Los estrategas políticos, como los militares, saben que en ocasiones hay que buscar “al preciso”, y no necesariamente al mejor en términos absolutos, para cumplir determinada tarea, pues solamente el preciso puede  llevarla a cabo como se debe, según las características del trabajo. 

La diferencia entre los escogidos, según uno u otro criterio, radica en que “el mejor“ difícilmente lo es para todas las cosas ni es visto como tal por todo mundo, mientras que el preciso, al menos en política, es el que “encaja“ en la coyuntura y puede ser eventualmente aceptado por ser más flexible y concitar más apoyos y menos resistencias.

La selección del preciso fue lo que tuvo que hacer el presidente francés apenas una semanas después de haber nombrado un primer ministro sin apoyo suficiente en la Asamblea Nacional, que lo “ tumbó“ fácilmente cuando presentó su proyecto de presupuesto para 2025. 

No es que a Michel Barnier le faltara ser estrictamente bueno, sino que no tenía la trayectoria, es decir la experiencia de gobernar, ni las condiciones de prestancia política suficientes para conseguir los difíciles apoyos de los dos partidos ubicados en los extremos del espectro político. Formaciones ambas dispuestas, cada una por motivos particulares,  a derribar su gobierno así estuviese colmado de  buenas maneras y las mejores intenciones.

Los partidos abiertamente opuestos al presidente Macron y dominantes en los extremos de derecha e izquierda, continúan convencidos, cada uno por motivos diferentes, de que el Jefe del Estado debería llamar a su respectivo jefe a organizar un gobierno. Cosa que, de paso, tampoco podría conducir a una administración con apoyo mayoritario, pues ninguna de esas agrupaciones cuenta con la mayoría requerida, y tampoco está dispuesta a entrar en alianzas, sino que espera que otros partidos se les sumen y voten en favor de sus proyectos, según el caso. 

Esa insuficiencia de mayoría, que aplica a todos los partidos, incluido en primer lugar el del presidente, es lo que hace que la conformación de cualquier nuevo gobierno francés equivalga en este momento a la búsqueda de una ecuación prácticamente imposible, dentro de las tradiciones de ejercicio del poder en un esquema institucional que tiene tanto de presidencial como de parlamentario.

Cuando  se trata de elegir gobernantes, la gente se puede equivocar, sea porque no tiene el criterio suficiente para elegir al más indicado bajo una circunstancia determinada, sea por el apego emocional y un poco irracional a una u otro partido, o por la sencilla razón  de que los promotores del mercadeo político sean capaces de venderle uno u otro “ producto “. 

Cuando no es la ciudadanía la que elige un gobierno a través del voto, sino que la escogencia corresponde a una persona, en este caso al presidente, las cosas funcionan conforme a parámetros muchísimo más exigentes. Caso en el cual hay que tener en cuenta aspectos muy especializados en cuanto a los requerimientos para que alguien pueda o no gobernar.  También se hace presente, ante propios y extraños, la responsabilidad de un presidente de quien se esperan solo aciertos, al tiempo que el círculo de las opciones de las que dispone es reducido.

El episodio más reciente de la secuencia dramática que comenzó con el resultado adverso al partido del presidente Macron en las elecciones al parlamento europeo en junio pasado, y siguió con la consecuente disolución, innecesaria, de la Asamblea Nacional, la derrota contundente en las siguientes elecciones, la designación de un primer ministro, Barnier, cuyo gobierno duró apenas unas semanas, ha sido la designación de François Bayrou como Primer Ministro.

Bayrou es hombre de amplia trayectoria y presencia en el escenario político francés, donde ha actuado a la cabeza del “Partido Democrático Europeo” y del “Movimiento Democrático”.  Ha sido frecuentemente mencionado como posible primer ministro e intentado tres veces competir por la presidencia de la República. Ha ejercido la alcaldía de la ciudad de Pau y ocupado el Ministerio de Educación en la década de los 90 y por unos días el de Justicia en 2017.

El hecho de que Bayrou no hubiera llegado hasta ahora a jefe de gobierno había sido interpretado por muchos como una opción perdida de contar en esa posición con alguien de mucho peso. Motivo por el cual su designación fue vista con buenos ojos y se esperaba que con su presencia en el Hotel Matignon podría conseguir acuerdos con distintas formaciones políticas que le permitirían a Francia tener un gobierno relativamente estable, así fuese conformado por una suma de minorías, y un proyecto político y económico viable. 

