Como Hungría ejerce este semestre la presidencia rotatoria de la Unión Europea, su primer ministro decidió, motu proprio, atribuirse la misión de realizar una gira intercontinental por la paz en Ucrania.

Para cumplir esa misión, auto atribuida, Viktor Orbán visitó Kyiv, Moscú, Bakú, Beijing, Washington y también “Mar-a-Lago”, capital del pseudofascismo folclórico contemporáneo. En las fotografías con las vedetes más importantes de su iconostasio personal, Víktor aparece radiante, sumiso y aplicado. Con Trump como un novato. Con Zelensky como implacable invasor magiar. 

El problema es que Víktor no fue a todos esos lugares con un plan concreto de paz. Más grave aún, dentro de sus funciones de presidente rotatorio de la Unión no está la de plantear, y mucho menos por su propia cuenta, a nombre de Europa, ni de la OTAN, propuestas políticas que nadie va a respaldar. De manera que su planteamiento en el sentido de que “La paz no llegará sola a Ucrania y alguien tiene que promoverla”, es una verdad de Perogrullo que no produce ningún efecto.

Dmitry Peskov, vocero oficial del presidente ruso, se deshizo en elogios, también en el aire, a la iniciativa de Viktor. Nada más conveniente, pragmático, fácil y victorioso para el Kremlin de Moscú, que una paz que consista en parar la guerra y dejar las cosas como están. Es decir, Crimea y una amplia fracción de Ucrania en manos de los rusos, y ya.

Los chinos, que lo tienen todo claro y saben qué tan importantes son cada día en todos los frentes de la vida internacional, recibieron al gobernante húngaro, a sabiendas de que cualquier cosa que fuese a decir no afectaría las iniciativas chinas de paz, que tienen su propio peso y no podrán dejar de ser tenidas en cuenta por nadie. 

Las cosas fueron percibidas de manera muy distinta en Washington y Bruselas. Charles Michel, a cargo del Consejo Europeo, dijo que la presidencia rotatoria de la Unión no confiere poder alguno a quien ocupe el gobierno a cargo de funciones simbólicas y de coordinación, para representar a los 27 países de la Europa comunitaria, por su cuenta, o conforme a su plan personal, y mucho menos en este momento ante Rusia. 

Problema adicional es que Orbán, gobernante de derecha radical, y socio acucioso de otros jefes de la derecha extrema europea, ha sido visto, a juzgar por sus actuaciones dentro y fuera del ámbito de las instituciones comunitarias, como admirador, aliado y agente del presidente ruso. De manera que sería la última persona en quien se pudiera pensar para que representase imparcialmente a la Unión ante su amigo, colega y presunto copartidario.

La iniciativa “personal” de paz del primer ministro húngaro agrega un elemento innecesario de descomposición y desorden, no solo en las filas de la Unión Europea, sino en las de la OTAN. Deriva satisfactoria para Moscú, que juega de manera insistente a la desestabilización del bloque occidental, al que considera abiertamente su enemigo. Bloque dentro del cual el presente gobierno húngaro ha sido piedra en el zapato e inclusive considerado quinta columna del Kremlin en el seno mismo de las instituciones comunitarias.

Como es de esperar, Washington encuentra esas acometidas no solamente por fuera de lo esperado, sino como un elemento que introduce confusión en el panorama del curso de los acontecimientos en torno al problema de Ucrania. Curiosamente, tampoco se puede propiciar, desde la capital norteamericana, una arremetida adicional contra el húngaro, cuya visita no se podía rechazar, para no introducir todavía más elementos de disociación en el seno de la comunidad occidental, a la cual los húngaros quieren pertenecer, a su manera, después de la trágica experiencia de tutela armada por parte de la Unión Soviética. 

Orbán, por supuesto, se defiende. Acorralado por las críticas advierte que no está negociando a nombre de los demás, sino que desea trabajar por la paz. Aunque no ha dejado de decir que la guerra de Ucrania es un conflicto civil entre dos pueblos eslavos en el que los occidentales no se deberían entrometer. Y sostiene que un alto al fuego efectivo sería un buen comienzo. Curiosamente ese alto al fuego no gusta a ninguna de las partes porque le quitaría ritmo a una guerra que ambas ven lejos de un desenlace, así sea a su favor. Pero sobre todo porque serviría para que la contraparte se fortalezca.

A pesar de todo, la inocuidad actual del delirio de paloma de paz del gobernante húngaro se puede convertir en algo muy diferente si el presidente de Mar a Lago, a quien tanto admira y quiere, vuelve otra vez a la Casa Blanca. Eventualidad que le daría a Orbán una dosis de importancia que solo Trump le puede conceder, mientras los demócratas en los Estados Unidos, y la mayoría de los gobernantes europeos, lo ven como un estorbo. 

Entretanto, como suele suceder con gobernantes que se creen más de lo que son, a Orbán le debe interesar sobre todo que su acometida intercontinental sea admirada como demostración de fuerza política por sus parroquianos. No importa si el resto del mundo no reconoce su genialidad, con tal que sus conciudadanos reciban el mensaje de que tienen un jefe de talla mundial, que por lo tanto merece apoyo en sus propósitos internos. Fórmula no exclusiva de Viktor, que tiene manifestaciones ostensibles en lugares muy diversos del antiguo tercer mundo. Como aquí entre nosotros.  

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