Una cosa es el “cambio”, que sirve de comodín para irse con cierta convicción de un partido a otro, y otra el descarte, cuando el votante apoya al que más o menos le suena, después del desencanto con el resto.
Preparados cuidadosamente para los comicios parlamentarios de la Unión Europea, los partidos de derecha radical obtuvieron resultados que, en su conjunto, pueden representar una advertencia sobre su creciente poder. Que gobiernen ya en Italia y Hungría se ha vuelto parte del paisaje. Otra cosa es que hayan avanzado en Alemania y sobre todo en Francia, donde “doblaron” al partido del presidente.
Lo anterior no quiere decir que hayan avanzado tanto como hubieran querido, ni que puedan poner todavía en jaque esas instituciones que critican y quieren transformar, cuando no demoler, desde dentro. El bloque de centro derecha, del Partido Popular Europeo, que ganó 10 curules nuevas y obtuvo 186 de las 720 del Parlamento, seguirá dominando el panorama con la Alianza de Socialistas y Demócratas, que perdió 4 y quedó con 135. “Renovar Europa”, liberal europeísta, perdió 23 pero quedó con 79. La derecha radical de Conservadores Reformistas Europeos, y de Identidad y Democracia, alcanzó 73 y 58 escaños, con lo cual quedó en realidad lejos de sus anuncios y sus aspiraciones.
Los resultados anteriores son suficientes para que se mantenga el orden político actual y Ursula von der Leyen continúe a la cabeza del conjunto comunitario. Pero cada quién ha de mirar los resultados a la luz del proceso interno de cada país, porque todo mensaje ciudadano desde las urnas es una manifestación de voluntad que, en el fondo, refleja el grado de satisfacción con el respectivo gobierno nacional.
Los griegos de Nueva Democracia, centroderecha, ganaron también, aunque no pudieron celebrar el resultado con el estruendo que hace parte del folclor nacional, pues los objetivos que había señalado Kyriakos Mitsotakis no se cumplieron. Su gobierno entra en estado de alerta, debido a la baja participación y al asomo de ultraconservadores, proeclesiásticos y prorrusos, que plantean interrogantes sobre el futuro político del país, como reflejo de lo que sucede en otros lugares, donde la derecha avanzó de manera notoria.
La elección de Fidias Panayiotou, estrella de YouTube en Chipre, muestra la forma como se puede hacer campaña sin formular planteamientos políticos. Salió elegido eurodiputado debido a su presencia espectacular en las redes sociales. De pronto un adelanto sobre la forma como cada vez más personas populares serán investidas de poder político por razones peregrinas, y adquirirán obligaciones públicas con las que no habían soñado.
Los países nórdicos volvieron a mostrar su preferencia por la izquierda y los verdes. En Dinamarca, el Partido Popular Socialista obtuvo la mayoría con el 17,4% de los votos. Los socialdemócratas de centroizquierda, partido gobernante, quedaron en segundo lugar con el 15,6%. Una disputa entre competidores cercanos que no plantea dificultades. En Suecia, la derecha no pudo seguir avanzando, y otra vez surgieron los socialdemócratas como el partido con el mayor porcentaje de votos, y los verdes progresaron. Y en Finlandia una alianza de izquierdas avanzó, mientras se observó un retroceso de la extrema derecha.
Los españoles del Partido Popular, huérfanos de poder y ansiosos por celebrar cualquier éxito electoral en medio del confuso proceso político reciente, sublimaron los resultados que le dieron al conjunto de la derecha una leve ventaja sobre el de izquierda. El Partido Popular superó al Socialista, en el gobierno, por dos escaños. Sobre esa base Núñez Feijóo proclamó haber obtenido una “victoria abrumadora” y manifestó que ese es “el comienzo de un nuevo ciclo político”. No obstante, el gobierno no salió tan mal librado como muchos esperaban, y no se dio el contundente plebiscito de repudio que se buscaba producir en su contra.
El resultado revistió mayor gravedad, en cambio, para los gobiernos de Alemania y Francia. En el escenario alemán, socialdemócratas, verdes y liberales, miembros de la coalición de gobierno, no obtuvieron los resultados que esperaban. Por el contrario, se hicieron evidentes los efectos de haber tenido que renunciar a ciertos aspectos clave del programa común en materia energética, gasto público, impuestos y gasto militar, todo afectado por el ataque ruso a Ucrania. Ante lo cual los populistas de derecha buscaron seducir a los votantes con ideas como la de “negociar con Putin y volver a comprar gas ruso”, y los de izquierda dejar de enviar armas a Ucrania y detener la llegada de migrantes. Ante lo cual el gobierno quedó perplejo, pero no consideró justificado desbaratar, encima de todo, su “coalición semáforo”.
En Francia, la “Agrupación Nacional” de Marine Le Pen fue nítida ganadora de los comicios, con el 31% de los votos, con lo cual más que dobló a la alianza de centro del presidente Macron. La campaña evocó sus propuestas en materia migratoria, sus limitaciones al uso de prendas musulmanas, la eliminación de la ciudadanía por nacimiento, los recortes de impuestos, en particular para menores de 30 años, y el apetecido plato de modificaciones pensionales inaceptables para los tecnócratas del actual gobierno.
El presidente Macron no vaciló en entender el resultado de la votación como un rechazo al gobierno de su partido. Así que, desde las alturas de la presidencia, diseñada por el general De Gaulle como instancia sui géneris, intocable y llena de poderes, resolvió disolver el parlamento y llamar a elecciones para el 30 de junio y el 7 de julio. Movida política audaz e impetuosa que pretende aclarar, en lo posible para el resto de su mandato, si los franceses apoyan en serio su proyecto cargado de sofisticadas razones tecnocráticas y estratégicas, o si prefieren la liviandad de un proyecto populista que alteraría el curso de la vida francesa para darle a la gente un momento de recreo, por el cual habrá que pagar un precio caro más tarde.
A juzgar por los resultados de los comicios continentales, el principal factor de deterioro de la Europa comunitaria parece ser el desdén de millones de ciudadanos que dan por sentada la existencia de una Unión de países cuya construcción no presenciaron, y cuyo agrio y violento pasado parecen ignorar. Desconocimiento de la historia que permite la irrupción de interpretaciones del presente que no valoran lo conseguido y de propuestas para el futuro que conducirían al retorno de diferencias y rencores ya superados.
Tal vez el experimento francés, si la campaña se desarrolla en forma tal que los ciudadanos participen en las discusiones sobre el futuro y puedan reflexionar con alto sentido de responsabilidad, sea el mejor camino para que se pueda establecer el rumbo que va tomando la vida política, al ritmo de los sentimientos sociales, en un continente que aún es referencia dentro de la comunidad internacional.
La apuesta de Macron es riesgosa. No se sabe qué pueda pasar cuando la gente se encuentre obligada a reflexiones políticas de largo alcance en pleno verano y apenas unos días antes de la realización de los Juegos Olímpicos de París. Pero solamente mediante unos comicios bajo las actuales circunstancias será posible establecer en qué proporciones los votantes han apoyado a Le Pen por un auténtico deseo de cambio en la dirección que ella señala, o si lo hacen “por descarte”, ante los cantos de sirena de promesas populistas, desilusionados por la insuficiencia del discurso, y de las actuaciones, de los demás.
Todos, entonces, a refinar propuestas, abandonar egoísmos tradicionales de la clase política, y buscar el acierto en la respuesta a los anhelos de un pueblo exigente y experimentado, que aspira a un alto nivel de vida y al tiempo valora la combinación del espíritu republicano y la libertad.