Desde cuando se advirtió la descomunal movilización de tropas y equipos rusos hacia la frontera con Ucrania, y más aún cuando se produjo el asalto que desató una nueva guerra en Europa, volvió a aparecer en la historia que se escribe con las decisiones de los gobernantes un interés particular en cuanto al papel de Alemania ante la ruptura una tradición de aceptable entendimiento entre Berlín y Moscú.

En distintos escenarios surgió una preocupación ya conocida por el impacto que en diferentes ocasiones ha producido la presencia de Alemania armada y beligerante como potencia europea.   A la memoria de los estrategas vinieron recuerdos de épocas de confrontación entre germanos y rusos, y episodios que involucraron a otros países y que en su momento dejaron heridas muy difíciles de restañar para todas las partes. 

Recién llegado al cargo de canciller, cuando Alemania se tenía que manifestar ante la nueva guerra, Olaf Scholz  expresó preocupación por cualquier cambio en el perfil de la política de Alemania frente a Rusia, que después de la Segunda Guerra Mundial estuvo marcada por el acercamiento característico de la Ostpolitik, ideada por Willy Brandt, la cercanía de Gerhard Schröder, que resultó convertido en amigo personal de Vladimir Putin, y el pragmatismo de Angela Merkel. 

Además de que media Alemania, la entonces Oriental, estuvo sometida a los designios de Moscú, todos los gobiernos alemanes occidentales de la postguerra tejieron una relación pragmática con la Unión Soviética que duró hasta la caída del Muro de Berlín. Al mismo tiempo la Alemania Federal se esforzó por reconciliarse con aquellos países que fueron víctimas de la agresión hitleriana, se comprometió de lleno con la reconstrucción europea y se empeñó en el establecimiento de una institucionalidad continental que encuentra sustento político y eje central en la nueva amistad francoalemana. La Federación Rusa resultó siendo heredera de esa política. Y los países occidentales encontraron en Alemania apoyo indiscutible para causas comunes. 

La continuidad de esa política, en ambas direcciones, se puso a prueba de manera grave en 2014, cuando los rusos, habilidosamente, lograron apoderarse nada menos que de Crimea, premio mayor del vecindario del Mar Negro, mediante la combinación de una serie de acciones que lograron vestir con disfraz de voluntad popular. La Europa de entonces se quedó prácticamente quieta. Mucho más se había movilizado cuando la Guerra de Crimea a mediados del Siglo XIX. Los socios estadounidenses apenas se sumaron tímidamente a declaraciones y “sanciones” a la postre inocuas contra la potencia transgresora. 

Angela Merkel, educada en la Alemania Oriental bajo “tutela” de los soviéticos, manejaba sensibilidad y habilidad particulares en el trato hacia Rusia, y mal podía esperarse de su parte una actitud que rompiera una tradición de cercanía cuidadosa y cooperación bajo esquemas difíciles de reemplazar súbitamente.  Si bien su compromiso con Europa fue grande y sólido, al punto que contribuyó de manera importante a la “refundación de la Unión Europea” con el Tratado de Lisboa, confesó que, por el hecho de estar de salida al comienzo de la guerra, no tuvo ya fuerza suficiente para disuadir a Vladimir Putin, que solo cree en la fuerza, de abandonar su empresa expansionista. 

A pesar de los temores expresados por su sucesor Scholz en cuanto al “qué dirán” ante el espectáculo de una Alemania armada, los alemanes, salvo sectores extremistas, han sido muy claros en el apoyo a Ucrania y en su militancia en la OTAN y el bloque occidental. Y el compromiso, reforzado sin timideces por el nuevo canciller Friedrich Merz, está representado en hechos contundentes. 

El más importante de ellos, por razones institucionales, es el de haber roto la sacrosante austeridad presupuestal que limitaba el déficit anual al 0,35% del PIB, no solamente para reactivar la economía, sino para aumentar el gasto en defensa. Con lo cual se quita de encima la cantaleta de Trump en cuanto a la inversión de sus aliados en materia de defensa y al tiempo, atención, Alemania gana independencia respecto del cubrimiento americano en esa materia. 

Por lo demás, bajo la orientación de Merz, la industria de la defensa alemana, que ha sido activa y ha progresado sin pausa en medio de la discreción y sin despertar temores debido a las limitaciones de la postguerra, florece con mejores posibilidades, al tiempo que el país se rearma. El canciller se comprometió a ayudar a Ucrania a producir misiles de lafto alcance, con los cuales podría llegar a lugares más remotos dentro del territorio ruso. 

Hace un mes fue inaugurada Unterlüss, al norte de Alemania, por parte del conglomerado Rheinmetall, la fábrica de municiones más grande de Europa. Su desarrollo se ha convertido en símbolo de los esfuerzos europeos para rearmarse en plena guerra en Ucrania. Además representa la dinámica, a ritmo alemán, de un rearme cuyo emprendimiento hace poco no se habría imaginado debido a la confianza en la cobertura estadounidense. 

Allí estuvo Mark Rutte, Secretario General de la OTAN, y subrayó que “la industria de defensa en Alemania, Europa y América del Norte importa más que nunca”, en un momento en que “Rusia y China  están desarrollando rápida y masivamente sus ejércitos y capacidades, con muy poca transparencia”. Más claro para dónde.

Para abundar, y pese a la oposición de algunos fabricantes de aviones franceses, se adeanta ya el proyecto de defensa más costoso de Europa, de más de 100.000 millones de Euros, destinado a fabricar un nuevo avión de combate europeo y flotas de drones que formen una nube de defensa de avanzada tecnología. Todo esto con el propósito de ir ayudando a Ucrania, por ahora, y avanzar en la independencia del cubrimiento de los Estados Unidos, que tan insistente y despóticamente saca en cara el presidente Trump cada vez que puede, “con la esperanza implícita de que los demás obedezcan y guarden silencio”, como decía un observador en Bucarest.

Nadie duda de que Alemania ha estado a la altura de las exigencias, cada vez más grandes, de las circunstancias y de su amistad con el resto de la Europa Occidental. Y si bien es cierto que surge a pasos grandes la idea de una Alemania muy diferente de la que se conoció en los últimos 8 decenios, la que viene ahora no deja de suscitar en ciertos centros de estudios estratégicos la evocación de épocas pasadas en las que Alemania armada representaba una amenaza digna de preocupación.

A diferencia de otros países, que no han sido capaces de salir de la amarradura de su dependencia energética respecto de Rusia, Alemania, que tenía con los rusos lazos muy fuertes en esa materia, ha realizado un esfuerzo enorme y exitoso por salir del grado de dependencia que hubiere tenido. Lo cual es demostración, con hechos, de su voluntad de obrar vinculada al campo occidental de principios del Siglo XXI. 

A juzgar por la evolución de los hechos, esta nueva versión de Alemania, inserta en la vida económica, social, política, y ahora militar, de la Europa Occidental, reconciliada con Francia y cercana al Reino Unido, lo mismo que respetuosa con Polonia, es muy diferente de la del Siglo XX. Por lo cual, si bien desde Moscú sea entendible que hay razones de recelo, no se puede decir lo mismo de parte de sus aliados de ahora, que luego de las lecciones del pasado, saben que vale la pena apoyarla. Precisamente porque el pasado ya mostró el precio que no solo Alemania sino el resto de Europa puede llegar a pagar por excluirla. 

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