Australia figura como parte de Occidente en las cuentas de la división del poder mundial. Así es, conforme a las definiciones de nuestra época, y como reflejo de la predominancia que reclama todavía el mundo anglosajón, abanderado de un modelo económico desbocado en su pretensión universal después de la Guerra Fría.
Otra cosa es que, al mismo tiempo, a Australia le corresponda jugar de manera adecuada no solamente la defensa de sus intereses sino el desempeño de un papel al que no puede renunciar en la región del mundo a la cual pertenece geográficamente.
En esa perspectiva, no en nombre ni por mandato de sus socios y parientes occidentales, tiene su propia personalidad y no puede pasar desapercibida por su extensión territorial, por el modelo político y económico que representa, por su extensión territorial, por la influencia cultural que ejerce, y por ser polo de atracción migratoria en el medio mundo del Pacífico y del hemisferio sur.
La significación de Australia, por todos los motivos anteriores, la pone en condición de competidora, por no decir adversaria, de China, en regiones en las cuales la República Popular no solamente ha ejercido influencia desde tiempos remotos, sino que tiene ahora claros objetivos de predominancia económica, política y estratégica. Motivo por el cual sostiene una competencia con otras potencias regionales de diferente tamaño.
Las relaciones entre los dos países han tenido episodios de toda índole desde cuando China no era la de hoy, integrada desde su propio ángulo al juego capitalista, como protagonista de la producción, el comercio y el desarrollo a escala mundial, sino encerrada bajo la convicción de que el comunismo puro y duro del presidente Mao la llevaría a la abundancia y la felicidad.
Hace 50 años un primer ministro australiano, Edward Gough Whitlam, se aventuró a visitar la China de esa época, para hablar de una vez sobre las perspectivas de unas relaciones amistosas y constructivas entre los dos países. Relaciones que, con la nueva China, mantuvieron a la vez una creciente dinámica comercial y una fría relación política, con el trasfondo de sus diferencias no solamente en cuanto al modelo propio de cada una, sino respecto de su influencia internacional.
Como muestra reciente de una serie de innumerables altibajos, en 2917 los australianos rechazaron la propuesta china de adoptar la tecnología de Huawei, gesto que recibió de parte de la República Popular el bloqueo de las importaciones de vino y algunos minerales australianos. Medidas de significación no solamente económica sino de valor simbólico efectivo en materia política.
A lo anterior se vinieron a agregar definiciones de militancia estratégica adoptadas por los australianos, como la de entrar a formar alianzas como AUKUS, esto es Australia, Reino Unido y Estados Unidos, estas dos últimas potencias extra regionales deseosas de jugar un papel de contención frente a China. Y por el lado chino toda una combinación de acciones en busca de ejercer soberanía en zonas marítimas de alto valor y conseguir el apoyo de numerosos países como benefactora del desarrollo.
Anthony Albanese, primer ministro australiano, entendió no era conveniente que la relación con China se dejara a la deriva. Lo mismo comprendieron los chinos. Ambas partes saben bien que esas derivas pueden traer consecuencias desagradables y es mejor hablar a tiempo, precisamente en medio de las diferencias.
Albanese se propuso buscar un nuevo contenido para las relaciones bilaterales. Propósito que encontró actitud favorable de la parte china, cuyo embajador, rompió el anillo del recelo, seguramente por instrucciones estudiadas de su cancillería, y afirmó que China ve a Australia como amigo o socio, y no existe razón para que Australia vea a China como adversaria.
Cancilleres y ministros de diferentes ramos tomaron el relevo de un diálogo que ya era un buen síntoma de aproximación, particularmente en materia de comercio y propósitos comunes al interés de la humanidad, como la contribución a la lucha contra el cambio climático. Aunque no fue, ni podía ser lo mismo, respecto del papel de Australia en el AUKUS.
El reciente encuentro del presidente Xi y el primer ministro Albanese, que recibió en Pekín todos los honores que los chinos pueden desplegar hacia mandatarios extranjeros de verdadera significación para ellos, estuvo marcado por el pragmatismo. La situación política, económica, y estratégica militar del mundo así lo exigen. Máxime cuando se trata de países que tienen obligaciones concurrentes en favor de la armonía en una región determinada.
La búsqueda de puntos de acuerdo ente países que pertenezcan a campos diferentes en su interpretación del poder y representen diferentes modelos económicos y valores culturales, es perfectamente posible. Para eso se inventó en realidad la diplomacia. Para eso sirve el diálogo, en lugar de la diatriba entre portavoces de puntos de vista diferentes.
El encuentro de gobernantes ha permitido el inicio de un desbloqueo comercial. Algo conveniente para ambas partes, sin perjuicio de sus diferencias políticas. China mantendrá el manejo del puerto de Darwin, y el flujo de los vinos y minerales australianos hacia el norte volverá a su cauce anterior. Australia resulta ser, por otra parte, territorio interesante en materia de inversiones y presencia de tecnología que se iría abriendo paso al ritmo de una nueva relación.
Las partes saben que los intereses de cada quién van más allá de los negocios y que hay unos cuántos asuntos de otra índole que seguirán presentes en la obligada relación bilateral, cuyo tratamiento que resulta más fácil en términos de distensión.
Para China resulta importante sostener relaciones estables y constructivas con países que militen en otros campos, sin que sean necesariamente adversarios. Con los cuales el diálogo es mucho más fácil que, por ejemplo, con la India, interesada en su propio protagonismo, o con Rusia, que se ha acercado humildemente a China en medio de las necesidades derivadas de su agresión a Ucrania.
Si las relaciones económicas van bien, es más difícil que las relaciones política se desvíen o se alteren, porque los intereses económicos son vínculos que unen y sirven de ejemplo de compatibilidades y modos operandi que pertenecen a ambas partes.
Quedan pendientes, para otros “rounds”, asuntos como la actitud expansiva de China en los mares, las diferencias con los Estados Unidos, aliados de Australia, y los juegos de proyección de poder militar en el Pacifico. Por ahora, Australia se convierte en un factor de distensión y puede servir de puente y moderador ante la amenaza de una nueva guerra fría, esta vez con epicentro en el hemisferio oriental.