India y Pakistán volvieron a protagonizar en las últimas semanas un enfrentamiento retórico y bélico que hizo temer, más que en sus confrontaciones anteriores, la explosión de un conflicto armado frontal entre dos potencias nucleares. Con lo cual la desestabilización del sur de Asia se habría sumado peligrosamente a las pugnas armadas que afectan hoy la paz internacional.
Un ataque terrorista en Pahalgam, región idílica visitada frecuentemente por turistas indios, en la zona de Cachemira controlada por su gobierno, dejó 26 civiles asesinados a sangre fría, luego de verificar que no fueran musulmanes. Los responsables del asalto habrían sido miembros de una organización guerrillera que se propone acabar con la presencia india en esos parajes.
El gobierno indio no se detuvo a considerar si se trataba de un ataque guerrillero por parte de nacionalistas musulmanes paquistaníes, aislados del gobierno de Islamabad, o si tenían el apoyo de este último, y de una vez desató la furia de su retórica contra las autoridades de Pakistán, que por su parte negó de manera contundente cualquier relación con los hechos. Al ritmo de un intercambio de gritos entre sordos, en cuestión de horas se pasó de un conflicto retórico entre los dos países al uso de las armas para dirimir la controversia suscitada.
En forma que hizo recordar un modelo de escarmiento ya experimentado en el Medio Oriente, India no vaciló en desatar una andanada militar de represalia aparentemente dirigida contra las fuerzas ocultas que atentaron contra los turistas indios, que se extendió después a ataques contra instalaciones militares paquistaníes.
Pakistán, además de insistir en que nada tuvo que ver con el golpe terrorista, sostuvo que no tenía opción distinta de la de defender su soberanía. Entonces pasó a responder de manera igualmente firme al ataque indio, de manera que se produjo una escalada militar mediante bombardeos con drones y misiles que produjeron daños en ambas partes. Las proporciones de dichos daños serán siempre difíciles de establecer, porque al mismo tiempo que drones y misiles volaron interpretaciones y noticias acomodadas a los intereses de una y otra parte.
Afortunadamente, en este caso el Grupo de los Siete, esto es Canadá, Francia, Alemania, Italia, Japón, el Reino Unido, y fundamentalmente los Estados Unidos, obraron de común acuerdo hasta que fue posible conseguir, para el sábado 10 de mayo, la decisión de un cese del fuego que abriría el camino para el manejo político del problema. Hay que reconocer que los Estados Unidos asumieron obligaciones de las que sus socios tradicionales esperan del país que no ha dejado de ejercer un liderazgo de amplio cubrimiento en su condición, aún existente, de potencia de alcance global. Actitud que tiene no solamente significación política inmediata, sino alto valor simbólico en la perspectiva del futuro.
Por importante que sea el cese del fuego conseguido, que las partes difícilmente respetarán en medio del fragor de la confrontación, lo que se acaba de vivir entre India y Pakistán es una nueva manifestación de una controversia que surgió desde el momento mismo de la partición de la India Británica, que al establecer la existencia de una patria para los musulmanes, esto es Pakistán, dejó inconclusa la forma en la que sería repartido formalmente el gran espacio de Cachemira, que tiene su propia identidad y que, después de varias décadas, continúa todavía siendo “administrada“ en una parte por la India y en otra por Pakistán, que comparten forzosamente un área menor con China. Arreglo provisional y de hecho, que ha estado acompañado, sin pausa, de la aspiración de reclamar la totalidad de la apetecida región.
En busca de esa aspiración, India y Pakistán han tenido al menos cuatro guerras, en 1947, 1965, 1971 y 1999, además de incontables escaramuzas, declaraciones y amenazas. Si se agrega la suma de aspiraciones encontradas de comunidades étnicas y religiosas, como los Sijes, los Paharis, los budistas y los Dogras, se podrá apreciar cómo el tejido social de la región es supremamente complejo, pues cada quién tiene sus propias aspiraciones “espirituales”, políticas y territoriales.
