Los primeros habitantes europeos de las Américas llegaron a un continente sin nombre, de cuyas proporciones se vinieron a enterar más tarde. No se sabe a ciencia cierta cuál fue el grado de violencia del encuentro entre los dueños originales de los territorios que más tarde se llamarían americanos y unos recién llegados que, al darse cuenta de la existencia de un verdadero nuevo mundo, decidieron asentarse aquí y convertirse en inmigrantes. En el Norte los aborígenes prácticamente desaparecieron, mientras en el resto del territorio se produjo el milagro enriquecedor del mestizaje. 

En el pedestal de la Estatua de La Libertad, que domina la entrada al puerto de Nueva York aparece transcrito el famoso poema “El Nuevo Coloso” de la judía Emma Lazarus Cardozo, que hace un llamado a la inmigración cuando dice: “Dame a tus fatigados, a tus pobres, a tus masas apiñadas que anhelan respirar libres”.

En atención a ese llamado, millones se trasladaron del otro lado del Atlántico a poblar el territorio y comenzaron a habitarlo y a buscar la felicidad bajo el estandarte de inmigrantes. No todos hablaban inglés. No todos tenían las mismas costumbres ni creencias. Pero ahí se fue armando una nación con las fortalezas y debilidades de la convergencia de culturas y habilidades diversas. Cada quién con sus fantasmas del pasado y su imaginación muchas veces equivocada respecto del otro. 

La llegada de los africanos, como inmigrantes forzados, aumentó la complejidad y la riqueza étnica de una nación joven, que además se ha venido enriqueciendo, por las leyes más elementales de la vecindad, con pobladores provenientes del resto de las Américas. Sin perjuicio de que haya gente del resto del mundo que desee formar parte de ese sueño. 

John Kennedy se tomó el trabajo de escribir un libro bajo el título “Nación de Inmigrantes”. Las citas de ese texto se han convertido en ideario y referente de quienes todavía creen que, sin perjuicio de nuevas realidades, debe subsistir la esencia de aquella idea de una nación acogedora que brinda oportunidades a quienes deseen contribuir a sus propósitos colectivos. 

Sin titubeos, el legendario expresidente dijo en su momento: “Somos una nación de inmigrantes. Somos los hijos, nietos y bisnietos de los que querían una vida mejor, los motivados, los que se despertaron por la noche escuchando esa voz que les decía que la vida en ese lugar llamado Estados Unidos podría ser mejor”.

Kennedy conocía los peligros del alma salvaje de los racistas y los discriminadores, y advirtió que no faltaría quien pidiera que al llamado a que allí fueran a dar los fatigados, los pobres, y las masas apiñadas, se agregara algo así como: “siempre y cuando provengan del norte de Europa, no estén demasiado cansados ni demasiado pobres o levemente enfermos, nunca hayan robado una barra de pan, nunca se hayan unido a ninguna organización cuestionable y puedan documentar sus actividades de los últimos dos años”.

Al hipotético demérito de la idea grabada en el pedestal de La Libertad, el expresidente demócrata, descendiente de irlandeses, respondió con un razonamiento impecable: “todos los estadounidenses que alguna vez vivieron, con la excepción de un grupo, eran inmigrantes o descendientes de inmigrantes”.  Verdad explicada más tarde por Barack Obama, descendiente de keniano, cuando dijo: “A menos que seas uno de los primeros americanos, un nativo americano, todos somos descendientes de personas que vinieron de algún otro lugar, ya sea que llegaran en el Mayflower o en un barco de esclavos, ya sea que vinieran a través de Ellis Island o cruzaran el Río Grande.

El asunto de la inmigración también ha circulado de manera amable en la cabina de mando de la Unión Americana bajo gobiernos republicanos. Ronald Reagan, ícono reverenciado de los republicanos, dijo en su discurso de despedida que la estatua de La Libertad “representa nuestra herencia, el pacto con nuestros padres, nuestros abuelos y nuestros antepasados. Es esa señora la que nos da nuestro gran y especial lugar en el mundo. Porque es la gran fuerza vital de cada generación de nuevos estadounidenses la que garantiza que el triunfo de Estados Unidos continuará sin igual en el próximo siglo y más allá”.  Y remató diciendo que “la inmigración es una de las fuentes más importantes de la grandeza de Estados Unidos. Lideramos el mundo porque, únicos entre las naciones, sacamos a nuestra gente, nuestra fuerza, de todos los países y de todos los rincones del mundo. Y al hacerlo, renovamos y enriquecemos continuamente a nuestra nación”.

Las anteriores referencias contrastan con el discurso anti inmigrantes que, a pocos días de una nueva elección presidencial, pretende imponer un candidato a su vez descendiente de inmigrantes alemanes por parte de padre y escoceses por parte de madre, que ha contraído matrimonio con inmigrantes eslavas y aceptado el apoyo de un inmigrante surafricano que ofreció una “lotería” diaria de un millón de dólares entre quienes apoyen su causa en cada uno de los Estados críticos. Compra de votos.

Los inverosímiles comentarios en el sentido de que inmigrantes estarían devorando mascotas y que la criminalidad en el mundo está bajando porque de muchos países envían delincuentes a atender una supuesta invitación del gobierno de los Estados Unidos para que vayan a destruir el país, deben suscitar seria preocupación. Para no mencionar más frases ni descalificativos hacia gente y países, que da vergüenza ajena escribir aquí.  

Ante semejantes “advertencias”, y a pesar de la índole de esos y muchos otros “argumentos”, como que la amenaza contra la democracia proviene de los demócratas, cabe preguntarse, a juzgar por el apoyo recibido en las encuestas, quiénes estarían decididos a concurrir a las urnas a votar en favor del proyecto que busca estimular el entusiasmo popular con esas apelaciones.

Es posible que el apoyo hasta ahora demostrado, en particular respecto de los inmigrantes, vaya más allá de las fronteras de los partidos. Muchos ciudadanos no solamente tienen puntos de vista similares a los del candidato, sino que parecen coincidir en su ánimo adverso hacia el Estado y la clase política. Respecto de la economía, están dispuestos a creer que la competencia de los inmigrantes puede ser la causa de su desgracia. No les interesa que sea válido o no lo que se diga del papel de los Estados Unidos en el mundo, y muestran animadversión hacia toda causa que lleve algún tinte liberal. Lo cual implica que hay algo más profundo, que puede trascender este proceso electoral. 

Las elecciones del 5 de noviembre pueden comenzar a aclarar, por lo menos, si los Estados Unidos siguen siendo un país de inmigrantes, en una versión adecuada a nuevos tiempos, o si llegó alguien decidido a destruir esa tradición y esos ideales. Todo para saber que las Américas, así sea en dos siglos, están destinadas a unirse de manera cada vez más estrecha, que la lengua española ya se insertó en el Norte, lo mismo que la comida, y que más temprano que tarde habrá presidente latino, pues hay mucho camino andado y la historia no se puede echar para atrás. 

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