Al cerrarse el domingo pasado los comicios en una nueva elección presidencial, quedó clara, ahora sí de manera transparente, la voluntad política de los rumanos. Era la segunda vuelta de un nuevo proceso electoral que debía aclarar si de verdad una mayoría estaba dispuesta a dejar el país en manos de la derecha extrema, inspirada en la exitosa campaña de Donald Trump y apoyada por Vladimir Putin.

Hace seis meses, de manera sorpresiva, Calin Georgescu, un desconocido que había figurado con apoyo no superior al 4% de las encuestas, resultó ganador de unos comicios que terminaron anulados por la Corte Suprema, ante la evidencia de una abierta intervención rusa, que valiéndose de las redes sociales, con cataratas y ríos de mensajes “a la medida” promovió a Georgescu y su plataforma nacionalista y antieuropea.

La jornada en todo caso sirvió para que se avivara de verdad en Rumania un debate encendido entre los partidarios de un rechazo de los compromisos adquiridos por el país con la Unión Europea y la OTAN, y los partidarios de continuar con la vinculación decidida al mundo occidental y los propósitos de apertura política y económica posteriores de la caída de la dictadura comunista de Nicolás Ceaucescu.

En lugar de Georgescu, y ahora bajo el escrutinio de quienes temían que el país tomara un rumbo de aislamiento en antieuropeo y prorruso, la derecha radical, improvisó un nuevo candidato, George Simion, que tuvo apoyo en sectores rurales, así como en la diáspora de quienes han emigrado por sentirse descontentos en el contexto de una sociedad obligada por la caída del comunismo a cambiar integralmente su modelo de vida y de desarrollo.

Los sectores urbanos, así como los académicos y los principales protagonistas de emprendimientos empresariales, se agruparon para esta segunda vuelta del segundo proceso en torno del alcalde de Bucarest, Nicusor Dan, centrista, luego de que en una primera vuelta otra vez el candidato de la derecha hubiera tomado la delantera.

A pesar del triunfo final del alcalde Dan, pro Europa, la Unión Europea y la OTAN, Rumania, ha sido un nuevo ejemplo de la crisis universal de la clase política tradicional, y de las insatisfacción profunda de sectores populares que antes apoyaban a la socialdemocracia. Ahora, desencantados esos sectores, tienden a caer en el embrujo de los cantos de sirena de una nueva derecha radical, parecida a la de hace un siglo, que con un discurso populista ilusiona a la gente con soluciones mágicas que evitan esfuerzos al dejar todo en manos de algún líder carismático.

En esos términos, un triunfo de la nueva derecha radical, inmediatista y populista, habría sido un descalabro para los rumanos en el proceso de su lenta vinculación a Europa y al mundo occidental y su alejamiento definitivo de la herencia también populista del comunismo. 

Vecina inmediata de Ucrania, entrelazada con Moldavia por lazos de familia, con amplia costa sobre el Mar Negro y ocupando un espacio sustancial en los Balcanes, el rumbo que tome Rumania con su riqueza agrícola, forestal e hidráulica, además de su patrimonio urbano y arquitectónico, y su poder cultural dentro del conjunto balcánico y de la ortodoxia oriental, resulta definitivo en este momento de disputa entre Moscú y la Europa occidental. Con el aditamento de que Rumania, con fuerzas armadas poderosas, aloja la base militar de Mihail Kogqlniceau, la más grande de la OTAN en Europa, muy cerca del puerto de Constanza, sobre el mar negro. Base que hace contrapeso a la toma de Sebastopol por los rusos y al desgaste de Odessa, como consecuencia de la guerra en Ucrania.

“Salvada“ Rumania, por ahora, de los embates de la derecha nacionalista, antieuropea y aislacionista, siguen pendientes de buen manejo, en el marco de su política interna, todos esos factores de deterioro de la vida cotidiana de ciertos sectores que, ante la insuficiencia decepcionante de la socialdemocracia, pueden todavía ser objeto de manipulación por los impulsores del populismo que lograron sacar a flote, primero a Georgescu, con la ayuda de Rusia, y ahora a su reemplazo, George Simion, que recorrió el país con una gorra de MAGA y bajo el lema de “Hacer a Rumania grande otra vez“.

Ya se verá si el nuevo presidente, Nicusor Dan, hasta ahora exitoso alcalde de Bucarest, puede atender los clamores populares desde una plataforma centrista e independiente que profundice el compromiso rumano con Europa. Los reportes de quienes viven la temperatura del clima social, al día siguiente de la jornada electoral, presentan una sensación de tranquilidad y confianza, al menos en Bucarest, donde circula un parque automotor comparable al de Mónaco, y también en Brasov, Cluj-Napoca, Timișoara y Constanza. Falta por ver el clima político en el país rural, organizado, tecnificado y experimentado en producción agropecuaria, donde se mantienen vivas tradiciones campesinas y también aspiraciones diferentes.

El presidente Dan, de 55 años, es un conservador clásico y moderado, prudente y de pocas palabras. Tiene formación académica de alto nivel, ha sido campeón de matemáticas, y no incurre en excesos. Es realista y pragmático, serio y bienintencionado, como lo ha demostrado con sus ejecutorias como alcalde de la capital, de manera que pudo acumular credenciales para vencer en la segunda vuelta de la carrera presidencial a un candidato radical populista, explosivo, escandaloso y protagonista de la política espectáculo.

Por ahora habría que celebrar que el resultado de las elecciones rumanas ha evitado el descalabro de la pérdida del apoyo a Ucrania y del compromiso con la OTAN y la Unión Europea, en una época crucial. Hacia adelante, Serán los ciudadanos, en busca de mejor institucionalidad y de la consolidación de un nuevo talante político, los que califiquen la capacidad del nuevo gobierno para fortalecer los vínculos con Europa y acallar las voces contra los compromisos adquiridos con el mundo occidental.

De manera que se pueda alejar el fantasma de un populismo irreflexivo y embaucador que se inspira en agrupaciones como las del “Partido por la libertad de Austria”, “Alternativa para Alemania”, la “Agrupación Nacional” en Francia, “Reform UK”, y “Suecia debe mantenerse Sueca”. Partidos todos que buscan acumular argumentos de ruptura y aislacionismo nacionalista, contra la corriente europea de la postguerra, que consiguió los beneficios de una paz jamás soñada en el continente más agitado de la historia. 

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