En manos de Narendra Damodardas Modi la India acumula rótulos que la consagran poco a poco como potencia mundial. Más del futuro que del presente, eso sí. Pero potencia sin la cual muchas cosas serían más difíciles, así como con su concurso será posible impulsar procesos de índole diferente, y de amplias consecuencias, desde lo tecnológico hasta lo estratégico militar.

Mientras el presidente ruso, ahora con evidentes problemas de autoridad, posaba ostentoso como jefe de una potencia que ya no es, al recibir jefes de estado africanos en busca de paz en Ucrania, el secretario de Estado de los Estados Unidos visitaba Pekín para mejorar las relaciones con la República Popular China, graduada ya como potencia mundial, y en la Casa Blanca tendían tapete rojo para recibir al Primer Ministro de la India.

Dentro de los movimientos del ajedrez internacional contemporáneo, la aproximación entre la India y los Estados Unidos reviste una importancia mayor. Acercarse a la India, en los términos del encuentro reciente entre su primer ministro y el presidente americano, es incorporar a la democracia más grande del mundo en un club exclusivo que Rusia, bajo su nueva dictadura, no puede ahora volver a pisar.

La Casa Blanca hizo pública el 22 de junio de 2023 una declaración conjunta, de 58 puntos, del presidente de Biden y el Primer Ministro Modi, en la cual ser refleja la profundidad de unas relaciones que, de llevarse a cabo todos los propósitos formulados, convierte a India en país de primer orden, llamado a jugar un papel importante en toda una serie de aspectos y factores de la vida internacional del presente y del futuro.

Con lo dicho en esa declaración, y con toda una serie de hechos que convergen de una u otra manera en el reconocimiento de la importancia de la India, se le considera como potencia en ascenso, por su trayectoria reciente, por la presencia de ciudadanos indios o de origen indio en posiciones estratégicas en organizaciones públicas y privadas de talla mundial, pero sobre todo por el potencial de su futuro en el mediano y largo plazos, habida cuenta de su claridad de propósitos y su capacidad de emprendimiento en numerosos asuntos de valor estratégico para el nuevo siglo.

La India de Gandhi, y sobre todo la de Jawaharlal Nehru, trataron de demostrarle al mundo, y primero que todo a los británicos, que era posible funcionar bajo parámetros democráticos, aún en las proporciones de un país descomunalmente significativo por las proporciones de su población, recién salido de una experiencia colonial que para la potencia europea representó el reto de manejar, desde una democracia, la acción de avasallamiento de todo un subcontinente.

Los orientadores de la India independiente reconocieron al mismo tiempo la dificultad, y la equivocación que podía representar en ese momento la adopción de un confesionalismo capitalista que condujera a reproducir, al interior del país, una especia de modelo neocolonial con la dominación de unos sectores internos de la propia sociedad respecto de otros.

Tal vez por lo anterior, y por convicción autónoma, basada en la interpretación que Nehru logró hacer de la historia universal y del papel de la India en el decurso de las principales civilizaciones, resolvieron mirar en otras direcciones. De ahí la actitud amistosa hacia la Rusia Soviética y el recelo hacia la China de Mao, muy diferente de la de Deng, que desde entonces, y hasta ahora, es contraparte voluminosa del otro lado de los Himalayas.

El aparente agotamiento político, provisional, del proyecto original de Nehru, después en manos de su hija Indira Gandhi y su descendencia, abrió paso a la aclimatación de una alternativa que se aleja de los propósitos de la línea socializante del Partido Congreso Nacional Indio, para aventurarse en un proceso comprometido abiertamente con el modelo capitalista. El Bharatiya Janata, que es el partido político más grande del mundo, con 170 millones de miembros,  mucho más grande que el Partido Comunista Chino, es fundamentalmente nacionalista y contradictor histórico del Partido del Congreso, de los Gandhi, lleva ahora las riendas del país.

El apogeo del Bharatiya Janata encuentra explicación y fundamento en la personalidad de su jefe, el primer ministro Modi, que con visos de autoritarismo de derecha, cercanía a los empresarios, menosprecio por musulmanes y cristianos, y defensor de un nacionalismo a ultranza, ha conseguido cautivar a una mayoría suficiente al interior de la India, como para mantenerse en el poder desde 2014, pero también ha logrado llamar la atención en el contexto internacional.

La India se ha logrado entreverar en diferentes grupos de estados, como los BRICS, potencias medias en busca de protagonismo mundial, y al tiempo se ha hecho indispensable en todos los movimientos de poder en el Índico y el Asia Pacífico. Con su poderío nuclear, sus aventuras en la exploración espacial, sus empresas descomunales y su expansión indudable a través del amplio espectro del empresariado mundial, ha conseguido que el resto del mundo deje de mirar sus miserias, que las tiene, para apreciar el potencial de su congribución al mundo del futuro, de pronto en reemplazo de la China como una de las “fábricas del mundo”.

Ya hace un tiempo que la presencia de la India en las reuniones de los grandes del mundo, además de las potencias tradicionales, era indispensable. Ahora, poco a poco, va adquiriendo compromisos políticos, económicos, culturales y militares, que la ponen en un lugar elevado del ranking de los países relevantes de nuestra época.

Según los acuerdos de la Casa Blanca, la India y los Estados Unidos serán socios como los más cercanos del mundo, como “asociación de democracias que miran hacia el Siglo XXI con esperanza, ambición y confianza”. “La Asociación Integral Global y Estratégica entre los Estados Unidos y la India está anclada en un nuevo nivel de confianza y entendimiento mutuo y enriquecida por los cálidos lazos de familia y amistad que unen inextricablemente a los dos países”, sobre la base de “principios compartidos de democracia, libertad y estado de derecho”. La cooperación “servirá al bien global a medida que trabajamos a través de una serie de agrupaciones multilaterales y regionales, en particular la Cuadrilateral, para contribuir a un Indo-Pacífico libre, abierto, inclusivo y resistente”. Y, “ningún rincón de la empresa humana está al margen de la asociación entre nuestros dos grandes países, que abarca desde los mares hasta las estrellas”.

Las anteriores proclamas, con su cuota de poesía, son apenas el preámbulo de una serie larguísima y detallada de acuerdos que comprenden asuntos de tecnología, negocios, cooperación académica, preservación del ambiente, exploración del espacio extraterrestre, coproducción de bienes de alta sofisticación, actividades de innovación, oportunidades comerciales, telecomunicaciones, inversión coordinada en materia industrial y científica y todo lo relacionado con una “Asociación Principal de Defensa…. pilar de la paz y la seguridad mundiales”, ejercicios conjuntos, fortalecimiento de la cooperación industrial de defensa, y “mecanismos consultivos” que para el futuro representan un cambio fundamental en el equilibrio de fuerzas en el indo-pacífico.

Ahí está la India, recién graduada como potencia, lista a jugar un papel relevante en el resto del presente siglo. Solo que, para que ese papel se pueda sostener, ha de arreglar toda una serie de problemas que los fundadores de la república advirtieron. Se trata de problemas derivados de una tradición milenaria que no concuerda integralmente con la del mundo occidental. Asunto que no es de poca monta y que, a pesar de la euforia nacionalista y neoliberal del gobierno del momento, siempre dará lugar a otras interpretaciones de la economía y de la sociedad que sean de verdad más incluyentes. Para que esa nueva alianza no termine por ser apenas la de una capa de la sociedad india, mientras muchos millones corren el peligro de quedarse por fuera.

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