El Oriente Medio vive la reiteración de situaciones dramáticas que se han presentado en la región desde tiempos bíblicos. No otra cosa son los ataques mortíferos y sorpresivos como el de Hamas contra Israel, las retaliaciones implacables como las de Israel en Gaza, Teherán y Beirut, los asedios para buscar la rendición del enemigo por sed y hambre como sucede también en Gaza, los mandatos opresivos y longevos como los de Siria e Irán, las presiones de potencias extranjeras como ahora las de Irán, Rusia y Turquía, la ocupación de territorios ajenos por todas partes, las acciones violentas a nombre de religiones que pregonan la paz, las aspiraciones frustradas de organizar Estados como las de palestinos y kurdos, las migraciones forzadas en todas las direcciones para poblar campos de refugiados y molestar sociedades ajenas que se vuelven hostiles, y las manchas de sangre en ciudades arrasadas y sobre la arena de parajes desérticos.
Cuando se pensaba que las acciones de Israel que descabezaron a Hezbollah podrían desatar un conflicto regional a partir de la posible reacción brutal de Irán, eso no se produjo. Todo quedó en espera de algún movimiento no esperado. Sucedió lo menos esperado y resultó ser algo muy lógico: debilitados Hezbollah e Irán a partir de la arremetida de Israel para complementar sus acciones de retaliación contra Hamás, y dedicada Rusia a tratar de prevalecer en su ya prolongado asalto a Ucrania, el camino de Damasco quedó despejado para la principal fuerza de oposición a la dictadura de Bashar al Assad.
Un empujón con ánimo vencedor por parte del ejército musulmán Hayat Tahrir al Sham, que se había preparado para atacar de manera contundente, logró descender desde el norte, cerca de la frontera de Turquía, apoyado por esta, y tomarse primero Alepo, luego Hamah y Homs, para continuar hacia el sur, desde donde avanzaron otros movimientos rebeldes con los que se acordó converger en la capital para doblegarla en cuestión de horas, ante la desbandada del ejército del dictador Assad y su huida hacia Moscú.
Por ahora se viven, en Siria y en sus comunidades desterradas, las explicables horas de la euforia colectiva, sincera u oportunista, propias de la caída de una dictadura de medio siglo. El instinto del retorno se ha desatado, aún en medio de la preocupación por el carácter futuro del nuevo régimen, que, no hay que olvidar, procede de un movimiento radical, en una época asociado de Al Qaeda, considerado terrorista por naciones occidentales, que ahora dice actuar en favor de la gran nación islámica.
Una buena seña proviene de discursos iniciales de Abu Mohammed al Jawlani, líder de HTS, que en actitud similar a la de históricos conquistadores musulmanes, ha ordenado a sus tropas obrar con respeto por los recién avasallados, mientras negocia con el primer ministro del antiguo régimen una transición del poder que aproveche, en todo caso, lo que quede del Estado anterior.
Mientras tanto se pueden hacer cuentas de ganadores y perdedores, hasta donde el súbito proceso ha avanzado, sin saber, claro está, qué rumbo vaya a tomar. Dentro de los ganadores están en primer lugar los sirios oprimidos en su propia tierra. También los expulsados de su país, que habían soñado con volver a sus casas, de donde fueron obligados a salir por la combinación de la fuerza traicionera de su propio gobierno y de potencias extranjeras interesadas en sostener la dinastía dictatorial.
Ganan sectores de la sociedad libanesa que han vivido por décadas bajo la presencia de un poder político y paramilitar dominado por los iraníes, que jugaba un papel interno que no iba necesariamente con los intereses nacionales libaneses, por estar al servicio de la animosidad de Irán contra Israel.
Gana Israel, que con su arremetida contra Hezbollah fue facilitador del cambio al romper la armonía de la máquina de guerra de Irán en su contra, por interpuesta persona, y ha aliviado la sensación de amenaza iraní en el vecindario. Además, ha aprovechado para hacer avanzar cuidadosamente sus tropas en las colinas del Golán hacia nuevas posiciones ante el abandono de las fuerzas sirias.
