Cada vez veremos más episodios protagonizados por personajes que circulan por el mundo contemporáneo prácticamente a la par de los Estados, con impulso propio, derivado de su manejo de la tecnología y las redes sociales. De la forma en la que se tramiten las relaciones entre los poderes institucionales y el poder personal de esos individuos, depende en buena medida el tono de muchos procesos a lo largo de las próximas décadas.
Al aterrizar en su avión privado en el aeropuerto de Le Bourget, procedente de Azerbaiyán, Pavel Durov fue detenido por las autoridades francesas. La medida se basó en el hecho de que Telegram, plataforma de la cual es presidente, estaría siendo usada, gracias al contenido encriptado de los mensajes que a través de ella se envían, para la comisión de delitos como el tráfico de armas y drogas ilícitas, y la promoción de pornografía infantil.
Pavel, nacido en la antigua Leningrado, ahora San Petersburgo, donde su padre ha sido notable profesor de filología, circula a sus 39 años por el mundo sobre la base de una fortuna extraordinaria que debe a su ingenio, con talante de defensor a ultranza de la libertad de expresión y resistente a la presión de los Estados, que ante el poder de las redes sociales tratan de sacar provecho de la información que éstas manejan, o de evitar que a través de ellas se tramiten insultos o noticias falsas, e inclusive se cometan delitos.
Su trayectoria comenzó con la creación de un foro en internet que llegó a ser popular: spbgu.ru. Su paso al estrellato vino con la fundación de VK, el Facebook ruso, con la contribución de su hermano Nicolai, campeón mundial de matemáticas, un amigo georgiano, Vyacheslav Mirilashivili, y otro israelí, Lev Binzumovich Leviev. Todo terminó para Pavel como presidente de la compañía cuando se negó a remover de la red a políticos de oposición, a facilitar información allí existente sobre ucranianos opuestos al presidente pro ruso Viktor Yanukovych y a bloquear la página de Alexei Navalny, el ahora fallecido opositor al presidente ruso.
Luego de dejar Rusia, con el argumento de que la situación allí “no era favorable para los negocios de internet”, se lanzó a nuevas aventuras. Recibió ciudadanía de Saint Kitts and Nevis, de Emiratos Arabes, y de Francia, ésta última en uso de mecanismo raramente usado, como el de “extranjero meritorio”, que aceptó al tiempo que para efectos de esa nacionalidad adoptó el nombre de Paul du Rove. Fundó una criptomoneda, “Gram”, que después de recaudar casi dos billones de dólares no prosperó por razones de regulación de los Estados Unidos. Y finalmente remató, por ahora, con la fundación de Telegram.
Durov pertenece a un grupo que alguien dijo podría ser equivalente al de Cristóbal Colón y los grandes exploradores de los siglos XV y XVI, que en su momento tuvieron iniciativas de efectos muy importantes para la humanidad sin haber sido gobernantes de ninguna parte. En la lista figuran Elon Musk y otros que hablan de tú a tú con jefes de Estado y gobernantes, compiten con países enteros en negocios internacionales y hacen alianzas con Estados para adelantar proyectos tan relevantes como los de la nueva exploración espacial.
La existencia de esa nueva clase de actores de la vida internacional, que obran de manera explícita, pues hubo siempre protagonistas ocultos, tiene la ventaja de que son conocidos. Su fortuna se puede calcular y su poder se puede medir pues manejan empresas de las que se benefician millones de personas a lo largo y ancho del mundo, que encuentran en las redes sociales oportunidades nunca vistas de comunicar sus sentimientos, y tramitar sus intereses. Solo que no faltan quienes las usen para promover noticias falsas o cometer delitos de diferentes proporciones.
Tanto como los gobernantes, estos personajes son paradigmáticos para mucha gente de distinta condición y pertenencia cultural. Su estilo de vida, su visión del mundo, del poder y de la cultura, y hasta su conducta cotidiana, son observados desde los rincones más apartados de la tierra. Por lo cual, en este caso, no sobra comentar que el personaje es vegetariano, no consume alcohol, no está casado, busca llevar una vida de ascetismo, tiene dos hijos de un matrimonio de la época de estudiante y otros tres, cuya paternidad afirma una señora que vive en Suiza y lo ha demandado por haber abusado, supuestamente, de uno de sus hijos en común. A lo que habría que agregar que Pavel proclama haber procreado más de cien hijos mediante la donación de semen en varios países.
La defensa de Durov ha argumentado, ante las acusaciones de la justicia francesa, que Telecom no fue fundada para promover ni facilitar el delito, sino la libertad de expresión. También que, bajo legislación y consideraciones de otra época, cuando no existían las redes sociales de hoy, al presidente de una empresa no se le puede atribuir la condición de promotor del crimen, por el uso que alguien haga de una red de vocación universal, propia del Siglo XXI, aprovechando la privacidad que el medio de comunicación ofrece a sus usuarios.
Los Estados, que tienen la responsabilidad de combatir el crimen y convertir en realidad la defensa de derechos ciudadanos, encuentran en lo encriptado de la red, y en la negativa de colaboración del presidente de Telecom, en nombre de su credo en la libertad de expresión, una barrera para cumplir con esos propósitos. Esa es una de las facetas del problema. Otra es la del respeto por la privacidad de millones de comunicaciones entre personas que tienen derecho a expresar todo tipo de opiniones, e inclusive manifestaciones de afecto o comentarios privados, que no deben ser interferidos por las autoridades. Y una adicional: las otras redes también pueden ser usadas indebidamente.
Como se trata de un problema complejo e inédito, es preciso que se produzcan ahora decisiones acertadas y ejemplares en casos llevados ante la justicia, de ahí lo importante de la decisión de los jueces franceses. También el asunto ha de ser objeto de nueva legislación. En Australia, por ejemplo, se proyecta someter a consideración del parlamento la prohibición del acceso a redes sociales a menores de 16 años. Y más temprano que tarde debe ser objeto de acuerdos internacionales.
Para que todo eso sea acertado se hace necesaria una amplia discusión que señale los límites, potestades y responsabilidades de cada quién a la hora de comunicarse a través de tecnologías de punta, sin olvidar principios que es preciso defender, en cuanto a derechos y obligaciones ciudadanas, y prerrogativas del Estado.
Lo anterior no significa que la figuración de superestrellas en el escenario sea censurable, sino que, al representar un poder de índole original, es bueno que su incorporación a la agenda mundial sea tramitada de manera que se preserven valores y principios que salvaguarden la transparencia, la justicia y la democracia.