania a su autodefensa ante la invasión de la que fue objeto.

Como era de esperarse, el gobierno ruso salió a denunciar el cambio de política de la OTAN y a advertir, una vez más, el peligro de lo que considera “la intención de atacar a Rusia”, que atribuye a los Estados Unidos, con lo cual se estaría avanzando en una “escalada constante que puede llevar graves consecuencias”.

“Tarde piaches”, dijo el gallego. Por ahora le aplicaría al ruso. Más tarde, no se sabe.

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