Por mucho que duren, o quieran perdurar, los gobernantes y sus proyectos políticos siempre tienen un término de caducidad. Nadie puede ni ha podido escapar de esa regla elemental del paso de cada quién por el poder.
Demócratas o tiranos, ilustrados o instintivos, todos llegan y algún día se van. El fenómeno se vuelve cíclico en algunas partes, donde hay elecciones, y la jefatura de los gobiernos oscila entre puntos opuestos del mismo péndulo, cuando este va de derecha e izquierda, y luego viceversa, mientras no se pone a dar vueltas en radiestesia difícil de interpretar.
La alternación de tendencias tradicionales de centro izquierda y centro derecha caracterizó la evolución de los gobiernos occidentales después de la Segunda Guerra Mundial. En ese panorama Canadá y Argentina comparten gansos y otras aves de largo vuelo que se dan el lujo de pasar el verano en el norte o en el sur, para no dejarse alcanzar de la crueldad del invierno. Lo mismo tienden a hacer los ciudadanos de los dos países, que perciben con agudeza los ciclos de validez de los proyectos políticos y votan por derecha o izquierda en ejercicio de una alternación que ha resultado favorable al progreso canadiense y no siempre al argentino.
Mientras en Argentina transcurre el gobierno revolucionario de Javier Milei, el extremista de la economía capitalista, cuyos resultados están por verse, en Canadá llega a su fin la segunda “era Trudeau”. Justin Trudeau, del Partido Liberal, llegó al gobierno en 2015 sobre la cresta de una ola inatajable que cerró el ciclo de diez años del conservador Stephen Harper, quien en 2006 había cerrado el del liberal Paul Martin, que a su vez había acabado con el del conservador progresista Brian Mulroney, en implacable movimiento pendular al impulso del sentimiento de relevo que lleva a los votantes canadienses a proclamar la caducidad de la tarea de sus gobernantes.
Los primeros años del primer gobierno de Justin coincidieron con la euforia del avance de una propuesta de cambio positivo y apertura hacia una visión progresista y ampliada de las posibilidades de vivir con aceptación en el seno de la sociedad canadiense. Algo que se debía traducir no solamente en el fortalecimiento de la clase media a través opciones de mejora patrimonial y suficiencia de ingresos, sino en la admisión de comunidades cuya identidad diversa salió a flote, y en una política de inmigración tendiente a llenar con nativos de otros países las necesidades de atención de actividades que los ya asentados en el país no estaban dispuestos a realizar.
Con el paso del tiempo, y frente a las exigencias de producir resultados que convirtieran en realidades sus propuestas, el gobierno fue perdiendo terreno particularmente en el propósito de facilitar opciones de vivienda para un número creciente y anhelante de personas que terminaron por concluir que sus opciones de adquirir su propia casa se han desvanecido. Hasta que la crisis de vivienda se ha convertido en problema de proporciones preocupantes, que en el caso de muchas familias les ha llevado a concluir que para ellas no hay futuro como propietarias.
El aumento del costo de vida es otra bestia negra que ha alimentado el descontento general, en cuanto golpea la vida cotidiana de amplios sectores de la población. Y tenía que llegar el descontento por la inmigración abierta y más numerosa de lo esperado, en razón de las presiones migratorias que afectan al mundo, con el efecto de un rechazo de quienes esperaban una política más moderada y ajustada a necesidades evidentes. Por ese camino el ánimo en contra del gobierno federal creció al punto de hacerlo responsable de problemas que en realidad dependen de los gobiernos provinciales. Pero, así es la vida política y esos son los efectos de la aventura de hacer promesas milagrosas.
Un incidente ocurrido en 2024 entre el primer ministro y un trabajador siderúrgico que no quiso estrechar su mano, al tiempo que le reclamó por su condición laboral, le dijo que no le creía nada y le anunció la caducidad de su gobierno, simbolizó el estado de ánimo de los canadienses, que después de cifras de aprobación de Trudeau que llegaron a alcanzar el 78 porciento, pasaron al 19. Muy pronto eso se reflejó en las urnas, cuando el Partido Liberal comenzó a perder curules importantes en elecciones parciales.
Luego vino la ruptura al interior del gobierno, debido a la existencia de diferentes tendencias para el manejo de los problemas ya mencionados. A los cuales hay que agregar el reto planteado por el nuevo presidente de los Estados Unidos, con su anuncio de aranceles elevados para los productos canadienses. Y con el peso adicional del descaro inédito, desde Hitler y a la manera de Putin, de pretender la anexión de un país hecho y derecho, en este caso Canadá, con asiento en el G7, como un Estado más de la Unión Americana, en desconocimiento flagrante de la soberanía canadiense y de la jefatura del Estado, que en razón de un complejo arreglo corresponde al rey de la Gran Bretaña.
