Son escasos los políticos y los gobernantes capaces de comprender los problemas de fondo de nuestra época.

Las invenciones políticas y económicas que Europa logró generar desde el Siglo XV, con envoltura cultural heredada de su pensamiento clásico, todavía pueden jugar un papel importante en el mundo de hoy. Así hayan sido elaboradas a la medida de los intereses europeos, algunas de ellas, como la democracia, y diferentes expresiones de la libertad, tienen valor universal y pueden ser útiles si se logran adaptar a necesidades presentes.

Mal se puede esperar, por supuesto, que dicha adaptación dependa una vez más de los europeos. Ellos, que mantienen la buena costumbre de cuestionarse y encontrar nuevas versiones de sus propios inventos, pueden ser bienvenidos a sumarse a quienes, en diferentes parajes del mundo, se quieran involucrar en la búsqueda de nuevos ideales relacionados con la institucionalidad y la vivencia democráticas.

A pesar de la relevancia creciente, y conflictiva, de las dinámicas del Océano Pacífico, la Europa comunitaria, milagro viviente que le conviene a la humanidad, admite ahora versiones diferentes sobre la forma de adaptarse a los problemas del momento. Esto implica, claro está, aventuras conceptuales que ilustren acometidas políticas a su vez relacionadas con el bienestar ciudadano, y con la puesta a prueba del refinamiento de propuestas de índole económica.

Hay quienes piensan, de manera genérica, que Europa tiene todavía mucho por decir y por hacer en el diseño del mundo del futuro. Pero no es claro quién lo va a decir y con qué autoridad, y mucho menos quién va a intentar convertir en realidad las fórmulas descubiertas.

El reciente cambio de gobierno en Francia, para acentuar el pragmatismo y la comunicación fluida entre gobernantes y gobernados, y la poca iniciativa en la Alemania post Merkel, además de la falta de entendimiento y afinidad entre Paris y Berlín, parecen a los ojos de muchos presentar el espectáculo de una Europa desunida y confusa.

Mitterrand y Kohl, e inclusive la señora Thatcher, cuando el Reino Unido formaba parte de la Europa comunitaria, nos habían acostumbrado a discusiones y proyectos alternos en torno, en favor y en contra de la socialdemocracia, mientras el eurocomunismo ofrecía de su parte opciones ajenas a la crudeza del “comunismo real”.  Pero esa era otra Europa, la de la transición de la Guerra Fría a ese mundo cargado de euforia para unos y para otros de incertidumbre.

Sería equivocado, anacrónico e inútil, vivir de la añoranza de esas épocas y esas discusiones. La propia Europa comunitaria muestra ahora una gama diversa de interpretaciones sobre sus finalidades, y en el escenario figuran actores nuevos, salidos de rincones antes ignorados.

Desde Roma, así como desde Varsovia, Budapest, y otras capitales del antiguo espacio soviético, salen voces que pueden resultar incómodas para muchos, pero que representan una variedad de enfoques y pretensiones que, por el solo hecho de existir, así sea por fuera de la ortodoxia, estimulan ese debate permanente que, si bien no les gusta a muchos gobernantes, es el pan de cada día de los pensadores.

La amenaza de un triunfo de Trump en los Estados Unidos evoca la memoria de los avances de aquellos radicales nefastos de la primera mitad del siglo XX.  Sólo que ahora puede ser peor, porque se trata de un coco vacío capaz de mover a millones de otros cocos vacíos. Todos felices cerrando el puño y mostrando no se sabe qué con el dedo. Mientras en el resto del mundo germinan otros modelos de fascismo, gris, rojo, y hasta rosado vergonzante.

Existe una cierta alarma en el campo no oriental, ante el conjunto de una Europa desteñida más unos Estados Unidos alienados, ahora incapaces de controlar inclusive las altanerías de sus propios aliados, sin que se vislumbre algún nido venerable de sensatez.

La preocupación aumenta cuando se da la vuelta al mapa y se encuentran, en lugares clave, caciques al cual más de ególatras y pretenciosos, milagreros, anacrónicos y monotemáticos. Como si los hubieran convocado a una misma escuela, todos autosuficientes pero insuficientes, pseudo filósofos y pseudo proféticos.

Al mismo tiempo atraen la mirada actores privados que dan vueltas al mundo con aguaje de jefes de estado. Geniales e intuitivos en lo económico, ignorantes y despistados en lo público, pero influyentes y paradigmáticos, resultan para muchos más imitables que los políticos fracasados.

Contingentes enormes de jóvenes los prefieren y los quieren imitar, pero raramente encuentran cómo prepararse para eso en sistemas educativos concebidos para otra época, ahora obligados a improvisar en el entendimiento de un mundo nuevo, mientras se dejan llevar de la cresta de una ola que no se sabe para dónde va.

En el Medio Oriente hay una Guerra que hace rato se salió de la Franja de Gaza, porque es una guerra del siglo XXI, con aterradores elementos quirúrgicos, drones en lugar de batallones, e imágenes, trinos e inteligencia artificial selectiva. Mientras el pretendido restaurador del Imperio Ruso sigue con su proyecto violento, al son de una orquesta de bombas que, paradójicamente, exalta su verdadera impotencia tanto como su hipocresía.

Así va el mundo, en esta época de carnavales, con su desfile de comparsas alucinadas, mientras la gente, allí donde se puede manifestar, vive sus miedos y mantiene ilusiones diversas, sin saber a quién puede apoyar a la hora de asignarle la cuota de poder que le permite la democracia.

Es entonces cuando salta a la vista la equivocación de concentrarse en políticos y gobernantes, con la esperanza de que sean los dueños de cosechas copiosas de ideas, interpretaciones del mundo y fórmulas para entenderlo y transformarlo. Ya a muchos de ellos les gustaría que los graduaran de pensadores.

Sin perjuicio de que haya gobernantes que tuvieron la oportunidad, las ganas y el tiempo, de hacer no solamente el curso para gobernar, mediante la acumulación de experiencia, sino el de echarle de verdad cabeza a todos esos asuntos que hay que manejar en el mundo contemporáneo, la mayoría de ellos ha demostrado que su principal habilidad es la de conseguir la forma de llegar al poder.

Hay que buscar a los pensadores. Afortunadamente existen. Hay que conminarlos a que se manifiesten, sin cálculos de política barata. Invitarlos a ejercer en público su oficio. A poner sus reflexiones al alcance de los ciudadanos. Esa sería la mejor forma de ser consecuentes con las bondades de la democracia. Para que cada expresión de voluntad a la hora de votar sea resultado de un ejercicio que no puede ser exclusividad de nadie, sino que ha de fluir por las venas de una sociedad de verdad empeñada en producir las mutaciones que requiere la vida del Siglo XXI.

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