Aunque el libreto de lo que ha sucedido en los últimos días es ya conocido, no por ello deja de ser preocupante, en la medida que, a diferencia de otras ocasiones, ahora irrumpieron nuevos instrumentos de guerra que han permitido ataques y contra ataques cuya intensidad y efectos son difíciles de conocer, pues al tiempo que se desatan acciones militares se adelanta una competencia informativa en la que cada una de las partes trata de explicar las cosas a su mejor conveniencia.
Por fortuna, india y Pakistán nunca han llegado al extremo del uso de armas nucleares, pero el conflicto sigue vigente sin parpadeos, y así seguirá por muchos años, pues lo impulsan animadversiones de profundas raíces, que por tener naturaleza religiosa tocan con el alma de la gente y conducen a que las posiciones de cada quién sean viscerales.
La República Islámica de Pakistán, a pesar de la presencia de luchadores civiles por la democracia, difícilmente puede ocultar que tiene su columna vertebral en las fuerzas armadas, que deciden en última instancia la permanencia o no de uno u otro gobernante civil en el cargo de presidente de primer ministro. Por lo cual, a la hora de la verdad, son las que toman las decisiones de fondo, y en ocasiones se han llegado a tomar el poder. Así, aunque objetivamente su capacidad militar, descontando la bomba atómica, sea inferior a la de India, fácilmente tiende a tramitar sus controversias por la vía armada.
En el caso de India, a pesar de su condición de “democracia más grande del mundo”, por las proporciones de sus procesos electorales, la anterior alternancia entre el Partido del Congreso, de Nehru y Gandhi, y el Bharatiya Janata del actual primer ministro Modi, ha cedido ante el empuje de éste último, con su acento en sentimientos nacionalistas y anti islámicos que molestan a los 200 millones de musulmanes que habitan el país. De manera que, sumados los factores nacionalistas y populistas, las actuaciones de su gobierno en casos como el de la confrontación con Pakistán tienden a ser más radicales.
Frente a ese panorama, y como viene sucediendo ante las frecuentes crisis de los últimos años, se ha hecho evidente una vez más la escasa capacidad de organismos como Naciones Unidas para intervenir de manera efectiva en la solución del problema.
En su lugar, en cambio, las miradas se vuelven hacia la comprensión, la voluntad, y la capacidad de acción de las grandes potencias, que ante escaladas que vengan a perturbar aún más un ambiente internacional enrarecido, tienen ocasión de ejercer su poder político y económico para evitar escaladas que puedan conducir siquiera a pensar en la apelación al uso de armas nucleares. Solo que cada potencia tiene también sus intereses y sus prioridades. Algo que, en este momento, marcado por la presencia de líderes autoritarios e impredecibles, cuando no contradictorios y volubles, de la intervención de las potencias se puede esperar cualquier cosa, máxime cuando ellas mismas compiten por la consolidación de nuevos imperios.
Aunque en esta ocasión se llegare a dar por superada la crisis surgida del ataque terrorista en Pahalgam, que en realidad aún no se ha cerrado, las características y elementos esenciales de las diferencias entre India y Pakistán son tan profundas y cada quién tiene razones tan “explicables”, que estamos frente a un problema que seguirá latente y a un asunto pendiente de arreglo.
Tal vez, excepto las guerras, el menos peor de los tratamientos del caso es el que ha sido posible hasta ahora. Esto es el de una partición de hecho y la difícil moderación de gobiernos que son sucesores de quienes han cometido errores e incurrido en una intransigencia hasta ahora sin salida. Todo bajo la sombra del posible uso de bombas atómicas.
A la luz de todo esto, hay que apreciar lo atinado, o no, de la decisión colombiana de expresar de manera un poco panfletaria su apoyo a Pakistán, en lugar de hacer lo que hizo la mayoría de países de verdad influyentes en la comunidad internacional, como fue el correspondiente llamado a ambas partes en favor de la moderación y la paz.