Gana Turquía, en parte patrocinadora de la campaña que dio el traste con la dictadura y mantiene ocupada una zona de territorio sirio. Con la nueva realidad consolida su posición fuerte ante los kurdos del PKK, que considera terroristas. Será parte de cualquier conferencia sobre el destino de Siria, y aprovechará la ocasión para devolver los millones de inmigrantes forzados que ha tenido que alojar.
Ganan los países para los cuales la inmigración siria ha sido un problema. Por ese camino se puede distensionar el flanco mediooriental de la cuestión de los inmigrantes en Europa. Con lo cual se alivia un poco la candente discusión sobre ese tema al interior de la Unión Europea.
Pierde Irán, no solamente porque queda desdibujado su prestigio como potencia y su condición amenazante ya no merece credibilidad. No tiene capacidad política ni militar para hacer algo significativo, salvo sorpresas no contempladas, como quedó demostrado en el momento en que no fue capaz de moverse para salvar a su aliado de tantos años. Pierde estratégicamente porque queda interrumpida su conexión geográfica con el Líbano, que le llevaba hasta la propia frontera con Israel. Y disminuye la dosis del control y capacidad de intimidación que ha ejercido en Líbano a través de Hezbollah.
Pierde Rusia, porque tampoco fue capaz de actuar, como antes, en defensa de uno de los regímenes que con más vehemencia protegía, no sólo políticamente sino desde el punto de vista militar. De paso, queda demostrado que no se puede dispersar más allá de la atención del conflicto en Ucrania. Algo que da para pensar en su incapacidad para sostener una guerra convencional con la OTAN.
Quedan en el limbo los kurdos con su eterna pretensión de conformar un Estado, destinatarios de promesas y traiciones como las que han recibido desde hace más de un siglo, ahora en posición de desventaja ante la incrementada capacidad política y militar de los turcos en la región.
Quedan también en el limbo los Estados Unidos, tradicionalmente erráticos en el Oriente Medio, a menos que se trate de Israel, que les impone fácilmente su voluntad.
El destino de Siria está marcado ahora por la necesidad de lograr un reparto adecuado del poder político entre grupos muy diferentes al interior del país. También por la forma como ha de acoger a los emigrantes que quieren regresar e incorporarse a una vida en paz, con oportunidades para todos. Ideal que está por verse si tiene viabilidad.
La reconstrucción es mandato inaplazable. Las imágenes que surgen, ahora que desapareció la censura, muestran cómo el país ha quedado en muchos sectores completamente devastado en su infraestructura pública y privada, la prestación de servicios, la economía, la seguridad y la salud mental de sus habitantes de todas las edades.
Son muchos los que deben contribuir a la reconstrucción. Como asunto de justicia sería ideal que respondieran los que ayudaron a destruirlo todo, como Irán y Rusia que, como quedó demostrado, sacrificaron a la población siria para defender un régimen criminal por la pura conveniencia de sostener sus intereses. En el caso de Irán, por contar con un corredor de acceso hacia el Líbano, para atacar a Israel. En el caso de Rusia para mantener su base naval en el puerto de Tartus y su base aérea de Hmeymim, elementos preciosos para sus intereses estratégicos en el Mediterráneo, el Oriente Medio y el África.
En el muestrario de intereses y posiciones políticas que se avecina, deberán participar los sirios de distinta afiliación étnica, política y religiosa, como los drusos, los alauitas, los cristianos y los kurdos. También de manera directa o indirecta los turcos, los libaneses, los iraníes, los estadounidenses aún en retirada a juzgar por la actitud del nuevo presidente, los israelíes que tienen mucho que ver en el contexto regional, y los rusos. Ya veremos a estos últimos de “amiguis” con el nuevo régimen, sea el que sea, con tal de mantener sus puntos de apoyo naval y aéreo, esenciales para el cumplimiento del sueño putinesco de hacer Rusia grande otra vez.