El juego de poder en el mundo comienza el año 2025 bajo las amenazas confusas de un protagonista que hace unas décadas habría resultado inverosímil. No se trata de un estadista, ni estratega, ni economista, ni sociólogo, ni antropólogo, ni ilustrado. Adivinar sus características parecería un acertijo perverso, impensable para quienes querían destituir a Richard Nixon por sus grabaciones y ahora no se atreven a contradecir a un reincidente con noventa y tres casos judiciales, cuyo trámite desean que se cierre de un plumazo. 

La respuesta: para hablar de sus virtudes, se trata  de un  agente inmobiliario con la costumbre de inflar el valor de sus bienes, y un ego mayor que todas sus propiedades, que incluyen hoteles, campos de golf y aviones gigantescos que proclaman su nombre. Alguien que, en lugar de consideraciones sofisticadas respecto de la organización y distribución de poder en el mundo, lo ve todo con ojo de agente inmobiliario, “único y genial”, dispuesto a hacer un “buen trato” donde quiera y con quiera que sea. 

A lo anterior hay que agregar un magnetismo personal indudable, óptimo para el ejercicio populista en política, capaz de hacer que la gente olvide cualquiera de sus faltas y de hacerle sentir a millones de conciudadanos que encarna sus mismas sensaciones, sentimientos y preocupaciones, y les acompaña en sus reacciones y utopías. Además, por supuesto, de ofrecer solución, aunque no necesariamente soluciones puntuales, a todos los problemas. 

Mientras más de 70 millones de personas en los Estados Unidos esperan que a partir de enero de 2025 se solucionen lo más pronto posible incomodidades como el costo de vida y la presencia de inmigrantes “indeseables”, al resto del mundo poco le importa lo que suceda al interior de las fronteras de los Estados Unidos. Pero, eso sí, los europeos, los euro asiáticos, los asiáticos, y cada región del mundo, está a la expectativa respecto de los alcances de una serie de acciones que el nuevo presidente de los Estados Unidos ha prometido realizar en cuestión de horas. 

En medio de todo, hay conocedores veteranos de los asuntos internacionales que sigen tranquilos, con la confianza, basada en su experiencia, en que nadie puede cambiar las cosas acertadamente de manera tan rápida, por la sencilla razón de que solo un desconocedor piensa que todos los comandos estarán es sus manos. Aunque, al tiempo, esos mismos expertos recomiendan a sus centros de decisión política y militar que barajen opciones de escenarios posibles, pues conviene prever un poco los acontecimientos, máxime cuando el temido protagonista que está por subir al tinglado se sumará a un grupo de “líderes” bastante sui géneris. 

Es posible que, cuando se corra el velo, se haga evidente que los anuncios de campaña no eran más que estandartes exhibidos con el propósito interno de conseguir el poder y el externo de anunciar la llegada de una fuerza que, a la larga, no es tan poderosa como lo sueña una persona que no parece haberse detenido a estudiar en serio los problemas del mundo. En todo caso, nada más preocupante que un torpe con poder.

Ya veremos si el personaje es capaz de convertir a Canadá en un Estado más de los Estados Unidos, terminar la guerra de Ucrania en 24 horas, hacer cambiar a los chinos su propósito de unificación con Taiwán y “ aflojar“ en el control de puntos de comercio estratégico, apoderarse del Canal de Panamá, y comprar Groenlandia y de pronto otros países o territorios que considere aptos para extraer metales o construir hoteles o campos de golf, como si todo eso estuviera simplemente en sus manos, cuando “América” ni siquiera existía y los gobernantes asiáticos hacían lo que les venía en gana, mientras les alcanzaran la edad y la fuerza.

Para no caer en la trampa de condicionar nuestra mirada del futuro a las acciones u omisiones de un personaje que de todas maneras será fugaz en el trámite de procesos que él mismo ni siquiera conoce, y que revisten amplitud y complejidades que no puede abarcar una sola persona, debemos reconocer que el mundo comienza un año que lleva la inercia de un periodo de tragedias, así como de avances antes insospechados en muchas áreas del progreso de la acción humana. 

Muchos consideran que la confrontación entre China y Estados Unidos ha madurado de manera tal que el año 2025 será escenario de eventos más perceptibles que los anteriores en la competencia global entre esas dos potencias que, por lo menos, entrarían abiertamente en una guerra fría a raíz de contradicciones de índole comercial.

Lo cierto es que China, a nombre del comercio ha avanzado de manera global y sería ingenuo negar negarle a ese avance significación estratégica futura. Inclusive en América Latina donde controlan los puertos de entrada y salida al Canal de Panamá y han hecho un mega Puerto en el Perú que, si lo hubiera hecho alguna potencia occidental, habría producido a lo largo de la Cordillera de Los Andes una andanada tipo siglo XX de protesta antiimperialista. 

En el sentimiento popular, el año 2025 comienza con expectativa nunca vista. Los medios y redes sociales, con virtudes y defectos, han servido de caja de resonancia para anunciar un espectáculo inédito del cual, como dicen los argentinos, se está viendo “La Previa”.

Resulta significativo que en Europa sea ahora la extrema derecha la que corteja al ortodoxo cristiano gobernante del Kremlin de Moscú, aunque ese mismo campeón euroasiático del radicalismo de extrema derecha sea adorado en el Caribe por algunos que piensan que todavía trabaja para la KGB. 

