Las oscilaciones del péndulo de preferencias políticas en los países de la Europa comunitaria adquieren especial importancia cuando se acercan las elecciones al Parlamento de la Unión.

Como foro de dimensión continental, que por encima de los parlamentos nacionales tramita discusiones sobre la dimensión europea de la política, la economía, y la orientación internacional de la Unión, el Parlamento Europeo ha ido ganando relevancia. La gente lo recuerda, y lo aprecia, o lo detesta, pero ya no pasan desapercibidas sus discusiones y sus decisiones. Por lo cual, a la hora de votar en cualquier tipo de elecciones, no deja de tener en cuenta la dimensión europea para apoyar una u otra causa.

Así, sin perjuicio de los debates específicos de la campaña para acceder a ese parlamento supranacional, toda oportunidad de expresión de voluntad política al interior de alguno de los países miembros de la Unión puede ser indicio de la forma en la que evoluciona el estado de ánimo de la gente europea en favor o en contra del fortalecimiento de las instituciones comunitarias.

La nueva presencia de la guerra en ese continente, además de problemas comunes como la migración y la desmejora de la calidad de la vida cotidiana en algunas regiones, pueden mover hacia el apego, el escepticismo e inclusive la animadversión hacia las instituciones europeas. En ese ambiente, así como hay defensores de la institucionalidad comunitaria, que recuerdan los beneficios de esa unión milagrosa en un continente de tremenda tradición conflictiva y violenta, no falta quien proclame la necesidad de disminuir, o eliminar, la potestad de los organismos comunitarios para manejar aspectos económicos y sociales que, se sugiere, deberían volver a ser asunto interno.

Ese es el ambiente dentro del cual se llevaron a cabo las elecciones generales para la Asamblea de la República en Portugal. Elecciones que, normalmente debían tener lugar una vez vencido el término del mandato surgido de los anteriores comicios, en 2022, pero que tuvieron que ser adelantadas por la renuncia del gobierno surgido de ellas, involucrado en un escándalo de corrupción.

António Luís Santos da Costa, jefe del Partido Socialista Portugués, que había encabezado el gobierno entre 2015 y 2019, vencedor otra vez ese último año para gobernar hasta 2022, cuando refrendó su permanencia en el poder luego de una victoria contundente, de manera que gobernaría hasta 2026, renunció cuando uno de sus cercanos colaboradores resultó involucrado en manejo indebido de contratación estatal en materia minera. Gesto de decencia política del primer ministro, que no fue hasta ahora vinculado a los hechos indebidos, pero en lugar de aferrarse al poder, como suelen hacerlo “demócratas” de pocos quilates, prefirió no manchar la majestad de su oficio, ni depredar la confiabilidad que debe caracterizar a todo gobierno, motivo por el cual el presidente de la república convocó a nuevas elecciones generales.

El panorama político de Portugal, luego de la larga dictadura de António de Oliveira Salazar, ha estado dominado, desde la “Revolución de los Claveles”, en 1974, por el Partido Socialista y el Partido Social Demócrata, que en ese país es de centro derecha. Esto sin perjuicio de la existencia de un Partido Comunista, uno Verde, uno Liberal, un Bloque de Izquierda y uno de los Animales, la Gente y la Naturaleza.

Ese panorama se ha visto recientemente cambiado por la creciente presencia de un partido de extrema derecha, para muchos reminiscente de la vieja dictadura, que se llama Chega, una de cuyas acepciones es “basta”, cuyos postulados coinciden con los de otros partidos de la nueva derecha extrema europea, que preocupan a los partidos tradicionales de la postguerra, cuyo apoyo popular ha presentado mutaciones y desvanecimientos insospechados. Chega se suma, en sus propuestas, a las ya conocidas opositoras de la inmigración, el multiculturalismo y la Unión Europea.

Los socialistas concurrieron a las elecciones con el ánimo de mantenerse en el poder, liderados ahora por Pedro Nuno Santos. Los Socialdemócratas, con el liderazgo de Luís Montenegro, formaron una alianza con otros partidos de corte “liberal – conservador”, bajo el nombre de Alianza Democrática. Chega, liderado por Andre Ventura, profesor universitario y comentarista deportivo, que encarna los ideales ya mencionados de su partido, y que inició su carrera política al proclamar, en 2016, la necesidad de “reducir de manera drástica la presencia del islam en la Unión Europea”.

Los resultados de los comicios mostraron que, de una parte, los dos partidos tradicionales mantienen un apoyo bastante parecido, al punto que entre ellos se produjo un empate técnico. Los socialistas obtuvieron el 28.66% de los votos y 77 de los 230 escaños del legislativo unicameral. Los socialdemócratas consiguieron el 28.62%, porcentaje al que hay que sumar el 0.86% de los otros partidos de la Alianza Democrática, que consigue 79 curules y se convirtió en la ganadora de las elecciones.

Lo anterior para nada se sale de lo hasta ahora vivido en el proceso político portugués. La noticia, en cambio, preocupante para muchos dentro y fuera del país, fue el extraordinario repunte de Chega, que se convirtió en una tercera y significativa fuerza política, con el 18.06 % de los votos y obtuvo 48 escaños, cuatro veces más que en las anteriores elecciones. Resultado que permitió a su líder proclamar ahora “el fin del bipartidismo”, al tiempo que ofreció formar una alianza para animar un gobierno de derecha, que le daría a su partido porciones de poder indispensables para continuar con su avance en la vida política del país.

El jefe de la Alianza Democrática, Montenegro, ha reafirmado su postura de rechazar cualquier coalición con la extrema derecha, de manera que le cierra el paso a la pretensión de Chega de ostentar una cuota de poder ejecutivo. Por su parte, Pedro Nuno Santos, del Partido Socialista, ha declarado que ejercerá la oposición, en los términos constructivos propios de una democracia. De manera que, en ejercicio de la tradicional negociación política propia de los regímenes parlamentarios, el presidente de la república y los jefes de los partidos comienzan ahora a hablar de posibles fórmulas de gobierno, que incluyen la de uno minoritario.

Mientras ellos se dedican a ese oficio, resalta, desde Portugal, apenas semanas antes de las elecciones para el Parlamento Europeo, la amenaza de los extremismos contrarios a la vigencia de las instituciones comunitarias. Crece el fantasma del avance de partidos de extrema derecha que amenazan con entorpecer la marcha de la Unión, con efectos impredecibles.

Muchos de los simpatizantes de esa tendencia jamás vivieron la tragedia de las guerras europeas, fruto de las animadversiones nacionales, y tampoco la de las dictaduras, de ambos extremos, que martirizaron a un continente que precisamente encontró en la Unión Europea un esquema de convivencia que ha sido ejemplar como verdadero y profundo tratado de paz.

Ojalá la amenaza que representa el movimiento reciente del péndulo político en Portugal sirva para que las fuerzas democráticas de Europa se manifiesten de manera contundente en favor de las instituciones comunitarias en las elecciones de junio. Ahí tienen una gran oportunidad.

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