Siete años después del referéndum, los promotores originales del Brexit han vuelto a hablar. Lo hacen para condenar a quienes no han realizado lo prometido en una campaña montada sobre ilusiones populistas, falacias, y verdades a medias, que condujeron a tomar una decisión que hoy la mayoría de los británicos considera equivocada. Las quejas de ahora son prueba de hasta dónde pueden llegar los confines del cinismo y la ausencia de responsabilidad en materia política.
Quién lo hubiera creído, a la hora de la campaña de 2016, que Nigel Farage, principal agitador de la idea de sacar a la Gran Bretaña de la Unión Europea, para lo cual lideró un partido monotemático, se fuera a retirar de la política el día mismo del triunfo de su propuesta. De manera que su reclamo de hoy sale, una vez más, desde el confort de quienes no han asumido responsabilidades de gobierno y se reservan el ejercicio de la palabra para lucirse con la crítica a quienes sí se atrevieron a desarrollar una tarea de alta complejidad.
Los británicos recuerdan ahora cómo los euroescépticos, por lo general primitivos y atrasados de noticias, concurrieron a las urnas convencidos de que le quitarían a su país “el peso de cargar con los perezosos de Europa”. También recuerdan cómo los “filoeuropeos”, confiados en que la insensatez no lograría abrirse paso, se quedaron en casa en número suficiente para que el resultado de la consulta popular fuese estrechamente favorable a una decisión que cambiaría mucho más la vida de los británicos que la del resto de Europa. Todo para que, en medio del desconcierto de las mayorías de Londres, Escocia y los sectores más ilustrados de la sociedad, se viniera más tarde a saber que los argumentos en favor del retiro estuvieron cargados de mentiras y artificios demagógicos, sin perjuicio de la posible interferencia de poderes foráneos interesados en desestabilizar el concepto de la Europa unida.
No deja de haber sido un accidente político el hecho de que el cumplimiento de las promesas de la campaña en favor del Brexit, y en particular el adelanto del tortuoso proceso de negociación para formalizar el retiro, no hubiera quedado en manos de los principales protagonistas de la idea, sino que hubiera venido a depender tanto de algunos personajes que habían creído en la causa, como de otros que resultaron adoptándola sobre la carrera, con realismo, oportunismo, y fe de conversos. El caso más relevante fue el de la Primera Ministra Teresa May, quien había sido ministra del interior del gabinete derrotado en su promoción del NO.
Dentro de la institucionalidad británica, mucho más democrática que la de otros países, a pesar de las apariencias de los rituales de la monarquía, hay que tener asiento en el parlamento para producir resultados u oponerse a los designios de cualquier gobierno. De manera que, quien aspire a tramitar propósitos políticos, debe normalmente buscar curul parlamentaria que le permita formar parte de un gobierno, o del gabinete en la sombra, o al menos tener voz allí donde se discuten los temas de interés nacional que se deben convertir en ley. Lo demás es especulación.
Nigel Farage, principal promotor de la idea, jamás consiguió ser elegido al parlamento británico, pero en cambio, vaya paradoja, consiguió ir al europeo, a pesar de su eurofobia. Después de irse a destiempo del escenario político, y de estar ausente en los momentos cruciales de la implementación del proyecto por el que siempre luchó, reconoce ahora que el Brexit ha sido un fracaso y critica ferozmente a los gobiernos conservadores, encargados de llevarlo a cabo. Para ello compara su aparente ineptitud con la de los comisionados europeos que, para él, y en la campaña, eran la personificación de momias burocráticas.
El reconocimiento del fracaso del proceso no deja de ser de alguna manera reivindicación para quienes desde hace siete años advirtieron de los obstáculos, los inconvenientes y las desventajas que traería una decisión de ruptura de los británicos con el resto de la Europa Occidental. Pero, con ese tipo de diatribas, simplemente se enturbia más el aire y no se arreglan los problemas. La carga política y emocional resulta, en cambio, un poco agobiante para quienes han tenido que idear, negociar y aplicar soluciones a problemas concretos, de los cuales el muy mentado Protocolo de Irlanda del Norte es apenas un capítulo.
Con el anuncio, reiterado, de que no piensa volver a la escena política, Farage completa no solamente el espectáculo de lo que es actuar de manera irresponsable, al abandonar una causa en el momento de asumir responsabilidades, sino que, al sumarse a la caída estruendosa de Boris Johnson, deja todavía más expósita y acéfala la causa del Brexit. Causa que, para sus partidarios, y en beneficio de los intereses británicos, requeriría no sólo conocer la voz sino tener en cuenta las propuestas de acción de sus promotores.
Lo cierto es que el Brexit ha sido causa de amenaza de naufragio de la economía y, a pesar de su fama legendaria, de una descomposición del ánimo de los británicos. Unos porque advierten que se equivocaron y otros porque confirman que tuvieron la razón desde un principio. Todos para desembocar en una perplejidad que se alimenta de noticias cada vez más preocupantes, como que ahora el país está en el pelotón trasero de Europa, que la recuperación del impacto de la pandemia es muy lenta, que el crecimiento no es mejor que el de Rusia, que el control de las fronteras no se ha dado, y que el país está lejos de obtener los beneficios de haberse zafado de la Europa comunitaria, al tiempo que desbarató múltiples esquemas que, a través de miles de leyes que aún no se han podido modificar, lo integraban a una comunidad que le hacía más bien que daño.
La aparición esporádica de políticos que se retiran habilidosamente del escenario tan pronto como pasan las elecciones, para aparecer más tarde a criticarlo todo, no le sirve a ninguna sociedad que se reclame democrática. El ejercicio de la política requiere de dedicación permanente, no de incursiones ocasionales. Enfermedad política que conocemos bien en Colombia, donde cada cuatro años resucitan de pronto, como de la nada, personajes que se consideran presidenciables, para criticar al gobierno de turno, improvisar una plataforma de milagros y volver a la oscuridad después de los comicios.