Los británicos han sido más sabios, más estratégicos y más afortunados que otros en el manejo de la aspiración de personas de antiguas colonias de ir a instalarse en la antigua metrópolis. “Precio” que deben pagar países que fueron a lugares del planeta ajenos a su historia y a su tradición y se establecieron allí, por la fuerza, para explotar recursos contra la voluntad, tarde o temprano doblegada, de comunidades o países de menor desarrollo económico y poder militar. Dominio y explotación que representaron también la imposición del idioma y de rasgos culturales, lo mismo que modos de administración y de relaciones de poder entre sociedad y gobierno. 

A la hora de la “descolonización”, en esas tierras lejanas, herederas de modelos institucionales y maneras burocráticas, muchos aprovecharon el conocimiento de la lengua colonial para dar rienda suelta al deseo de ir a disfrutar de la versión original de una vida que los colonizadores mostraron como de superior calidad. Sin pensar en revanchas o malas intenciones, el propósito de quienes han emigrado hacia las antiguas metrópolis ha sido sumarse a esa sociedad que en su momento se les mostró como deseable. 

Después de la Segunda Guerra Mundial, unos países europeos han manejado el asunto con más acierto que otros. Los dilemas en la materia son múltiples. Se trata de incorporar o no a los inmigrantes de antiguas colonias a la sociedad, a la economía y al sistema político. Dicha integración se puede dar en grados diversos y convertirse en un juego de apertura o cierre de puertas y obstáculos destinados a favorecer o frenar la aparición de una sociedad mixta, difícil de aceptar para muchos. 

Al cabo de varias décadas, la presencia de inmigrantes procedentes de antiguas colonias presenta un panorama variado y complejo de descifrar. Por lo general llegaron para quedarse en los suburbios de las ciudades y su integración a la economía y la vida política ha sido marginal: ningún, o muy poco, acceso a lugares de preeminencia en la administración del Estado; ninguna, o muy poca, integración social. Permiso para vivir, cuando más, y para actuar en circuitos económicos de orden elemental. Pero, ascenso político en la escalera del poder, escaso y de poca significación. 

En medio de ese panorama, destaca la diferencia sustancial de la Gran Bretaña. Londres era una ciudad muy británica en la primera mitad del Siglo XX; no es sino ver las fotografías de la gente en medio del trance de aguantar los bombardeos de la Segunda Guerra Mundial. Hoy es la más capital más cosmopolita de Europa, y las cosas van mucho más allá: el saliente primer ministro es de origen indio, y en el suyo, lo mismo que en diferentes gabinetes, ministerios como el del interior, el de relaciones exteriores y el de economía, para mencionar los más relevantes, han estado o están en manos de hijos de inmigrantes procedentes de antiguas colonias en Asia y África. Sin descontar que recientemente fue reelegido el alcalde de Londres, musulmán de origen pakistaní. 

Contra la idea que pudiese existir de la sociedad británica como excluyente, la presencia de descendientes de inmigrantes de variada condición étnica se extiende a las cámaras de los Comunes y de los Lores. Lo cual no indica que la estructura del poder en la Gran Bretaña haya cambiado en su esencia, sino que se ha abierto campo para que se integren a posiciones de poder personas de las características de esos ministros, que para comenzar han sido escogidos libremente, por la votación popular de “británicos originales”, para ir al parlamento en su representación. 

La expresión más reciente del fenómeno es el reciente concurso para definir, por votación de los parlamentarios miembros del Partido Conservador, el nuevo liderazgo de esa agrupación histórica, la misma de Churchill y otros estadistas de talla mundial. Olukemi Olufunto Adegoke venció a los demás aspirantes a ocupar la jefatura del partido. De manera que sus credenciales tienen completo fundamento tanto en las tradiciones políticas como en el modelo institucional que permite el funcionamiento de ese ejemplar sistema gobierno-oposición. 

Olukemi, a quien llaman Kemi, lleva en su carrera política el apellido Badenoch, de su esposo británico, Hemish, educado en Cambridge y funcionario del Deutsche Bank, después de una carrera de banquero alternada con intentos de ascenso político no consumado. Olukemi, que ahora tiene tres hijos, nació hace 44 años en un hospital privado de Wimbeldon porque sus padres, del grupo étnico africano Yoruba, él médico y su madre profesora de fisiología, se pudieron dar el lujo de que su hija naciera en ese suburbio de Londres y adquiriera por nacimiento la nacionalidad británica, cuando ese derecho no había sido abolido.  

Después de vivir en Nigeria regresó a los 16 años a la Gran Bretaña, estudió en Sussex, se sostuvo haciendo trabajos auxiliares, se graduó como ingeniera de sistemas, y muy pronto comenzó una carrera política, dentro del Partido Conservador. Fue miembro de la Asamblea de Londres, y después del Parlamento en representación de Essex. Luego Secretaria de Estado en la Sombra para Vivienda, Comunidades y Gobierno Local y más tarde Ministra de Estado para los mismos fines en el gobierno de Boris Johnson, Secretaria de Estado para Comercio Internacional con Liz Truss y Richi Sunak, Ministra para asuntos de la Mujer y la Igualdad, Presidente del Consejo de Comercio, y Secretaria de Estado para Negocios y Comercio.

Con esa trayectoria presentó su nombre en la reciente competencia por el liderazgo conservador y derrotó a una serie de personajes de mucho peso dentro del partido, para consolidarse en una de las principales posiciones políticas dentro de las instituciones británicas. Oficio que implica conducir la oposición en todos los frentes, dirigir el gabinete en la sombra, debatir con el primer ministro, y orientar a su partido hacia la búsqueda del poder en unas nuevas elecciones generales. 

Dura de roer en los debates, exigente al extremo, radical en sus puntos de vista, militante del ala derecha del partido conservador, la trayectoria de Kemi Badenoch es muestra fehaciente y reiterada de la forma como el legendario establecimiento británico ha tenido la inteligencia de permitir, de verdad, que personas provenientes de las antiguas colonias asciendan a los puestos más importantes del gobierno, con base incuestionable en la representación popular del conjunto de la nación. Otra cosa es cómo le vaya a la nueva jefe de la oposición en el ejercicio de su trabajo, y si algún día llegue a gobernar. Tema de una discusión diferente.

(A la hora de escribir esta columna no se sabe quién ocupará la Casa Blanca a partir de enero de 2025)

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