En Francia, el gobierno no ha logrado recuperar el apoyo de la Asamblea Nacional, mientras el presidente pierde cada vez más poder en las reiteradas oportunidades de consulta popular. En Alemania comienzan el año sin gobierno, y sin la perspectiva, siquiera remota, de que alguien consiga configurar una administración que desarrolle un proyecto de partido, mientras lo más seguro es que terminen en una elección que conduzca unas cuantas semanas de discusiones para tratar de armar un proyecto que por ahora nadie conoce. Con esa falla, y eso sí las mejores intenciones de reparación, comienza el año el famoso “eje francoalemán”. 

Gran Bretaña vive la decadencia temprana del nuevo gobierno socialdemócrata, mientras la aparente superioridad numérica de un partido populista, impulsor del Brexit con argumentos falaces, pretende desalojar del ejercicio de la oposición al legendario Partido Conservador. 

En Ucrania, cristianos ortodoxos rusos manejados desde el Kremlin de Moscú, ayudados por mercenarios norcoreanos, asesinan a cristianos ortodoxos de Kiev y otras ciudades, de manera impune. 

En el Medio Oriente ya sabemos cómo suben a diario las cuentas de un horror que parece de tiempos bíblicos, mientras la amenaza de la guerra se cierne todavía con tono de detonante de una conflagración mundial. 

En Cuba, Nicaragua, Venezuela y Haití, países enteros viven experiencias nacionales de sufrimiento y limitaciones que se repiten en escenarios regionales a lo largo del continente americano. África sigue siendo campo de experimentación, explotación, afiliaciones peregrinas, ambiciones extracontinentales y resacas de la era colonial. Birmania y Bangladesh, Sri Lanka y Afganistán, Yemen y Pakistán, alojan disputas primitivas por el poder.

Mientras el liderazgo pendenciero de todos esos y muchos otros países se toma la vocería de pueblos enteros y libra batallas de toda índole, hay actores privados que aparecieron ahora con opciones reales de ejercicio de poder en distintos campos, y  expresan opiniones que a través de las redes sociales tienen consecuencias en muchos aspectos de la actividad humana.

Tal vez se haya comenzado a vivir la resaca de una estatización que pretendía obrar milagros, pero en manos inadecuadas, cuando no corruptas o simplemente ineptas. También parecería que ha salido a flote un resentimiento contra el avance de interpretaciones del mundo y de la condición humana que se llegaron a calificar como marcadores de progreso que, hasta el momento, no parecían tener contradictores.  En otras palabras, el “progresismo” que entusiasmó tanto a algunos, al punto que pensaron haber logrado volver sus principios moneda corriente, se ha visto contrarrestado por una fuerte reacción hasta ahora guardada, por parte de aquellos para quienes esas propuestas no resultaron aceptables. 

Poco a poco, al mismo tiempo, se advierte que la marcha integral de los países depende cada vez menos de los gobernantes.  Al tiempo que no deja de ser curioso que las credenciales de estos últimos, tal vez en razón de las circunstancias, son cada vez más como colchas de retazos: muchos platos “a la carta”,  para tratar de buscar apoyos electorales, y demasiada “flexibilidad” en los principios. 

Frente a todo esto, desde el punto de vista popular, están abonadas parcelas para dos jardines: el del populismo y el de la apatía política.

Las consecuencias del primero ya las conocemos, y tal vez seguiremos viendo en los próximos años nuevas manifestaciones de su avance, de pronto con una ampliación todavía sorprendente del populismo de derecha, que lo mismo que el de izquierda satisface cuestionamientos que conducen a que la gente vote porque se siente representada en sus anhelos más elementales y por algún caudillo capaz de expresarlos y de ofrecer respecto de ellos una u otra solución aparentemente plausible. 

En cuanto al segundo, resulta interesante ver cómo crece el número de países en los que el gobierno puede ser considerado por los ciudadanos como el enemigo, o por lo menos como insípido, o inocuo. Lo cual trae como consecuencia que las sociedades se pongan a trabajar en su propio interés, sin ponerle demasiada atención a quién gobierne, o cómo lo haga, y obren de cuando en vez más bien, con recelo, como observadoras de un fenómeno que consideran teatral, ignorante, insuficiente y digno de poca respetabilidad.

Por lo menos allí donde la gente disfruta de una dosis aceptable de libertad, mientras los líderes vociferan, tratan de escribir páginas, o las llenan de garabatos, cada vez más ciudadanos pueden llegar a la conclusión de que, a veces, la mejor forma de hacer política es imitar a los sabios que por un tiempo siguen adelante mientras observan cuidadosamente el espectáculo de los locos que se disputan por el poder, y se preparan para intervenir de verdad en procesos que no estén encabezados por gente que jamás ha tenido que sobrevivir por fuera del marco del Estado. 

Después de dejar fuera de lugar a los políticos tradicionales,, sería deseable que cada vez más pensadores y estudiosos  salieran de sus laberintos y proclamaran ideas útiles para orientar a cada sociedad en el camino hacia nuevas expediciones democráticas, protagonizadas por ciudadanos ilustrados y no manipulados por los promotores de “productos políticos” hechos a la medida de intereses ajenos con aspecto de propios, ni por intelectuales ocultos, egoístas, adoradores de sus realizaciones abstractas. 

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