Políticos que se creen seres extraordinarios, en cuyas manos piden que se deje el destino de una nación para que dispongan sin contrapeso lo que hay que hacer, no tienen talante democrático. Aunque en el fondo no sea lo que más les guste, juegan a las elecciones y cuando resultan elegidos piensan que recibieron un cheque en blanco contra cuyos fondos alegremente van girando, como si fueran ilimitados. Hasta que llega el momento en que, salvo en dictaduras, el pueblo se expresa en comicios que le ponen fin a la fiesta.

En el fragor de campañas centradas en una persona, y no en un proyecto político, económico o de transformaciones institucionales suficientemente elaborado, esos políticos dicen lo que sea necesario para capturar el voto ciudadano. Una vez elegidos terminan tocando al oído, agregan a la partitura páginas que no estaban contempladas, y pretenden convencer a unos cuántos incautos de que el voto en su favor constituye autorización para hacer lo que les parezca. Aprovechan que tienen el timón del estado en las manos, para echar por el camino que desean, sin que les importe apartarse de las avenidas institucionales. Como quien modifica la arquitectura del estado para convertirlo en mansión hecha a su medida.

Turquía presenta un interesante proceso de ascensión y permanencia de un líder de talante autoritario, que completa lo que va del Siglo XXI como protagonista principal de la vida política y ha conseguido acomodar la forma del estado a su gusto y sus intereses. El presidente Erdogan, que reviste calidades políticas destacadas, y ha sido “realizador” sobresaliente, no ha cejado en el empeño de modificar algunos de los designios originales Mustafá Kemal, Ataturk, el fundador de la República.

Poco a poco, saltando de alcalde de Estambul a primer ministro, y luego a presidente, fue desmontando la esencia del sistema parlamentario original para fortalecer uno presidencial, cuidadosamente diseñado para concentrar ahora el poder en una instancia que antes tenía más bien valor simbólico. También ha intervenido para desmontar el principio fundamental de la laicidad del estado, ha cambiado el tono respecto de la presencia del islam en la vida pública y privada, ha puesto acento conservador en materia de familia, y ha modificado el papel de los militares en la vida pública.

La trayectoria política del presidente, y su permanencia en el poder, han encontrado fundamento en el apoyo de los sectores de menor nivel educativo y mayor entusiasmo religioso, cuyos sentimientos ha manejado de manera magistral con argumentos de corte populista. Actuación política que no necesariamente ha sido la más beneficiosa para el conjunto de la nación, pues ha producido al mismo tiempo una preocupante división en el seno de la sociedad. Otra vez el fantasma de gobiernos que tienen abierta preferencia por ciertos sectores y, a la hora de la verdad, contra todo lo que puedan predicar, benefician más allá de lo razonable a sus electores y despiertan, desde el ejercicio del poder, la insatisfacción de quienes no son destinatarios de sus políticas.

Después de haber sobrevivido un intento, bastante confuso, de golpe de estado, el presidente pudo adelantar una campaña más incisiva de control de los intentos de equilibrio de parte de las otras ramas del poder. Además, desarrolló una activa agenda internacional, que se beneficia del peso específico de la ubicación geográfica, léase importancia estratégica de primer orden de Turquía, que confiere a las intenciones de quien allí gobierne un peso específico apreciado por todos los sectores de la vida internacional. Algo que el presidente Erdogan entiende muy bien y pone al servicio de una política exterior con su propio peso, con lo cual aparece ante propios y extraños como émulo del fundador y promotor de una Turquía que recuerde, por su poder y significación política lo que alguna vez fue el Imperio Otomano, desaparecido con la Primera Guerra Mundial.

Sobre esas bases, y a pesar de haber recibido hace cinco años, como primer aviso, el revés de la pérdida de las alcaldías de las dos ciudades más grandes, como son Estambul y Ankara, el presidente consiguió el año pasado ser reelegido en su puesto. Reelección que, a la hora del debate previo a las votaciones, permitió advertir el asomo de una creciente oposición que le resta impulso al deseo presidencial de controlar la mayor cantidad posible de factores de poder.

Esa tendencia se vino ahora a manifestar con mayor fuerza en las urnas, en unas nuevas elecciones municipales, celebradas el 31 de marzo, que acaban de dar un nuevo veredicto, de enorme significación política, con la derrota contundente del partido del presidente en un conjunto todavía más amplio de la capital y las principales ciudades del país, dentro de las cuales figura Estambul, donde Erdogan fue alcalde, y en cuya campaña se involucró de manera intensa, como quien se juega algo que considera de enorme valor. Con el agregado de que Ekrem Imamoglu, reelegido alcalde de Estambul, es considerado por muchos como un fuerte candidato a la presidencia, cuando se quiera postular.

Lo anterior se hace más significativo si se tiene en cuenta que, así las elecciones locales sean, en principio, expresión de la voluntad popular en torno de los asuntos de inmediato interés para los ciudadanos, no dejan de ser un marcador del aprecio popular por los gobiernos nacionales, máxime cuando los gobernantes de esa instancia demuestren interés y participen en la campaña en apoyo de sus candidatos propios.

El presidente tendrá que aceptar que la gente le está poniendo el freno a su marcha triunfal y a su ímpetu autoritario. Que el rechazo a sus candidatos es una advertencia respecto del envoltorio de la situación general que afecta la vida cotidiana de la gente, principalmente en los grandes centros de actividad económica, pensamiento y discusión sobre el destino del país. Y que, así haya sido un presidente realizador de obras importantes, y no solamente un buen armador de discursos, cada día se acerca más el cierre de su paso por la vida política.

Interesante referencia para ser tenida en cuenta en Colombia, donde, a pesar de la derrota del partido de gobierno en las últimas elecciones municipales, se insiste en tantear el ánimo del electorado con reformas institucionales que no figuraban en la agenda y ahora, en los afanes de no haber conseguido cambios en algunas materias por el camino de la ley, se busca intervenir el edificio constitucional, con asombroso desconocimiento de la Constitución misma, para hacer reparaciones menores. Asunto que, sometido eventualmente, si se cumplen los requisitos, claro está, a la voluntad popular, puede terminar en un nuevo desastre político para quien insista en esa aventura innecesaria.

Avatar de Eduardo Barajas Sandoval

Comparte tu opinión

1 Estrella2 Estrellas3 Estrellas4 Estrellas5 EstrellasLoading…


Todos los Blogueros

Los editores de los blogs son los únicos responsables por las opiniones, contenidos, y en general por todas las entradas de información que deposite en el mismo. Elespectador.com no se hará responsable de ninguna acción legal producto de un mal uso de los espacios ofrecidos. Si considera que el editor de un blog está poniendo un contenido que represente un abuso, contáctenos.