La oportuna renuncia de Trudeau, que comprende que el ciclo de validez política de su gobierno ha llegado a su fin, abre para Canadá un nuevo capítulo, que comenzará con la escogencia de nuevo liderazgo en el Partido Liberal y, a juzgar por las encuestas, llevaría a la toma del turno en el oficio de primer ministro por un conservador, muy posiblemente Pierre Poilievre, en unas nuevas elecciones generales. Quien quiera que llegue a gobernar en Ottawa deberá hacer frente a la crisis de vivienda, costo de vida e inmigración, lo mismo que al trato irrespetuoso del ocupante de la Casa Blanca, que ha dado en llamar públicamente “gobernador” al primer ministro canadiense.
Curiosamente, y a pesar de la flagrancia de Trump, es bien cierto que la frontera entre los Estados Unidos y el Canadá es extensa y también permeable. De manera que existen entre los dos países diferencias, pero también similitudes que hacen que ciertas tendencias en boga en la Unión Americana, más numerosa e impetuosa, encuentren terreno abonado en sectores de la sociedad canadiense, en medio de sus oscilaciones entre lo conservador y lo liberal; como la posición ante la “cultura woke”.
El mismo Justin, recién elegido en 2015, se refirió a su país como “el primer Estado post-nacional”, y lo hizo sobre la base de que allí “no hay una identidad central, ni una corriente principal”, sino “valores compartidos de apertura, respeto, compasión, voluntad de trabajar duro y estar unos para los otros en busca de igualdad y justicia”.
Palabras que, en su momento, sonaron a renovación y puesta a tono con tendencias de una sociedad y un mundo sin fronteras. Un mundo que, a juzgar por la última elección presidencial en los Estados Unidos, y las tendencias nacionalistas en Europa y otros confines, está a punto de entrar en un segmento nublado del camino. Sobre todo si se tiene en cuenta que el patriotismo canadiense parece haberse desdibujado bajo Trudeau, al punto que apenas un 34 porciento de los ciudadanos del país se consideran orgullosos de su nacionalidad. De manera que se avecina una batalla cultural entre la visión inclusiva y abierta del primer ministro saliente y el asedio que sube del Sur.
Eduardo Barajas Sandoval
Eduardo Barajas Sandoval
• Graduado de la Facultad de Jurisprudencia del Colegio Mayor de Nuestra Señora del Rosario.
• Magister en Política y Gobierno de América Latina de la Universidad de Essex, Inglaterra.
• Magister en Empresas Públicas y Desarrollo del Instituto Internacional de Administración Pública de París.
• Secretario de la Comisión Revisora del Código de Comercio.
• Miembro del Equipo de Ombudsman de la Presidencia de la República.
• Subdirector de la Corporación Autónoma Regional de la Sabana de Bogotá y de los Valles de Ubaté y Chiquinquirá. (CAR)
• Jefe de la Oficina de Organización de la Administración Pública de la Presidencia de la República.
• Asesor de la Secretaría General de la Presidencia de la República.
• Rector de la Universidad Pedagógica y Tecnológica de Colombia.
• Secretario General del Ministerio de Gobierno. (Hoy del Interior)
• Secretario del Consejo Nacional de Seguridad.
• Secretario del Comité Nacional de Garantías Electorales.
• Cónsul General de Colombia en Atenas, Grecia.
• Embajador de Colombia ante el gobierno de la República Helénica, Grecia.
• Embajador de Colombia ante el gobierno de la República Popular Socialista de Albania.
• Embajador de Colombia ante el gobierno de la República Islámica de Irán.
• Secretario de Educación del Distrito Capital de Bogotá.
• Miembro del Consejo Directivo de la Universidad de Boyacá.
• Presidente del Consejo Superior de la Universidad Distrital Francisco José de Caldas.
• Presidente del Consejo Superior de la Universidad Pedagógica y Tecnológica de Colombia.
• Miembro vitalicio de la Academia Olímpica Colombiana.
• Decano fundador de los programas de Ciencia Política y Gobierno, Relaciones Internacionales y Gestión y Desarrollo Urbanos de la Universidad del Rosario.
• Fundador de la Revista “Desafíos” de la Facultad de Estudios Internacionales, Políticos y Urbanos de la Universidad del Rosario.
• Fundador de la Maestría y el Doctorado en Estudios Políticos e Internacionales de la Universidad del Rosario.
• Vicerrector de la Universidad del Rosario.
• Vicepresidente de la Sociedad Mundial por la Ekística.
• Presidente de la Asociación Colombiana de Estudios Canadienses.
• Moderador del Observatorio de Actualidad Internacional de la Facultad de Estudios Internacionales, Políticos y Urbanos de la Universidad del Rosario.
• Columnista del diario El Espectador.
• Columnista del diario El Informador de la ciudad de Santa Marta.
• Profesor Titular y Profesor Emérito de la Facultad de Estudios Internacionales, Políticos y Urbanos de la Universidad del Rosario.
• Distinguido con la Orden del Fundador del Colegio Mayor de Nuestra Señora del Rosario.