Para sorpresa de muchos, las movidas políticas y las intervenciones del nuevo primer ministro en la Asamblea Nacional comenzaron a dejar ver fisuras, improvisaciones y falta de claridad. De manera que, de inmediato se comenzó a poner en duda su esperada habilidad para hacer un gobierno que por lo menos pueda flotar hasta la siguiente elección parlamentaria, que sólo podrá tener lugar en el segundo semestre del año 2025. El escenario de los parlamentos es duro y exigente en las democracias de verdad. 

La primera salida de Bayrou, difícil en todas partes para cualquier persona encargada de esa tarea, ha sido la de tratar de conformar un gobierno. Sus actuaciones no han estado a la altura de lo que se esperaba, por lo cual han aparecido dudas, alimentadas por la oposición, sobre su capacidad para dirigir, materia en la cual no tiene experiencia, y según ellos tampoco un gran talento. 

Si bien Bayrou consiguió reunirse con jefes de varios partidos, con la exclusión de las extremas derecha a izquierda, el camino hacia la conformación de un gobierno sigue siendo tortuoso al entrar en el último fin de semana antes de las fiestas navideñas. Varias formaciones políticas desean hacerse con el Ministerio de Finanzas. Otras tantas con el del Interior, y con el de Relaciones Exteriores o el de asuntos agrícolas, expuestos ahora a la competencia de los productos provenientes de América del Sur. Mezcla toda esta de pretensiones que difícilmente puede producir un programa sin contradicciones. 

Queda claro que el genio político no se requiere solamente para ganar elecciones, que es un emprendimiento de índole distinto, sino que debe estar muy presente y afilado a la hora de organizar un gobierno. Por lo cual ha sorprendido que alguien a quien se tuvo siempre como posible primer ministro, o presidente, haya mostrado a la hora de la verdad , improvisación y vacilación sorprendentes, que han debilitado su imagen.

Bayrou incurrió además en otra debilidad, como es la de un precario sentido de las prioridades. En medio de la tarea de formar un gabinete, con el presidente en la Polinesia dedicado a devolver el ánimo a las víctimas de un ciclón, se fue a Pau, donde es alcalde, a presidir un acto de naturaleza local para el cual su presencia no era imprescindible. Aunque es entendible que su presencia como primer ministro fuese una novedad para sus conciudadanos. 

El tiempo avanza y parecería que “el preciso” no lo era tanto. Mientras en el ámbito interno como en el internacional, Francia debe afrontar asuntos de importancia en medio de coyunturas complejas, bajo la presión de partidos opositores que suben cada día el tono del manejo de las emociones y amenazan con ponerse otra vez de acuerdo para derribar al nuevo gobierno, como lo hicieron fácilmente con el de Barnier. 

Mediante un procedimiento extraordinario, la Asamblea Nacional expidió una especie de ley salvavidas de urgencia para evitar el menos que el Estado se paralice por falta de un presupuesto que, si bien les va, quedaría aprobado en febrero entrante. Entretanto, al Bayrou le toca actuar en el ambiente de una economía desacelerada, con la gente molesta por el costo de vida y la incertidumbre. Y el propio Macron debe estar preparado, junto con los demás líderes europeos, para afrontar las imprevisibles consecuencias de tipo económico, estratégico y militar que se esperan con la llegada al poder del nuevo presidente de los Estados Unidos. 

Por ahora el primer ministro debe avanzar en negociaciones con partidos que llegan a la mesa con sus agendas secretas, que no necesariamente coinciden con la del gobierno, mientras se dan el lujo de hacer exigencias extravagantes, para poner todo en el ámbito de una ecuación todavía imposible, cuando se va cerrando el año. Así, después de mucho tiempo, Francia llega a la Navidad con la tradicional y bellísima iluminación de Campos Elíseos, y sin las luces de un gobierno que ilumine la marcha del país para entrar en el nuevo año con rumbo confiable y conocido. Con el peligro adicional de que esos partidos de oposición radical, que Macron ha señalado como adversos a la República, impidan que el nuevo gobierno alcance a llegar a la primavera. 

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