Con la puesta exitosa de un vehículo explorador, hecho en casa, en la superficie del polo sur de la luna, la India aumenta de manera considerable sus credenciales como una de las potencias del Siglo XXI.
El espectáculo de una atestada sala de control de misiones de esa categoría había estado reservado a países tradicionalmente poderosos. Ahora India, con su propio equipo de hombres y mujeres, lo ha presentado ante el mundo con su propio estilo, y como muestra de su progreso en diferentes campos para ubicarse, a pesar de su compleja composición social, entre los más avanzados del planeta.
Resulta curioso que horas después de que el explorador indio “Chandrayaan 3” se posara sobre la luna, hubiera salido de Moscú una noticia que eclipsó el alborozo mundial por la hazaña. El anuncio estruendoso de la muerte del mercenario más famoso de nuestra época puso al descubierto la forma como en Rusia se pueden arreglar “cuentas pendientes”, pero evitó la comparación desfavorable entre el éxito indio y el infortunio de la primera misión lunar rusa después de 47 años, llamada Luna-25, que había terminado días antes en un rotundo fracaso. Desde semanas antes se sabía que tanto el vehículo ruso como el indio alunizarían muy cerca el uno del otro, en medio de una competencia de valor simbólico sobresaliente.
Pasada la polvareda del incidente del avión caído del cielo rumbo a San Petersburgo, conviene volver sobre la importancia científica, simbólica, cultural y política de la hazaña india, que evoca una conversación de ancianos llenos de experiencia y sabiduría, en un apacible jardín de Kioto, a principios de siglo, sobre la competencia de nuevas candidatas a la categoría de potencias en las siguientes décadas.
Bajo todas las cuentas, hechas por personas procedentes de los cuatro costados del mundo, y dedicadas a una amplia gama de actividades, India figuró siempre como potencia del futuro. Algunos hicieron la salvedad de que sería preciso ir más allá de apariencias que podrían espantar a quien viera el proceso con ojos típicamente occidentales.
Ya en su recuento de la trayectoria del pensamiento indio, con sus clásicos lo mismo de válidos y perennes que los de Occidente, Jawaharlal Nehru, padre de Indira Gandhi, había enlazado las raíces profundas de su país con una grandeza futura que ahora comienza a aflorar.
El primer ministro Narendra Modi, nacionalista, que ha desbordado el poderío tradicional de los Gandhi, lidera un proceso de inserción del país en los círculos más influyentes de la sociedad de naciones de nuestros días. Desde Sudáfrica, en plena reunión de los BRICS, celebró el éxito espacial de su país con su típica habilidad para sacar provecho político de los acontecimientos. Como lo hará para reforzar sus opciones de continuar en el poder en las próximas elecciones, a pesar de las manchas que conlleva su carga indebida de discriminación en contra de la minoría musulmana.
Más allá del estilo y los propósitos del primer ministro del momento, no cabe duda de que, con sus avances en la carrera espacial, India complementa la acreditación de toda una serie de requisitos de gran potencia, que desde el punto de vista de su imagen, hacia afuera y sobre todo hacia adentro, se vienen a sumar al hecho de que Modi figura ahora, por ser quien gobierna a la India, dentro de los líderes mejor recibidos en las sedes de los epicentros de poder mundial.
Bajo cualquier gobierno, India cuenta con una agenda propia y una estrategia para conseguir su realización. A pesar de que la marginalidad social, en muchos casos con fundamentos culturales profundos, forme parte del paisaje, y de que falten avances institucionales en materias como la democratización de la vida local, de todas partes puede extraer un recurso maravilloso de señalada calidad, que proviene de las aulas escolares.
En ese país, que aloja la industria cinematográfica más grande del mundo, cursan al mismo tiempo estudios avanzados alumnos de características sobresalientes, cuya aspiración no se concentra en el espectáculo ni en convertirse en “influencers” sin más esfuerzo que el de caerle bien a la gente. Por el contrario, hacen patente un interés inatajable por sobresalir en todas las ciencias, en actitud que los convierte posiblemente en los mejores estudiantes del mundo. Algo que se refleja en la irrigación de talentos indios en lugares clave del funcionamiento de diferentes sistemas de importancia global, y en la disponibilidad de recursos humanos capaces de llevar a cabo misiones como la de Chandrayaan 3.
India está ya en el grupo de potencias que podrían contribuir a consolidar un mundo multipolar. Para seguir figurando exitosamente en el lote delantero de la comunidad internacional, tiene tamaño geográfico y peso poblacional significativos. La alimentación de su pueblo cuesta mucho menos y es más fácil que la de China. Y la calidad de sus universidades y centros de investigación es sobresaliente.
Las diferencias étnicas y religiosas son todavía preocupantes, y le falta integrar todavía a unos cuántos millones de sus habitantes al proceso del desarrollo y de búsqueda de bienestar; propósito dentro del cual su condición democrática debería demostrar sus virtudes. Aunque está por verse la forma como todo eso se puede conciliar con fenómenos profundamente arraigados, como la subsistencia de las castas y de actitudes ante la vida y la muerte.
En la India tienen plena conciencia de la necesidad de fortalecer los consensos internos con el propósito de fortalecer, entre otros, la producción industrial en sectores con futuro, la calidad de los servicios públicos, la apertura de nuevos espacios para la innovación, la infraestructura visible e invisible al servicio del desarrollo, y la profundización de los avances realizados en materia de comunicaciones.
Aunque resulte desalentador para el avance de las causas del desarme y la paz, las exigencias del funcionamiento del mundo actual obligan a la India a cuidar, tanto como otras potencias, su desarrollo militar y sus intereses estratégicos. De manera que su arsenal atómico, ya de por sí una marca de poderío, va ganando el complemento de armamento convencional de proporciones respetables. A lo cual agrega alianzas, como la convenida por Modi con los Estados Unidos, que la hacen protagonista del gran juego de poder mundial precisamente en esa región indo-pacífica hacia la cual se vuelven cada vez más las miradas y los intereses.
Ahí está entonces, con un pie en la luna, por encima de los prejuicios occidentales que juzgan por las apariencias y descalifican a quienes no parecen parte del paisaje de Nueva York, una de las nuevas potencias del Siglo XXI.